Julio AsterioCreo que no es serio lo ocurrido ayer en el Congreso de los Diputados y, aunque tal vez tengamos los políticos que nos merecemos, lo último que puede perderse son una formas mínimas a la hora de comportarse, incluso en el enfrentamiento dialéctico, con las formas y cortesía adecuadas. Porque, se quiera reconocer o no, cuando se ven actuaciones y situaciones como las de ayer en el Parlamento esas cosas se terminan copiando y calando como normales dentro de una sociedad mas alocada que da más importancia a las cosas del corazón, a los cuernos que se ponen los famosos o a las corruptelas de algunos personajes que a los problemas realmente serios por los que atraviesa España.
Y no es cuestión ya de quien tenía la razón si el diputado del PP por pedir a voces la dimisión del ministro, o este por no acceder a ello o el propio presidente de la Cámara por aplicar el reglamento. Eso, al fin y a la postre, da igual. Lo que realmente deja a uno descolocado es el espectáculo organizado que creo que en nada beneficia a aquello de lo que se estaba realmente tratando en la sesión correspondiente de la Cámara. Y es que en los últimos meses el debate político, el trabajo parlamentario y las confrontaciones en el hemiciclo cada vez se parecen más a un programa del corazón donde tertulianos, ocupando diferentes posiciones, muchas veces fingidas, derivan el tema, el que sea, hacia los ataques personales y las descalificaciones de todo tipo.
Y no es que un debate parlamentario tenga que ser siempre un dialogo de guante blanco, elegante y con buenas formas pero entre esto y la perdida total de las formas existe un término medio que es el que creo que ayer, definitivamente, se perdió.
Y la cosa no tendría más historia si no fuera porque eso mismo que vimos ayer en el Congreso es algo que se puede observar crece en la sociedad, en la convivencia diaria entre los ciudadanos. Cada vez es más difícil mantener un debate sereno sobre posturas y argumentos diferentes sin caer con facilidad en el insulto, en el agravio personal o en la descalificación de una de las partes por la condición, personal o social, de los participantes. Y eso es preocupante. Un ejemplo, sin ir más lejos, es darnos una vuelta incluso por nuestros blogs y descubrir la facilidad con la que esto ocurre, lo habitual que parece ser dejar de lado las argumentaciones y pasar al ataque personal o a la descalificación.
Al parecer la política y el Parlamento no es ajeno a esta tendencia social pero siendo como es una de las instituciones más importantes del Estado creo que deberían de cuidarlo un poquito más.
?Líbrame, Señor, del malvado,
guárdame del hombre violento:
que planean maldades en su corazón
y todo el día provocan contiendas;
afilan sus lenguas como serpientes,
con veneno de víboras en los labios?? (Salmo 139)