LA crisis de la parroquia de San Carlos Borromeo en Entrevías (Madrid) y todo lo que la rodea ha saltado al escaparate de los medios. La decisión del Arzobispado de cerrarla y dividir a su feligresía parece firme. Lo fácil es asumir posturas simplistas en este tema: o conservadoras a favor de la jerarquía, denunciando prácticas contrarias a la liturgia, o progres a favor de la parroquia, clamando contra un arzobispo «anticuado». Lo difícil, pero sensato, es tener serena la cabeza, situarse en una posición de centralidad y buscar soluciones.
Desde luego, y como asunto religioso, cualquier solución debería pasar por gestos de amor. No por sanciones. Fuera de lugar, también, están gestos de oportunismo como los de José Bono o Pedro Zerolo, asistiendo a la última misa en esa parroquia. Bono, lo mismo acompaña al Corpus en Toledo, que cena con Rouco y se posiciona a favor de una parroquia rebelde. Zerolo, tras comulgar, confesó ufano que es «ateo»… siendo íntimo de Zapateo tampoco podíamos pedir más profundidad.
Leonardo Boff, teólogo brasileño, destacado miembro de la Teología de la Liberación, ha estado estos días en Madrid apoyando a la parroquia de Entrevías. Muchos planteamientos suyos, de ahora y antes, son más que discutibles. Pero cualquier persona sensata que leyese estas dos ideas que ha expresado, no podría dejar de estar de acuerdo con ellas: «Una Iglesia que no está con los más desfavorecidos y que no crea condiciones más justas traiciona la idea de Jesús y queda a kilómetros luz del Evangelio»; y «La Iglesia no existe para los puros, sino para los que necesitan, para los que tienen necesidades».
La jerarquía eclesiástica debe actuar con criterio y reflexión para solucionar este asunto que viene de largo. Porque una solución drástica puede terminar por volvérsele en contra. Desde luego, eliminar el problema no es la solución, porque demostraría incapacidad de diálogo. Cerrar y suspender a los sacerdotes revelaría solamente un carácter poco espiritual de la Iglesia, incluso un carácter carnal, una Iglesia de poder que no aguanta la pluralidad, que no soporta contenidos evangélicos centrales con la experiencia cristiana, como poner en el centro al pobre, al necesitado, al crucificado, al que ha fracasado, pero que recibe esfuerzo y esperanza. Y daría la razón a quienes opinan que en la Iglesia hay pastores que utilizan el bastón no contra el lobo, sino contra las ovejas.
En nuestras vidas, de repente, aparecen voces que no nos agradan, pero el secreto está en transformar esas voces en esperanza, no en preocupación. Todos los golpes son, en principio y antes que nada, una llamada ante la que conviene pensar y preguntarse: ¿Qué se debe hacer? ¿Cómo se puede solucionar un fracaso o curar una enfermedad? Si te duele la cabeza, la solución no es cortártela, sino tomarte un paracetamol. De igual forma, no todo lo que nos pasa y no nos guste debemos etiquetarlo como maléfico o maligno. A veces esos golpes, esas voces, son encrucijadas y crisis que debemos afrontar para seguir creciendo. No se pueden «matar» las voces, ni enfadarse contra el llamador que golpea la puerta, aunque resulte molesto.
La Iglesia debe siempre saber escuchar las «voces» y los «golpes» y, ante ellos, buscar y dar soluciones con amor y pensar, pensar y pensar en el futuro. La vida nos demuestra que, aunque parezcan grandes los problemas humanos, si se quieren encontrar soluciones se hallan. Ese es el reto para Entrevías y el Arzobispado de Madrid, para la Iglesia española, porque lo contrario perjudicaría a las personas y debilitaría a la Iglesia, le privaría de un carácter más humano, de un rostro de más misericordia, de más acogida. Y el crédito no está para esos dispendios.
Juan José Primo Jurado (Abc)