Llegué a Chile ?desde donde escribo- el día del masivo funeral por la muerte de Pinochet. La crueldad de su represión, el horror de la creación de terribles sistemas de asesinato y tortura, y su cínico desprecio por la vida de quienes consideraba enemigos o, siquiera oponentes, explican su figura. Conviene recordar, además, que sus crímenes contaron con el respaldo del gobierno norteamericano del momento. Algo le debemos al cine por conocer más de este régimen que de otros a través del retrato realista de ?Missing (desaparecido)??, de Costa Gavras.
En una entrevista desvelada a su muerte por el diario La Tercera, realizada en Londres en 1999, se percibe fuertemente la figura del asesino autoritario y fanático que fue, sin señales de arrepentimiento, y aún con la cobardía de culpar a quienes tenía y mantuvo bajo su autoridad de los peores crímenes. A preguntas referidas a la autoría intelectual del golpe del 11S de 1973, el tirano responde molesto que él fue el único responsable, no para eximir a otros, sino para reivindicarse ante la historia.
Hoy han pasado más de treinta años desde el golpe, quince de su salida del Gobierno, y ocho desde que dejó la jefatura del ejército. Mucho ha cambiado en el tiempo más reciente: han sido, paradójicamente, las averiguaciones sobre la condición de ladrón de Pinochet las que han hecho que muchos se hayan distanciado de su figura. Eso, y el fuerte rechazo internacional ha empujado a la derecha chilena a empezar a apartarse de su máximo referente de las últimas décadas, de manera que sus dos principales líderes no estuvieron en su funeral ?si bien sí que estuvieron presentes amplios sectores de la derecha y el empresariado-.
Cierto que resulta sobrecogedor ver que 60.000 personas respaldan en su muerte al tirano, incluyendo a jóvenes con una fe y admiración en su figura que hiela la sangre. Pero para ponerlo en su justa medida recordemos que en la muerte de Franco, que no recibió repudio internacional alguno ni fue procesado por ningún motivo, visitaron su capilla ardiente más de un millón de personas.
El escritor peruano Vargas Llosa expuso repetidamente estos días en Santiago que libertad económica y política no pueden ir disociadas, y que por ello no es posible reconocerle al dictador siquiera el mérito del modelo económico chileno, sino más bien lo contrario. El semanario británico ?The Economist??, por su parte, escribía en su editorial ?sin peros: fuera lo que fuera lo que hizo por la economía, fue ante todo un hombre malo??.
Pinochet murió sin condenas en firme, pero vivió sus últimos años perseguido por la justicia, escondido, fingiendo repetidas dolencias, escudado en las artimañas dilatorias de carísimos abogados y siendo una figura despreciada en todo el planeta.
La ?exitosa?? política económica iniciada bajo su mandato y continuada por los Gobiernos democráticos, sin embargo, parece haber fracasado en términos de cohesión social. Cierto que Chile es el país institucionalmente más fuerte y estable de la región, pero la pobreza y la desigualdad apenas han mejorado pese al buen desempeño económico e institucional de los últimos años, y al elevado precio de las materias primas de las que el sector exportador chileno depende ?con el cobre a la cabeza- que en buena medida explican la bonanza actual. Sin adecuadas e intensas políticas sociales, el país seguirá siendo una sociedad partida en dos, en que los sectores menos pudientes tienen escasas opciones de movilidad y mejora social.
El dolor de quienes sufrieron al dictador ha sido muy sobrio y ello parecería indicar que la figura de Pinochet ya estaba muy amortizada. Por si acaso, la jefatura actual del ejército chileno emitió importantes señales de respaldo a la institucionalidad: destituyó a dos militares de alto rango que elogiaron su figura ?uno de ellos su nieto-, y eso sí que ha llenado de alegría y entusiasmo a numerosos sectores del país, que han sentido que ya no hay más impunidad ni miedo al ruido de sables.