«ALBU?OL ES OTRA GOTA MÁS EN EL TRISTE VASO DEL DESCR?DITO EN QUE ESTÁ CAYENDO LA IGLESIA ESPA?OLA». Juan José Primo Jurado

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Como católico me duele lo que está ocurriendo en Albuñol, pueblo granadino de algo más de seis mil habitantes. La mayoría han usado su libertad protestando por una medida discutible como el traslado de su párroco, que según las crónicas lo estaba haciendo bien y resultaba querido, lo que tal y como están las cosas no es para desmerecer. Pero lo que realmente escandaliza del caso es la reacción del arzobispo de Granada frente a las protestas: no recibir a los vecinos y suspender temporalmente el culto en el pueblo.

No puede existir una teología que no acoja, que no tenga gestos de amor. Este mundo precisa buenos samaritanos que curen heridas, no medidas propias de dictadores. ¿Qué clase de decisión es esa de dejar a un pueblo sin misa, sin sacramentos, sin pastor? A ella se une el silencio cobarde de muchos sacerdotes ¿Por qué no se acercó a Albuñol si quiera uno, al menos a rezar un padre nuestro con el pueblo entrelazando sus manos como expresión de amor y de fe? Qué grandísimo gesto hubiera sido y cuánto menos crédito habría perdido la Iglesia.

Cabe preguntarse porqué se nombran algunos obispos y, vista su actuación, se les eleva a arzobispos. Pero mejor será no escribir la respuesta. Javier Martínez, que no recibe al pueblo porque se encuentra en peregrinación (hay algunas peregrinaciones de eclesiásticos que, en vez de realizarlas a países tan lejanos como la India, por ejemplo, resultaría mejor diesen su alto coste como limosna), ya dejó su polémica huella en Córdoba. En Granada va por el mismo camino, pero la ciudad de los cármenes no tiene la indolencia de la nuestra: cuenta con la Facultad de Teología de los jesuitas, pueblos que protestan y el arzobispo aparece en el banquillo y en coplillas.

El caso de Albuñol es otra gota más en el triste vaso del descrédito en que está cayendo la Iglesia española y sobre el que el pasado fin de semana avisaban dos articulistas. Andrés Trapiello, en La Vanguardia, escribía que «España ha dejado de ser creyente pero sigue siendo católica», basándose en que la mayor parte de los españoles continúa acudiendo a los templos para la función social de bodas, bautizos, primeras comuniones y pompas fúnebres, pero no cree en los dogmas de la Iglesia ni sigue la mayoría de sus preceptos.

Y José Antonio Zarzalejos, en ABC, señalaba que en ningún país europeo los medios de comunicación, se dedican con la fruición y frecuencia de los españoles a la crítica y la reconvención a las autoridades eclesiásticas. Y si es verdad -añadía- que hay una intención de socavar la moral católica, no es menos cierto que existen «criterios episcopales ininteligibles para las mayorías sociales españolas».

La Iglesia no puede renunciar al liderazgo moral de la sociedad, pero hoy en día ese liderazgo no se consigue por apriorismos tradicionales, ni por derecho divino, sino como consecuencia de largos y costosos procesos de empatía y comunicación sobre los problemas del presente. Afirmaba Zarzalejos que «algunos obispos están percibiendo esta nueva demanda a la Iglesia y son sensibles a ella; otros -instalados en discursos endogámicos y distantes- siguen sin entender que conectar lo permanente -la fe y la moral- y lo cambiante -las cuestiones contingentes- exige manejarse como un alquimista lo hace con las sustancias de sus pócimas».

«Faltan químicos entre el Episcopado español», concluía su artículo el director de ABC. La alquimia y la inteligencia podrían resolver el problema de Albuñol, pero sobre todo la solución pasa por la santidad: un pastor que no practique el amor, la verdad, la libertad y la justicia, no lo es. Todo lo que no sea inmediatamente reunirse con lo vecinos y devolverles el culto, será estar más cerca de colmar el vaso.

(Abc)