Era un consumado especialista en la liturgia de los sacramentos y, sobre todo, en las homilías, que escribía y pronunciaba como nadie. Su vida misma fue una auténtica homilía a Dios. El teólogo Jesús Burgaleta dedicó su vida entera a enseñar a los curas a decir misa. Incluso cuando le sobrevino un cáncer, contra el que luchó a brazo partido durante 18 años. Sin renunciar nunca a su sonrisa. El liturgista murió el día 17 en Madrid, a los 68 años, y fue enterrado en su patria chica, Tudela.
Junto a Casiano Floristán, Luis Maldonado, Julio Lois y Juan de Dios Martín Velasco, Jesús Burgaleta marcó en profundidad a la Iglesia española del posconcilio. Junto a sus compañeros, fue el artífice de la renovación litúrgica y sacramental posconciliar española. Con sus numerosos libros, artículos y conferencias. Y con su propio ejemplo vital. Todos sus amigos, que son muchos, coinciden en asegurar que «su vida fue un impresionante testimonio de Evangelio y de Reino».
Nacido en 1939 en Tudela (Navarra), en el seno de una familia de nueve hermanos, comenzó sus estudios eclesiásticos en Tarazona, para después continuarlos en la Universidad Pontificia de Comillas y en el Instituto Católico de París. Ordenado sacerdote en 1962, se doctoró en 1978, pero desde unos años antes se convirtió en profesor del Instituto Superior de Pastoral de Madrid, que durante años reunió a lo más granado de la teología española.
Por sus aulas pasaron miles de sacerdotes; unos, para cursar el bienio de pastoral y otros, para ponerse al día en un curso de actualización. Afable, cercano, siempre disponible y siempre sonriente, Burgaleta ayudó a miles de sacerdotes a celebrar con dignidad y cercanía al pueblo la eucaristía y a predicar con un lenguaje sencillo, directo y cercano.
«Era uno de los profesores que siempre conseguía mejores evaluaciones por parte de los alumnos. De los más valorados en el Instituto. Una referencia», aseguró Julio Lois, presidente de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, que convivió con él más de 30 años.
Si como profesor era bueno, como persona no se quedaba atrás: «Era un hombre entrañable. Excepcional, me atrevería a decir. Derrochaba alegría y vitalidad. Un amante de la vida hasta el fondo. Y eso que estuvo luchando contra la leucemia durante 18 años». «Era también -añade Lois- muy generoso y muy sincero. He conocido pocas personas tan sinceras en mi vida. Se hacía querer».
Burgaleta siempre fue un buscador de Dios. ?Porque era un enorme creyente, muy crítico y muy abierto al diálogo con la realidad??, explica su amigo Lois. Sin renunciar a sacudir las conciencias de la gente. ?Provocaba y desinstalaba, invitando siempre a ir al fondo, a lo esencial??, añade el teólogo.
Para Jesús Burgaleta la eucaristía era «un grito de justicia, fraternidad y acción profética contra una sociedad que no comparte el pan y la vida, sino al contrario, que se come al otro. La Eucaristía no es para recibir, sino para dar, compartirse, darse. La eucaristía es una bomba, pero le hemos quitado la espoleta y no explota evangelizadoramente».
Entre sus libros, quizás los más utilizados hayan sido los de homilías: Palabras del domingo y Oraciones eucarísticas, así como el Misal de la comunidad, obra conjunta de referencia, en la que colaboró. Burgaleta solía decir: «los liturgistas hemos de ser anónimos». Pero preparaba unas celebraciones, tanto en su comunidad como en las Jornadas del Instituto, que los alumnos valoraban más que las propias conferencias y ponencias.Hablaba con el rito y, siempre ?de una forma muy fiel a la liturgia y, al mismo tiempo, muy libre??, como dice Julio Lois. Y habló con la entrega incondicional de su vida. ¡Dios te ha bendecido, Jesús!
José Manuel Vidal