Carta de Pedro Casaldáliga al Papa Juan Pablo II

0
76

Enviado a la página web de Redes Cristianas

casaldaliga2PRELAZIA DE S?O F?LIX DO ARAGUAIA – MT
CX POSTAL O5
78370 – S?O F?LIX DO ARAGUAIA, MT
BRASIL
São Félix do Araguaia.
22 de febrero de 1986
Fiesta de la Cátedra de Pedro.
Querido Papa Juan Pablo II,
hermano en Jesucristo y Pastor de nuestra Iglesia:
Hace mucho tiempo que quería escribirle esta carta, y hace
mucho tiempo que la estoy pensando y la medito en la oración.
Me gustaría que fuese un coloquio fraterno ?en sinceridad
humana y con la libertad del Espíritu-, así como también un gesto de
servicio de un obispo para con el obispo de Roma, que es Pedro para
mi fe, para mi corresponsabilidad eclesial y para mi colegialidad
apostólica.

Hace dieciocho años que estoy en Brasil, a donde vine
voluntariamente como misionero. Nunca regresé a mi país natal, a
España, ni con ocasión de la muerte de mi madre. Nunca tomé
vacaciones en todo este tiempo. No salí de Brasil en diecisiete años.
En estos dieciocho años viví y trabajé en el nordeste del Estado de
Matto Grosso, como el primer sacerdote que se estableció de forma
permanente en esta región. Hace quince años que soy obispo de la
Prelatura de Sao Félix do Araguaia.

La región de la Prelatura está situada en la Amazonía legal
brasileña y abarca un área de 150.000 km2. Todavía hoy no cuenta
con un solo palmo de carretera asfaltada. Sólo recientemente fue
instalado el servicio telefónico. Frecuentemente la región queda
aislada o muy precariamente comunicada a causa de las lluvias e
inundaciones que interrumpen las carreteras.

Es un área de latifundios, nacionales y multinacionales, con haciendas
agropecuarias de centenas de millares de hectáreas, con empleados
que viven frecuentemente en régimen de violencia y de
semiesclavitud. Acompaño desde hace tiempo la dramática vida de
los indígenas, de los «posseiros» (labradores sin título de tierra) y de
los peones (braceros del latifundio). Toda la población en general,
dentro de la Prelatura, ha sido forzada a vivir precariamente, sin
servicios adecuados de educación, salud, transporte, vivienda,
seguridad jurídica y, sobre todo, sin tierra garantizada para trabajar.
Bajo la dictadura militar, el Gobierno intentó, por cinco veces,
expulsarme del país. Cuatro veces fue cercada toda la Prelatura por
operaciones militares de control y de presión. Mi vida y la de varios
sacerdotes y agentes de pastoral de la Prelatura ha sido amenazada y
puesta a precio públicamente. En varias ocasiones, estos sacerdotes,
agentes de pastoral y yo mismo fuimos apresados; torturados varios
de ellos también. El P. Francisco Jentel fue apresado, maltratado,
condenado a diez años de prisión, expulsado posteriormente de
Brasil muriendo finalmente exiliado, lejos de su país de misión.

El archivo de la Prelatura fue violado y saqueado por el Ejército y por la
Policía. El boletín de la Prelatura fue editado de forma falsificada por
los órganos de represión del régimen y así fue divulgado por la gran
prensa, para servir de cargo de acusación contra la misma Prelatura.
Todavía en este momento tres agentes de pastoral están sometidos a
procesos judiciales bajo acusaciones falsas. Yo personalmente tuve
que presenciar muertes violentas, como la del padre Jesuita João
Bosco Penido Burnier, asesinado junto a mí por la policía, cuando
los dos nos presentamos en la Comisaría-Prisión de Riberão Bonito
para protestar oficialmente contra las torturas a que estaban siendo
sometidas dos mujeres, labradoras, madres de familia, injustamente
detenidas.

A lo largo de todos estos años se han multiplicado las
incomprensiones y las calumnias de los grandes propietarios de
tierras ?ninguno de los cuales vive en la región- y de otros poderosos
del país y del exterior. También dentro de la Iglesia han surgido
algunas incomprensiones de hermanos que desconocen la realidad
del pueblo y de la pastoral en estas regiones apartadas y violentas
donde el pueblo, con frecuencia, cuenta sólo con la voz de la Iglesia
que intenta ponerse a su servicio.

Además de estos sufrimientos vividos dentro del ámbito de la
Prelatura, siendo responsable nacional de la CPT (Comisión Pastoral
de la Tierra) y miembro del CIMI (Consejo Indigenista Misionero),
me ha tocado acompañar muy de cerca las tribulaciones e incluso la
muerte de tantos indígenas, campesinos, agentes de pastoral y de
personas comprometidas con la causa de estos hermanos, a quienes
la codicia del capital no les permite siquiera sobrevivir. Entre ellos,
el indio Marçal, guaraní, que le saludó a usted personalmente en
Manaus, en nombre de los pueblos indígenas de Brasil.

El Dios vivo, Padre de Jesús, es quien nos va a juzgar. Déjame
sin embargo abrir mi corazón ante su corazón de hermano y de
Pastor. Vivir en estas circunstancias extremas, ser poeta y escribir,
mantener contactos con personas y ambientes de la comunicación o
de frontera (por edad, ideología, alteridad cultural, situación social,
o por servicios de emergencia que prestan) puede llevarle a uno a
gestos y posturas menos comunes y a veces incómodos para la
sociedad establecida.

Como hermano y como Papa que usted es para mí, le ruego que
acepte la intención sincera y la voluntad apasionadamente cristiana
y eclesial tanto de esta carta como de mis actitudes.
El Padre me concedió la gracia de no abandonar nunca la
oración, a lo largo de esta vida más o menos agitada. Me preservó de
tentaciones mayores contra la fe y la vida consagrada, y me posibilitó
el contar siempre con la fuerza de los hermanos a través de una
comunión eclesial rica en encuentros, estudios, ayudas. Ciertamente
por eso, creo que no me aparté del camino de Jesús, y espero,
también por ello, seguir hasta el fin por este Camino que es la
Verdad y la Vida.

Lamento incomodarlo con la lectura de esta larga carta, cuando
tantos servicios y preocupaciones pesan ya sobre usted.
Dos cartas del Cardenal Gantin, Prefecto de la Congregación
para los Obispos y una comunicación de la Nunciatura que hace
poco recibí, me han llevado finalmente a escribirle esta carta. Esas
tres comunicaciones urgían mi visita ad límina, interpelaban
aspectos de la pastoral de la Prelatura y censuraban mi ida a
América Central.

Me siento un poco pequeño y como distante en esta Amazonia
brasileña tan diferente, y en esta América Latina, tan convulsionada
y frecuentemente incomprendida.
He creído necesario hacerme preceder por esta carta. Me ha
parecido que sólo un contacto sosegadamente personal entre
nosotros dos, a través de un escrito pensado y claro, me daría la
posibilidad de aproximarme verdaderamente a usted.
La otra forma mayor de encontrarnos ya está garantizada: rezo
por usted todos los días, querido hermano Juan Pablo.

No tome como impertinencia la alusión que haré a temas,
situaciones y prácticas secularmente controvertidas en la Iglesia o
incluso contestadas sobre todo hoy, cuando el espíritu crítico y el
pluralismo atraviesan también fuertemente la vida eclesiástica.
Abordar nuevamente esos asuntos incómodos, hablando con el
Papa, significa para mí expresar la corresponsabilidad en relación a
la voz de millones de hermanos católicos ?de muchos obispos
también- y de hermanos no católicos, evangélicos, de otras
religiones, humanos. Como obispo de la Iglesia Católica, puedo y
debo dar a nuestra Iglesia esta contribución: pensar en voz alta mi fe
y ejercer, con libertad de familia, el servicio de la colegialidad
corresponsable. Callar, dejar correr, con cierto fatalismo, la fuerza de
estructuras seculares, sería mucho más cómodo. No pienso sin
embargo que fuese más cristiano, ni siquiera más humano.

Así como hablando, exigiendo reformas, tomando posiciones
nuevas, se puede causar »escándalo» a los hermanos que viven en
situaciones más tranquilas o menos críticas, así también podemos
acusar «escándalo» a muchos hermanos, situados en otros contextos
sociales o culturales, más abiertos a la crítica y deseosos de
renovación de la Iglesia ?siempre una y «semper renovanda»-
cuando callamos o aceptamos la rutina o tomamos medidas unívocas
indiscriminadamente.

Sin «conformarse a este mundo», la Iglesia de Jesús, para ser fiel
al evangelio del Reino, debe estar atenta «a los signos de los
Tiempos» y de los Lugares y anunciarla Palabra, en un tono cultural
o histórico y con un testimonio de vida y de práctica tales, que los
hombres y mujeres de cada tiempo y lugar puedan entender esta
Palabra y se vean estimulados a aceptarla.

En lo que se refiere al campo social concretamente, no podemos
decir con mucha verdad que ya hemos hecho la opción por los
pobres. En un primer lugar, porque no compartimos en nuestras
vidas y en nuestras instituciones la pobreza real que ellos
experimentan. Y, en segundo lugar, porque no actuamos, frente a la
«riqueza de la iniquidad», con aquella libertad y firmeza adoptadas
por el Señor. La opción por los pobres, que no excluirá nunca a la
persona de los ricos ?ya que la salvación es ofrecida a todos y a todos
se debe el ministerio de la Iglesia- sí excluye el modo de vida de los
ricos, «insulto a la miseria de los pobres», y su sistema de
acumulación y privilegio, que necesariamente expolia y margina a la
inmensa mayoría de la familia humana, a pueblos y continentes
enteros.

No hice la visita ad limina, incluso después de recibir, como
otros, una invitación de la Congregación para los obispos que nos
recordaba esta práctica. Yo quería y quiero ayudar a la Sede
Apostólica a revisar la forma de esa visita. Oigo críticas de parte de
muchos obispos que la hacen, pues aún reconociendo que ella
propicia un contacto con los Dicasterios romanos y un encuentro
cordial con el Papa, se revela incapaz de producir un verdadero
intercambio de colegialidad apostólica de los Pastores de las Iglesias
Particulares con el Pastor de la Iglesia universal. Se realiza un gran
gasto, es establecen contactos, se cumple una tradición. ¿Se cumple
sin embargo la Tradición de «videre Petrum» y de ayudarle a Pedro a
ver toda la Iglesia? ¿No tendría hoy la Iglesia otros modos más
eficaces de intercambiar, de establecer contactos, de evaluar, de
expresar la comunión de los Pastores y de sus Iglesias con la Iglesia
Universal y más concretamente con el obispo de Roma?

Nunca pretendería suponer en el Papa un conocimiento
detallado de las Iglesias Particulares o pedirle a él soluciones
concretas para la Pastoral de aquéllas. Para esto estamos los
respectivos Pastores, ministros y consejos pastorales de cada Iglesia.
Para eso están también las Conferencias Episcopales que, a mi
entender y al de muchos otros, no están siendo debidamente
valoradas e incluso están siendo preteridas o injustamente señaladas
por ciertas actitudes de algunas instancias de la Curia Romana. Si las
Conferencias episcopales no son ?teológicas» o «apostólicas», como
tales ?podrían no existir, sin ellas caminó la Iglesia? tampoco son,
en sí mismas, «apostólicas» o «teológicas», las curias, ni siquiera la
Curia Romana: Pedro presidió y rigió la Iglesia, de modo diferente,
en las diversas épocas.

El Papa tiene necesidad de un cuerpo de auxiliares, como
también lo necesitan todos los obispos de la Iglesia, aunque debiera
ser siempre más sencillo y participativo. Sin embargo, hermano
Juan Pablo, para muchos de nosotros, ciertas estructuras de la Curia
no responden al testimonio de simplicidad evangélica y de comunión
fraterna que el Señor y el mundo reclaman de nosotros; ni traducen
en sus actitudes, a veces centralizadoras e impositivas, una
catolicidad verdaderamente universal, ni respetan siempre las
exigencias de una corresponsabilidad adulta; ni siquiera, a veces, los
derechos básicos de la persona humana o de los diferentes pueblos.
Ni faltan, con frecuencia, en sectores de la Curia romana, prejuicios,
atención unilateral a las informaciones, o incluso posturas, más o
menos inconscientes, de etnocentrismo cultural europeo frente a
América Latina, a Africa y a Asia.

Con ánimo objetivo y sereno, no se puede negar que la mujer
continúa siendo fuertemente marginada en la Iglesia: en la
legislación canónica, en la liturgia, en los ministerios, en la
estructura eclesiástica. Para una fe y una comunidad de aquella
Buena Noticia que ya no discrimina entre «judío y griego, libre y
esclavo, hombre y mujer», esa discriminación de la mujer en la
Iglesia nunca podrá ser justificada. Tradiciones culturales
masculinizantes que no pueden anular la novedad del Evangelio.
explicarán tal vez el pasado; no pueden justificar el presente, ni
menos todavía el futuro inmediato.

Otro punto delicado en sí y muy sensible para su corazón,
hermano Juan Pablo, es el celibato. Yo, personalmente, nunca he
dudado de su valor evangélico y de su necesidad para la plenitud de
la vida eclesial, como un carisma de servicio al Reino y como un
testimonio de la gloriosa condición futura. Pienso, sin embargo, que
no estamos siendo comprensivos ni justos con estos millares de
sacerdotes, muchos de ellos en situación dramática, que aceptaron el
celibato compulsoriamente, como exigencia, actualmente vinculante,
para el ministerio sacerdotal en la Iglesia latina. Posteriormente, a
causa de esta exigencia no vitalmente asumida, tuvieron que dejar el
ministerio, y no pudieron ya regularizar su vida, ni dentro de la
Iglesia ni, a veces, ante la sociedad.

El Colegio Cardenalicio está privilegiado, a veces, con poderes y
funciones que difícilmente se conllevan con los derechos anteriores y
con las funciones más eclesialmente connaturales del Colegio
apostólico de los Obispos como tal.
De las Nunciaturas tengo, yo personalmente, una triste
experiencia. Usted conoce mejor que yo la persistente reclamación
de Conferencias Espiscopales de obispos, de presbiterios, de grandes
sectores de la Iglesia, frente a una institución tan marcadamente
diplomática en la sociedad y. con frecuencia, con una actuación
paralela a la actuación de los episcopados.

Juan Pablo, hermano, permítame todavía una palabra de crítica
fraterna al mismo Papa. Por más tradicionales que sean los títulos de
‘Santísimo Padre», «Su Santidad»… ?así como otros títulos
eclesiásticos tales como »Eminentísimo», «Excelentísimo»- resultan
evidentemente poco evangélicos e incluso extravagantes
humanamente hablando. «No se hagan llamar padres, o maestros»,
dice el Señor. Igualmente sería más evangélico -y también más
accesible a la sensibilidad actual- simplificar la indumentaria, los
gestos, las distancias, dentro de nuestra Iglesia.

Pienso también que sería muy apostólico que usted recabara
una evaluación suficientemente libre y participada, sobre sus viajes,
tan generosos y hasta heróicos en muchos aspectos, y sin embargo
tan contestados -y, a mi entender, no siempre sin motivos-: ¿no son
esos viajes conflictivos para el Ecumenismo ?testimonio de Jesús
pidiendo al Padre que fuésemos uno- para la libertad religiosa en la
vida pública pluralista? ¿No exigen esos viajes grandes dispendios
económicos por parte de las Iglesias y de los Estados, revistiéndose
así de una cierta prepotencia y unos privilegios cívico-políticos con
relación a la Iglesia Católica, en la persona del Papa, que se hacen
irritantes para otros?

¿Por qué no reexaminar, a la luz de la fe, en favor del
Ecumenisno, para dar testimonio al mundo, la condición de Estado
con que se presenta el Vaticano, invistiendo a la persona del Papa de
una dimensión explícitamente política, que perjudica la libertad y la
transparencia de su testimonio de Pastor universal de la Iglesia?
¿Por qué no decidirse, con libertad evangélica y también con
realismo, por una profunda renovación de la Curia Romana?
Sé del dolor que le produjo su viaje a Nicaragua. Aún así, me
siento en el deber de confiarle la impresión ?que otros muchos
comparten- de que sus asesores y la actitud de usted mismo no
contribuyeron para que ese viaje extremamente crítico, y necesario
por otra parte, fuese más feliz y, sobre todo, más evangelizador. Se
abrió una herida en el corazón de muchos nicaragüenses y de
muchos latinoamericanos, así como Ud. se sintió herido en su
corazón.

El año pasado estuve en Nicaragua. Ha sido mi primera salida
de Brasil después de diecisiete años de permanencia en este país. Por
la amistad que tengo, hace tiempo, con muchos nicaragüenses, por
contactos personales o por carta, sentí que debía hacerme presente,
como persona humana y como obispo de la Iglesia, en una hora de
agresión político-militar gravísima y de profundo sufrimiento
interno.

No pretendí sustituir al episcopado local, ni subestimarlo. Creí
sin embargo que podía y hasta debía ayudar a aquel pueblo y a
aquella Iglesia. Así se lo comuniqué por escrito a los obispos de
Nicaragua, tan pronto como llegué. Intenté conversar personalmente
con algunos de ellos, pero no fui recibido. La jerarquía nicaragüense
está abiertamente de un lado; al otro lado hay millares de cristianos,
a los que también se debe la Iglesia.

Pienso sinceramente que nuestra Iglesia ?yo me siento Iglesia
de Nicaragua también, como cristiano y como obispo de la Iglesiano está dando oficialmente en aquel sufrido país, y con repercusiones negativas para toda América Central, el Caribe y para
toda América Latina, el testimonio que debería dar: condenando la
agresión, propugnando la autodeterminación de aquellos pueblos,
consolando a las madres de los caídos y celebrando, en la Esperanza,
la muerte violenta de tantos hermanos, católicos en su mayor parte.

¿Sólo con el Socialismo o con el Sandinismo no puede dialogar
la Iglesia, críticamente, sí, como críticamente debe dialogar con la
realidad humana? ¿Podrá la Iglesia dejar de dialogar con la
Historia? Dialogó con el Imperio romano, con el feudalismo, y
dialoga, a gusto, con la burguesía y con el capitalismo, muchas veces
acríticamente, según ha tenido que reconocer una posterior
evaluación histórica. ¿No dialoga con la Administración Reagan? ¿El
Imperio norteamericano merece más consideración de la Iglesia que
el proceso doloroso con que la pequeña Nicaragua pretende ser ella,
por fin, arriesgando y hasta equivocándose, pero siendo ella?
El peligro del comunismo no justificará nuestra omisión o
nuestra connivencia con el capitalismo.

Esa omisión o connivenciapodrán «justificar» dramáticamente, un día, la revuelta, la
indiferencia religiosa o hasta el ateísmo de muchos, sobre todo entre
los militantes y en las nuevas generaciones. La credibilidad de la
Iglesia ?y del Evangelio y del propio Dios y Padre de Nuestro Señor
Jesucristo- depende, en gran parte, de nuestro ministerio, crítico, sí,
pero comprometido con la Causa de los pobres y con los procesos de
la liberación de los pueblos secularmente dominados por los
sucesivos imperios y oligarquías.

Usted, como polaco, está en condiciones muy personales de
entender dichos procesos. Su Polonia natal, tan sufrida y fuerte,
hermano Juan Pablo, tantas veces invadida y ocupada, privada de su
autonomía y amenazada en su fe por imperios vecinos (Prusia,
Alemania nazi, Rusia, Imperio Austro-Húngaro) es hermana gemela
de América Central y del Caribe, tantas veces ocupados por el
Imperio del Norte. Estados Unidos invadió Nicaragua en 1898 y
después volvió a ocuparla con sus marines de 1909 a 1933, dejando a
continuación una dictadura que duró hasta 1979. Haití estuvo bajo
ocupación de 1915 a 1934. Puerto Rico continúa ocupado hoy día,
desde 1902. Cuba sufrió varias veces invasiones y ocupaciones, así
como los demás países de la región, especialmente Panamá
Honduras y la República Dominicana. Más recientemente Granada
sufrió la misma suerte. El propio Estados Unidos exporta para estos
países sus sectas, que dividen internamente el pueblo y amenazan la
fe católica y la fe de otras Iglesias evangélicas… allí establecidas.

Sé también de sus preocupaciones apostólicas respecto de
nuestra Teología de la Liberación, de las Comunidades cristianas en
los medios populares, de nuestros teólogos, de nuestros encuentros,
publicaciones y otras manifestaciones de vitalidad de la Iglesia en
América Latina, de otras Iglesias del Tercer Mundo y de algunos
sectores de la Iglesia en Europa y en América del Norte. Sería
ignorar su misión de Pastor universal el pretender que usted no se
enterase e incluso se preocupase con todo este movimiento eclesial,
máximo cuando América Latina, concretamente, representa casi la
mitad de los miembros de la Iglesia Católica.

De todas formas, una vez más, le pido disculpas para expresarle
una palabra sentida respecto al modo como están tratadas por la
Curia Romana, nuestra Teología de la Liberación y sus Teólogos,
ciertas instituciones eclesiásticas ?como la propia CNBB, en
determinadas ocasiones- iniciativas de nuestras Iglesias y algunas
sufridas comunidades de este Continente, así como sus animadores.
Delante de Dios puedo darle el testimonio de los agentes de
pastoral y de las comunidades con que establecí contacto en
Nicaragua. Nunca han pretendido ser Iglesia «paralela».

No ignoran a la Jerarquía en sus legítimas funciones, y tienen conciencia de que
son Iglesia, manifestando una sincera voluntad de permanecer en
ella. ¿Por qué no pensar que algunas causas de este tipo de conflictos
en la pastoral puedan provenir de la jerarquía también? Nosotros,
con frecuencia, los miembros de la jerarquía, no reconocemos de
hecho a los laicos como adultos y corresponsables en la Iglesia, o
queremos imponer ideologías y estilos personales, exigiendo
uniformidad o atrincherándonos en el centralismo.

Acabo de recibir la última carta del Cardenal Gantin, prefecto de
la Congregación para los Obispos. En ella el Señor Cardenal, entre
otras amonestaciones, me recuerda ahora la visita apostólica que
recibí y recibió la Prelatura de Sao Félix do Araguaia en 1977. Quiero
simplemente comunicarle a usted que esta visita fue provocada por
denuncias o calumnias de un hermano en el episcopado; que el
visitador apostólico pasó apenas cuatro días en São Félix, sin visitar
ninguna comunidad, aceptando solamente conversar con
poquísimas personas y ver el Archivo de la Prelatura, después de que
le insistimos en que lo hiciese. Ni él, ni la Nunciatura, ni la Santa
Sede, jamás me comunicaron las conclusiones de dicha visita, aún
habiéndolo solicitado yo expresamente.

Quiero, finalmente, reafirmarle, querido hermano en Cristo y
Papa, la seguridad de mi comunión y la voluntad sincera de
proseguir con la Iglesia de Jesús, en el servicio al Reino. Dejo a su
criterio de Pedro de nuestra Iglesia, el tomar la decisión que juzgue
oportuno sobre mí, obispo también de la Iglesia. No quiero crear
problemas innecesarios. Quiero ayudar, responsable y
colegialmente, a llevar adelante la misión evangelizadora de la
Iglesia, particularmente aquí en Brasil y en América Latina. Porque
creo en la perenne actualidad del Evangelio y en la presencia
siempre liberadora del Señor Resucitado, quiero creer también en la
juventud de su Iglesia.

Si usted lo considera oportuno, puede indicarme una fecha
apropiada para que vaya a visitarlo personalmente.
Confío en su oración de hermano y de Pontífice. Dejo en las
manos de María, Madre de Jesús, el desafío de esta hora. Le reitero a
usted mi comunión de hermano en Jesucristo y, con usted, reafirmo
mi condición de servidor de la Iglesia de Jesús.
Con su bendición apostólica,

Pedro Casaldáliga,
obispo de São Félix do Araguaia, MT, Brasil