El domingo, los sectores católicos más conservadores celebraron en Madrid el acto Por la familia cristiana. Como es habitual, el arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco, fue quien habló más alto ante la feligresía. «Los ataques a la familia cristiana no respetan la Constitución», declaró antes de rematar diciendo que «conducen a la disolución de la democracia».
«La cultura del laicismo radical no construye nada, solo desesperanza por el camino del aborto y del divorcio exprés», añadió con desparpajo ante una parroquia en asamblea electoral permanente. Ante la indecencia moral de este palo, suelo encontrar consuelo intelectual en la lectura de ¿Por qué no soy cristiano?, de Bertrand Russell: «Querría ver un mundo en el cual la educación tienda a la libertad mental en lugar de a encerrar la mente de la juventud en la rígida armadura del dogma. El mundo necesita mentes y corazones abiertos, y estos no pueden derivarse de rígidos sistemas». Tenía razón Joan Fuster: «Lord Russell no es un escritor, sino un desinfectante». Amén.