Vivimos en un país, políticamente, de pena.
Un país donde hay 30.000 personas sin hogar y un 20% de la población vive en el umbral de la pobreza; un país que padece una enfermedad endémica incrustada en un contencioso territorial entre una pequeña porción de la península y el Estado central; un país cuya justicia trata en estos momentos de saldar las cuentas con 95 imputados entre alcaldes, concejales, registradores, policías, notarios… de la llamada «operación Malaya»; donde el mismo camino lleva otra operación de similar o superior envergadura conocida como trama Gürtel;
un país donde aparecen presuntos o reales chorizos de la cosa pública, debajo de las piedras: en Castellón, en Valencia, en Baleares, Madrid…; un país donde los medios oficiales -y donde se dice medios oficiales hay que leer Madrid- no tienen ninguna credibilidad; donde, en lugar de una república acorde con los tiempos, hay un rey empotrado por un dictador votado por ciudadanos asustadizos en un referéndum con trampa; un país donde el poder judicial de los altos tribunales escoran descaradamente a favor de la causa fascista y en contra del federalismo; un país al borde de la quiebra técnica con cinco millones de parados; un país donde la oposición es y se comporta como una banda de forajidos que cuenta con el 90 por ciento del poder financiero, de la riqueza total, del poder judicial, del poder mediático, y encima quiere copar el poder político…
Vivimos en un país grotesco por los esfuerzos que hacen unos pocos por darle dignidad y repartir dignidad entre todos por igual de acuerdo con el espíritu de la democracia, al lado del empeño de la mayoría de la clase política por desacreditarse a sí misma y por enriquecerse a costa de la ciudadanía; un país donde cada vez hay que repetir más y más alto que no se solucionan los problemas dando, sino no robando…
Un país, en fin, que deja tanto que desear en justicia social y en democracia y en cultura… donde sus medios de información y desinformación: prensa, radios, televisión pública y televisiones privadas, salvo cada vez menos excepciones, se atreven con sus brigadas de periodistas a perseguir, a desacreditar, a ridiculizar y a condenar a Hugo Chávez. Un periodismo que se dedica a agigantar la paja democrática de un país organizado bajo un socialismo emergente y efectivo gracias a Chávez, como es Venezuela, en lugar de intentar derribar la tremenda viga que, en forma de un alto déficit democrático y de injusticia social, se aloja en los dos ojos de España.
Hasta ahora no veía yo excepciones a la regla general de la absoluta hostilidad contra Chávez, salvo el diario Público. Hasta ahora el campeón del contrachavismo era El País, pero Público se había mostrado cauto a la hora de tratar mediáticamente al presidente venezolano. Sin embargo se ve que también Público se incorpora ahora al elenco de los linchadores de Chávez. Como si Chávez fuese un usurpador, un dictador o un ladrón de poder pese a que ha sido elegido siempre y allí se celebran elecciones cuando corresponde y él mismo se esfuerza para que sean transparentes. Y esa manera de atacarle, no deja de ser la miserable manera que tienen los miserables para tapar todas esas vergüenzas que acabo de relacionar más arriba en un país como España donde grandes mayorías se dedican al saqueo de la cosa pública y debieran estar en la cárcel aunque sólo fuera por el desprecio que expresan hacia «lo público». Ya ni siquiera hacemos protesta del socialismo de un partido que lo lleva por bandera pero ni por asomo lo profesa…
Pues bien, hoy el periodista Juan Carlos Escudier, de Público, se une a los alborotadores justicieros contra Chávez. Le he borrado de la nómina de las columnas que leo habitualmente. Y es que si en este país, España, pasa lo que pasa, y ya lo he dicho a lo largo de este escrito, no abriguemos dudas de que la mayor parte de culpa es de los ilustres e ilustrados periodistas que fabrican la realidad a su antojo para luego presumir de ser ellos los que nos sacan de los atolladeros, cuando no de salvarnos de incontables bandoleros institucionales a cuya depuración no da abasto la justicia.
Chávez no es un taumaturgo ni un milagrero. Chávez lo intenta todo y por poco que haya conseguido avanzar en democracia y justicia social en Venezuela, ha elevado a este país a un grado de dignidad que ni siquiera a la España de los periodistas se le ve ni por el forro.