Algunas reflexiones sobre la crisis -- Santiago Sánchez Torrado

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Resulta difícil decir a estas alturas algo nuevo sobre la crisis. Es un tema permanente y obsesivo, que nos preocupa y perturba profundamente, que nos desborda y nos desconcierta con las noticias y pronósticos pesimistas que cada día nos suministran los medios de comunicación y las cifras macroeconómicas que nos aturden.

Pero hay que intentar una cierta claridad y serenidad, entre el enjambre ruidoso de datos y diagnósticos, y también reflexionar a un nivel más profundo y cualitativo, global y humanizador. Como ha dicho Juan Martín Velasco en un texto reciente, la situación más peligrosa para la esperanza no es la de una sociedad en crisis como la actual, sino la de una sociedad satisfecha, de la que la crisis presente nos está desalojando.

Esta última idea es, en el fondo, un motivo de relativo optimismo y esperanza. Si la crisis sirve para plantearnos con radicalidad los cambios de fondo que debemos acometer, no estará desperdiciada del todo ni será completamente negativa. Pero no podremos empezar a hablar honestamente mientras no se resuelvan los problemas fundamentales de la ciudadanía: el trabajo, la salud, la educación, tratando de cubrir las necesidades primordiales de las personas y de la sociedad en su conjunto.

Como condición para ello me parece indispensable superar el puro economicismo que nos invade a todos los niveles (información, opinión, análisis, conciencia y acción colectivas) y pretender un diagnóstico más globalizador e integral, que afecte a todas las dimensiones de la persona y de la convivencia social, y que nos humanice. La información que cada día nos golpea produce más bien en nosotros pesimismo, desconcierto e impotencia y nos mantiene desmovilizados y ?desactivados??. Esta parálisis colectiva es lo que busca precisamente el sistema capitalista neoliberal que nos domina, contradiciendo radicalmente el sentido de una ciudadanía participativa, combativa y defensora de sus derechos legítimos.

Esa dimensión humana de la economía nos lleva al ejercicio de una solidaridad efectiva, que es una de las prácticas coherentes que podemos llevar a cabo en este tiempo difícil. No una solidaridad retórica ni ideologizada (en el peor sentido de la palabra) sino eficaz y realista, que puede ejercitarse a distintos niveles: de pensamiento, de reflexión y debate colectivo; de carácter económico, en un planteamiento de decrecimiento o austeridad solidaria; de voluntariado, aportando el tiempo y las cualidades propias para el beneficio común, etc.

Pienso también que en el terreno económico debemos mantener una cierta perspicacia sobre las arbitrariedades que pueden cometerse y de hecho se realizan con el pretexto y al socaire de la crisis, sobre todo en la distribución de los recursos, en los recortes sociales, en el amplio y viscoso mundo de las privatizaciones?? En todo ello la crisis puede funcionar como una auténtica coartada al servicio de intereses personales, corporativos, partidistas, políticos?? Es preciso salir al paso de ella, desenmascarando dichos intereses y clarificando los verdaderos motivos que subyacen a tales actuaciones.

La crisis nos muestra asimismo el fracaso del actual sistema capitalismo neoliberal para el conjunto de la sociedad (no ciertamente para las clases privilegiadas, para la élite económica y el pode financiero), lo cual ha de ser un estímulo para seguir luchando por su definitivo derrumbamiento. Todo ello contando con la precariedad de los recursos con los que muchas veces contamos y las enormes dificultades de todo tipo que nos envuelven y condicionan.

Ante el panorama general de ausencia de moralidad a muchos niveles (corrupción económica y política en los comportamientos públicos y privados, desvergüenza en el lenguaje y en la vida real, mediocridad y frivolidad imperantes, etc.) se impone a mi juicio una ?campaña de moralización?? (con todas las cautelas hacia este término que encierra connotaciones negativas y peligrosas) desde muchas instancias (partidos, sindicatos, organizaciones sociales, asociaciones y movimientos??) para ejercer y recuperar el verdadero sentido de ciudadanía y regenerar así la democracia.

La iglesia, por supuesto, no puede estar ausente de esta dinámica, sino participar activamente en ella con su autoridad moral, que tan escasamente suele ejercer en este ámbito socioeconómico que condiciona de forma decisiva la realización integral de las personas. ¿Dónde está la contribución de la iglesia en el terreno de la solidaridad económica que debe predicar y, sobre todo, practicar? ¿Por qué a ella no le afectan los recortes ni ve mermada la dotación del Estado en esta situación de crisis? ¿Por qué no alienta con más energía una acción solidaria con los más afectados y desfavorecidos, especialmente por el desempleo, cuya realidad debería denunciar con transparencia y convicción proféticas? Digo todo ello valorando el trabajo asistencial y promocional que la iglesia realiza desde Caritas y otras instancias.

Muchas cuestiones y preguntas para responder desde la coherencia y la esperanza. Esta sociedad maltrecha nos hace sentirnos profundamente insatisfechos, lo que debe ser un motivo de rebeldía y de resistencia.

febrero de 2012