El 19 de junio se celebraba el aniversario de la muerte de Vicente Ferrer, el padre Vicente Ferrer, como todavía muchos lo siguen nombrando, aunque abandonaba la Comnpañia de Jesus de forma voluntaria en 1970. Si he decidido escribir un artículo sobre Vicente Ferrer, no es sólo para dejar constancia de lo que ya es voz populis: » su entrega incondicional a todos y cada uno de los integrantes de la casta de los intocables en la India».
La dedicación, la entrega y el compromiso de este hombre han traspasado fronteras y su labor, junto con la labor de la madre Teresa de Calcuta, han permitido que en India varios cientos de miles de niños tengan un futuro.
Yo trabajo de enfermera en un Centro de vacunación internacional y por mi consulta a largo de estos años, han pasado muchos cooperantes con destino a India para colaborar en periodos cortos de tiempo con la Fiundación Vicente Ferrer. En muchos casos, han sido padrinos de los niños que integra su fundación, que tras años de colaborar con su educación a distancia mediante sus donativos, decidían cruzar el charco y conocerlos en persona.
Nadie ha quedado indiferente ante la labor que este hombre ha desarrollado en India y hoy, que se postula para la Fundación creada por él, el premio Nobel de la Paz, no hay nadie mejor a quien concederlo, más aún si tenemos en cuenta que el anterior se lo dieron a Obama, que méritos, lo que se dice méritos, aún no ha hecho muchos, más si pensamos que hace dos días se ejecutó a un condenado a muerte en su país.
Quizás, entre las multiples formas que existen de leer el evangelio, solo hay una que es sincera, aquella que se posiciona en el mismo bando que ocupó Jesús, junto a los más necesitados
Que la Fundación Vicente Ferrer obtenga el nobel de la Paz, más que un título, significa un montón de dinero que iría a parar a manos de los que pueden cambiar el destino de millones de hindues y por esto, solo por esto, ya bien merece la pena.
Pero independientemente de lo buena persona que era Vicente Ferrer, aquí en lo que me quiero centrar es en su ruptura con la Compañia de Jesús. Llega un momento en el cual Vicente Ferrer persona, trasciende a Vicente Ferrer sacerdote y abandona los jesuitas, según Anna, la que fué su esposa con posterioridad porque él no se siente apoyado en su trabajo por la Compañia y cada vez se le hace más difícil justificar sus actos pues su evangelio le dice que su corazón y su trabajo sólo pueden estar de lado de los más pobres. El dinero que se mandaba desde España como donativos para el pueblo hindú, era intervenido en parte por la Compañía y además de fondo quedaba la eterna reprimenda que se le hacía por no dedicarse en cuerpo y alma a la conversión de fieles al catolicismo.
Conflictos con la Compañía de Jesús, tuvo años después también Ignacio Ellacuría y quien sabe si hubierse abandonado la orden si antes no hubiese sido asesinado por el ejercito salvadoreño en 1989.
En el caso del Ignacio Ellacuría, el enfrentamiento volvía ser la opción social y su posicionamiento junto al pueblo, en aquellos momentos inserto en una guerra civil de años de duración en El Salvador.
En 2007, sería el teólogo Jose María Castillo quien abandonase la Compañia de Jesús. De nuevo, Pepe Castillo, teólogo de la liberación, cuestiona a una Iglesia que se aleja cada vez más del pueblo.
Quizás, entre las multiples formas que existen de leer el evangelio, solo hay una que es sincera, aquella que se posiciona en el mismo bando que ocupó Jesús, junto a los más necesitados y no desde arriba, sino trabajando mano a mano junto a ellos y haciendo de su vida, nuestra propia vida.
Que la Fundación Vicente Ferrer obtenga el nobel de la Paz, significa un montón de dinero que iría a parar a manos de los que pueden cambiar el destino de millones de hindues
Y en este punto del artículo, dejenme que recuerde a mi amigo Diamantino García Acosta, alguien a quien conocí desde pequeña por mi pertenencia a las CCP y quien hasta su muerte en 1995, influyó decisivamente en momentos puntuales de mi vida.
Diamantino García fué un cura obrero que entendió a la perfección esa teología popular que claramente le colocaba junto a los jornaleros de Los Corrales cuando marchaban a los espárragos a Navarra.
Desde la cultura y la humildad de un cura salmantino que creció en Sevilla y se hizo teólogo del pueblo en la Sierra Sur, Diamantino, igual que Ignacio Ellacuría, que Pepe Castillo y que Vicente Ferrer, también se enfrentó a jerarquía eclesiástica que lejos de compartir sus métodos, trató por todos los medios de cuestionar su labor.
Diamantino, el cura jornalero cuya casa parroquial en Los Corrales estaba abierta a todos y donde siempre había un plato de comida, pues Miguel, cura de Martín de la Jara que también falleció, siempre se ocupaba de eso. Miguel era ese ángel de la guarda de Diamantino, al que quiso siempre como a un hijo y el encargado muchas veces de contestar al teléfono cuando Monseñor Amigo llamaba para pedir explicaciones después de leer el periódico o escuchar el telediario.
Diamantino no entendia su trabajo pastoral sin un compromiso con los más necesitados y esto le llevó a propiciar el nacimiento de el Sindicato de Obreros del Campo, la Asociación Pro derechos humanos andaluza y la ONG «Entrepueblos».
Gente que hemos podido tener la suerte de conocer a estas personas, en mi caso no a Vicente Ferrer, pero si a Pepe Castillo, a Ignacio Ellacuria y a Diamantino, sabemos que están hechos de otra madera, no sé si más o menos bendecida desde el Vaticano, pero indiscutiblemente de un valor incalculable.
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