Carta abierta a J.A. Pagola -- Manuel de Unciti

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El Correo

Muy adrede he dejado pasar hasta hoy -sin decirte ni siquiera esta boca es mía- días, semanas e incluso, me parece, algún que otro mes desde que terminé de leer tu ‘Jesús’. Estaba totalmente seguro de que, más pronto que tarde, tendría que ponerte unas líneas para expresarte mi amistad, fraterna y solidaria, en unos días que, para ti, comenzarían a bajar turbios.

De tiempo atrás, en efecto, circulaba el run-rún de que tu libro estaba cayendo mal -muy mal- en algunos sanedrines episcopales, y los más osados o los mejor informados aseguraban que algún baculazo inmisericorde golpearía con fuerza tu cabeza o te mediría palmo a palmo tu lomo Pues bien, ya han comenzado a descargar la lluvia de palos y ¿vive Dios! que los más son gruesos y de notable calibre.

¿No circula por ahí, valga por caso, una carta pastoral, escrita y firmada por todo un señor obispo -del que dicen que es experto en teología- en la que se te denuncia de estar propalando con tu libro el viejo arrianismo del Siglo IV condenado solemnemente por el Concilio de Nicea? ¿No se afirma rotundamente que tu libro hará daño sobre todo a quienes no tienen elementos de juicio para leerlo críticamente? ¿No se denuncia que en tu ‘Jesús’ has seleccionado los rasgos que mejor te han parecido, ampliando unos y suprimiendo bastantes y -lo que es más- ‘sin ninguna referencia a la fe de la Iglesia’?

También ha arremetido contra tu obra -y esto es más grave- el director del Secretariado de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, José Rico Pavés. Dice que tu Jesús es «un Jesús irreconocible» y se rasga las vestiduras por el silencio que guardas en tu escrito sobre la concepción virginal de Cristo en el seno de la Virgen María y tu afirmación, por lo contrario, sobre los hermanos de Jesús en el sentido propio y real del término ‘hermanos’.

No te cogen de nuevas, es verdad, estas censuras, José Antonio. Tú mismo te has adelantado a augurarlas en alguna de las más de las 500 bien cumplidas páginas de tu libro. Eras muy consciente de que tu ‘Jesús’ escandalizaría a más de uno o incomodaría a no pocos. Has tratado, por eso, de fijar ya en el mismo subtítulo de tu libro -‘Aproximación histórica’- el alcance u objetivo de tu escrito, pero, según parece, te ha valido de poco. No has pretendido hacer teología, sino historia; y eso es, precisamente, lo que te echan en cara al decir que tu Jesús no se atiene a la fe de la Iglesia.

Te has pasado siete largos años entregado apasionadamente a estudiar lo que de Jesús se está escribiendo y discutiendo en los foros más autorizados y eruditos del mundo de hoy. Impresiona echar una ojeada a la abrumadora bibliografía de más de doscientos autores que enumeras al final de tu obra y, tal como los citas y hasta los comentas, tal como los ponderas o los marginas, está claro que esa galería de exégetas e historiadores, de lingüistas y arqueólogos, de antropólogos y hasta de economistas y sociólogos te son de sobra conocidos.

Los has tratado a fondo una y muchas veces. Te has familiarizado con sus puntos de vista, con sus criterios, con sus logros más sensatos y -¿por qué no?- hasta más originales. Quiero decir con esto, amigo José Antonio, que si tu ‘Jesús’ escandaliza e incomoda no es porque afirmes novedades a la buena de Dios o aventures audacias sin ton ni son. No. Todas las novedades con que nos sorprendes están avaladas por eruditos de reconocida solvencia y todas las audacias que tanto nos impactan cuentan con el respaldo de los estudiosos más cualificados. ¿Te has quemado las cejas durante siete años de estudio y, al final, nos has podido brindar, aun sin pretenderlo quizá, una verdadera enciclopedia de lo que nos es dado saber hoy con todo rigor -leyendas aparte y mitos en su debido puesto- sobre Jesús de Nazaret y sobre su mensaje de salvación!

Al proceder de este modo, esto es, al atenerte a los datos que la historia crítica considera como seguros o fiables, introduces un debate de inmenso calado. Los que se escandalizan de tu libro y te lo censuran sin piedad huyen de esclarecer o de abordar el tal debate. Lo diré con palabras muy elementales para que nadie se llame a engaño: ¿Puede montarse toda una construcción teológica e incluso dogmática sobre la base de unos hechos de historia no suficientemente controlados o hasta abiertamente erróneos y falsos? ¿O es que ha dejado de ser cierto aquello que con tanto acierto decía San Cipriano de que no hay peor corrupción que la de dar por honorable tradición de la Iglesia lo que no responde a la verdad? «Traditio sine veritate, pesima corrupcio», lo recuerdas, ¿verdad? Tú sí lo recuerdas, a buen seguro, y de ahí tu esforzado empeño por atenerte con el máximo rigor científico a lo que las disciplinas históricas dan por cierto. La verdad -y sólo la verdad- nos libera.

Quiero agradecerte, por eso, amigo José Antonio, antes que nada la elegante libertad que preside todas y cada una de las páginas de tu libro. De sobra sabías que muchos de tus puntos de vista despertarían las alarmas de los que acostumbran a invocar la prudencia -¿ojo con escandalizar a los más sencillos!- para encubrir su ignorancia, a veces, o para no reconocer, en otras, que los libros de sus bibliotecas están desde hace mucho atrás cubiertos de polvo porque no hay una mano que los acaricie de tiempo en tiempo.

Son gentes, entre otros, que no han seguido los avances, tan importantes, de las ciencias bíblicas y que por eso continúan erre que erre con que Jesús nació en Belén de Judá en una cueva y con que fue adorado por pastores y magos; digo esto, lo entiendes, a modo de ejemplo, porque aún tenemos brillantes las luces y los villancicos de la Navidad A estos tales les cuesta dar por bueno que los llamados ‘Evangelios de la infancia’ de Mateo y de Lucas no son crónicas de hechos ocurridos tal cual ellos los narran, sino composiciones de fuerte nervio teológico que no han de ser leídas al pie de la letra, sino en relación a las viejas profecías del Antiguo Testamento. No es éste, claro está, el caso de tus expertos censores, ¿válgame Dios! Son, en línea de principio, amigos de los libros y eruditos y sabios, mientras no se demuestre lo contrario. Les falta, sin embargo, ‘cintura’, como se dice ahora.

Les falta flexibilidad, voluntad y capacidad de cambio, según se me antoja. Tengo para mí que viven encorsetados por los temores a ‘meter la pata’ o a escandalizar al pueblo llano. Me cuesta entenderles; entender a Demetrio Fernández, a José Antonio Sayés, a José María Iraburu, a Luis Argüello

También quiero expresarte mi admiración por la magnífica reconstrucción que te permites de los relatos evangélicos de la Pasión del Señor, podándolos de añadidos tardíos o de glosas más o menos devocionales como el curioso ‘asunto’ de la oreja de Malco, o el de los sueños de la mujer de Pilato, o el del desplante de éste al lavarse las manos, o el de la compra del ‘campo de sangre’ con las treinta monedas de la traición de Judas y ¿tantos y tantos más a los que descabezas por infundados!

Puesto a agradecerte, debería hacerlo por todos y cada uno de los 15 capítulo de tu ‘Jesús’. Me quedo particularmente con el que dedicas al pensamiento de Jesús sobre la mujer y al comportamiento que mantuvo con ellas en una sociedad que rezumaba machismo por todos los lados. Me entusiasma el que consagras a Jesús como ‘poeta de la compasión’. Y, sobre todo, permíteme, José Antonio, que califique de hermosa y luminosa la nueva lectura que ofreces de la resurrección que Dios obra en Jesús.

Esta tu libertad tiene que pasarte factura y, de hecho, ya te la está comenzando a pasar. ¿Tendré que decirte que no te asustes por más que alguna voz episcopal te descalifique como hereje y que, una vez abierta la veda, van a ser numerosos los censores que se creerán en la obligación de alertar a los suyos para que no se dejen envenenar con tus peligrosas novedades? Repasa tu correo, el electrónico y el postal. Detente en la marea de amigos y de lectores que se te han dirigido para agradecerte por tu ‘Jesús’ y para expresarte su cálida admiración. Sabes de un obispo, vasco por más señas, que ha regalado estas navidades unos cuantos ejemplares de tu libro a sus familiares más cercanos y es de pensar que él lo había leído previamente y aprobado.

Recuenta, particularmente, los muy más que numerosos correos que han llegado a tu mesa firmados por lectores -desconocidos para ti- que te aseguran con espontaneidad y sencillez que desde hacía unos años habían dejado de ser cristianos y que ahora, con la lectura de tu libro, están advirtiendo cómo reverdece su fe y cómo se engrandece a los ojos de su corazón y en las raíces mismas de su inteligencia la figura o la personalidad de Jesús. José Antonio, amigo, cualquiera de esos testimonios te ha de recompensar, y mucho, de todos los pesares, de todas las críticas negativas y… ¿de todos los baculazos!

Con un fuerte abrazo, Manuel de Unciti.