Burkina es uno de los países más pobres del mundo. Ocho de cada diez burkinabé se dedican a la agricultura. Su renta no supera los 300 euros al año por persona y en el índice de desarrollo humano ocupa el puesto 171 de 179. La esperanza de vida es de 49 años y la tasa de analfabetismo es la más alta del mundo con un 87%. En pleno corazón del Sahel, en el África Occidental, se encuentra situada la República de Burkina Faso, ?La tierra de los hombres íntegros??. Un país sin salida al mar cuya extensión viene a ser la mitad de la de España. Esta antigua colonia francesa, conocida como Alto Volta hasta 1984, es un país estable gobernado por el mismo presidente democrático, Blaise Campaoré, desde hace 20 años.
La población burkinabé supera los 14 millones de habitantes. ?tnicamente está integrado por una mayoría mosi y numerosos pueblos mandingas como los bobos, los senoufos, los lobis o los malinkés que conviven pacíficamente con los seminómadas tuaregs y peul. Aunque el idioma oficial es el francés, se pueden escuchar hasta un centenar de dialectos. El moré es el más extendido.
Si las razas y las lenguas son variadas y conviven en paz, lo mismo sucede con las religiones. El sesenta por ciento se declaran musulmanes y los cristianos rondan el veinticinco por ciento, sin embargo, ambas confesiones tienen fuertes raíces animistas.
Ni sopas
La autosuficiencia alimentaria no está asegurada. Cíclicamente sufren hambrunas y problemas de malnutrición infantil. Sólo un 25% de la población tiene acceso al agua potable.
Antes del año 2000, las tasas de mortalidad infantil habían bajado; pero el paludismo, las infecciones respiratorias, la diarrea y la desnutrición han conducido a un serio deterioro en la salud de los más pequeños. Esto afecta gravemente a un país donde cada mujer tiene una media de siete hijos. El porcentaje de desnutrición en Burkina Faso es uno de los más altos del mundo; afecta al 30 por ciento de los niños menores de cinco años.
Una guerra silenciosa mata a niños, mujeres y hombres todos los días. Es el hambre que, en pleno siglo XXI, sigue siendo causa de sufrimiento y horror para millones de personas. Se estima que cada dos segundos un niño muere en algún lugar por causas que podrían haberse evitado, generalmente enfermedades asociadas a la desnutrición, la malnutrición, la falta de agua potable y la ausencia de servicios de salud. Resulta vergonzoso que esto siga sucediendo cuando contamos con los recursos, el conocimiento y la tecnología necesarios para evitarlo. Sin embargo, ocurre, todos los días, sin que hagamos lo suficiente por evitarlo.
Pero no es sólo la muerte, sino las huellas que el hambre deja en aquellos que la han sufrido. Cuando, durante el embarazo, la madre no tiene acceso a una alimentación adecuada, el desarrollo del nuevo ser resulta gravemente perjudicado. Si a esto se le añade que el niño tampoco dispone de suficiente alimento durante sus primeros años de vida, el resultado es que nunca alcanzará la talla física y el desarrollo intelectual para los que estaba dotado. Un déficit que le marcará de por vida, y no sólo a ese adulto, sino también a sus hijos, pues esa persona tendrá menos posibilidades y capacidades para procurarles a ellos el alimento y los recursos que necesitarán para su propio desarrollo, por lo que la huella que dejó el hambre en esa persona se termina trasladando a su descendencia en un círculo vicioso que es preciso romper.
Ni letras
Según el Informe de Seguimiento de la UNESCO, en Burkina Faso el porcentaje de adultos analfabetos se sitúa en el 76 %. O lo que es lo mismo, sólo uno de cada cuatro adultos sabe leer y escribir. Pero los números son aún más sangrantes cuando hablamos de mujeres o cuando extrapolamos los datos referidos a la población rural.
Burkina también tiene la tasa de matriculación en la escuela más baja del mundo. Sólo algo más de la mitad de los niños va al colegio. En cuanto a la educación secundaria, tan sólo uno de cada diez puede acceder a este nivel de estudios.
Ante esta grave situación todos los proyectos resultan insuficientes. Manos Unidas, comprometida con el desarrollo de los pueblos y la justicia, está apoyando los proyectos educativos de la Iglesia Católica en las distintas diócesis burkinabé así como la labor de los misioneros españoles en el país de los hombres íntegros, aunque muy pobres y sin alfabetizar.
Los Hermanos de La Salle tienen cinco grandes colegios en el país, los mismos que los Clérigos de San Viator. Las diócesis están apostando por la creación de colegios católicos, como el que se ha construido en Kaya con el dinero de los donantes españoles de Manos Unidas. Todo es insuficiente para intentar que el país deje de encabezar la terrible lista del analfabetismo mundial.