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Alberto Hurtado, el cuerpo místico de Cristo y su mensaje a los trabajadores de Chile (I) -- Alonso Ignacio Salinas García, encargado jurídico constitucional de la comisión chilena de Derechos Humanos (CCHDH).

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Ha sido común la simplificación de la figura de san Alberto Hurtado en todos los ámbitos sociales, ignorándose completamente sus más significativos aportes para la vida cívica, para el orden temporal, todo a la luz de la verdad revelada desde un audaz cristocentrismo que revela verdaderamente dos máximas de toda espiritualidad genuinamente cristiana que con la relación personal con Dios y la Iglesia visible se extiende a todo espacio de la vida social: la Kénosis y la Koinonía. Alberto Hurtado el santo de los trabajadores, de los empleadores, de los niños desamparados, un hombre digno de imitar para ser un auténtico patriota.

En virtud de esto, para dar testimonio del pensamiento teórico, la espiritualidad y obra de san Alberto Hurtado, este humilde trabajo busca ser un insumo para todos los cristianos, inclusive quienes no sean católicos, como también, todo hombre de buena voluntad, para acercar un poco más al orden temporal las verdades imperecederas inscritas en la misma naturaleza humana.

Especialmente, para los jóvenes profesionales, trabajadores y artesanos que en sus manos tienen el devenir de la Nación. Que nunca duden en mirar a Cristo e imitarlo, que jamás teman en hacer la obra del Padre y no tituben al llamado del Espíritu que recorre como sangre el Cuerpo Místico de Cristo.

I.- El sustrato de la espiritualidad de Alberto Hurtado: la Kénosis y la Koinonía

En la teología cristiana, la Kénosis (κένωσις)​ es el vaciamiento de la propia voluntad para llegar a ser completamente receptivo a la voluntad de Dios, abriendo el corazón al mundo y en él encarnar realmente la hipostasis de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo (Cfr Romanos 4,14; 1 Corintios 1,17 y 9,15; 2 Corintios 9:3; Filipenses 2:6-7, etc). Algo que el santo jesuita hizo carne.

Hipostasis del Padre en tanto se juzga con misericordia el mundo y se recibe a todos como verdaderos hijos pródigos, buscando entre los más humildes para elevarlos a su lugar en el plan de Dios, encontrando su semejanza en todo hombre y mujer, haciendo de la subordinación al Padre el cumplimiento de su obra en relación al prójimo (Cfr. Jeremías 22:3, Zacarías 7:9-10 o Proverbios 22:22-23). Hipostasis del Hijo en tanto se encarna entre los humildes, haciendo a los ricos pobres y haciendo a los pobres santos (Cfr. Lucas 1:52-53), rescatando hombres y mujeres para hacerlos amigos, hermanos por don de la Carne (Cfr. Juan 15:15) y sirviéndoles en cuanto el prójimo es Cristo también (Cfr. Mateo 25:36-41).

Hipostasis del Espíritu Santo en tanto se revelan en las obras la misma fe salvífica que encarna los dones (Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12,8-10; 1 Corintios 12,28-31; Ef 4,7.11f.; 1 Pedro 4:10-11) de volver a nacer en el fuego bautismal del Espíritu (Cfr. Juan 3:1–22).

Mientras que, la Koinonía (κοινωνία), es la auténtica comunión de todo el Cuerpo de Cristo, que alude a la comunión eclesial y a los vínculos que esta misma genera entre los miembros de la Iglesia y Dios, revelado en Jesucristo y actuante en la historia por medio del Espíritu Santo. Como también, a un vinculo trascendente que supera los límites de lo inmaterial, sino que, es también una comunión material. Puesto como señalaba Bernabé, santo, colaborador y discípulo de Pablo de Tarso: «Comunicarás en todas las cosas con tu prójimo, y no dirás que las cosas son tuyas propias, pues si en lo imperecedero sois partícipes en común, ¡cuánto más en lo perecedero!»(1).

Al respecto, afirmaba el jesuita chileno, en una conferencia en la Concentración Nacional de Dirigentes del Apostolado Económico-Social en 1950: “Sí, al buscar a Cristo es necesario buscarlo completo. Basta ser hombre para poder ser miembro del Cuerpo Místico de Cristo, esto es, para poder ser Cristo (cf. 1Co 12,12-27). El que acepta la encarnación la debe aceptar con todas sus consecuencias, y extender su don no sólo a Jesucristo sino también a su Cuerpo Místico.

Y este es uno de los puntos más importantes de la vida espiritual: desamparar al menor de nuestros hermanos es desamparar a Cristo mismo; aliviar a cualquiera de ellos es aliviar a Cristo en persona. Tocar a uno de los hombres es tocar a Cristo. Por esto nos dijo Cristo que todo el bien o el mal que hiciéramos al más pequeño de sus hermanos a Él lo hacíamos (cf. Mt 25)” (2).

Por ello, el Padre de la Iglesia -admirado por Alberto Hurtado-, Juan de Crisóstomo, señalo que: “No digas, ‘estoy usando lo que me pertenece’. Estás usando lo que pertenece a otros. Toda la riqueza del mundo te pertenece a ti y a los demás en común, como el sol, el aire, la tierra y todo lo demás”(3).

II.- ¿Qué es el sindicato y que fin tiene para Alberto Hurtado?

La Misión en el Orden Temporal de los Trabajadores y el Magisterio de la Iglesia
La obra de Alberto Hurtado no se limitó a la creación de instituciones de beneficencia social como el Hogar de Cristo, sino que también, abogó activamente por una mayor participación de los obreros en la vida política y económica de la nación. Junto con denunciar las malas condiciones laborales y la vulneración que significaba el trabajo infantil, fue un promotor y defensor del derecho a la sindicalización de obreros/as y campesinos/as. En ese sentido, su labor se orientó al fortalecimiento de un sindicalismo de corte católico, que el denominaba realista, fundamentalmente a través de la ASICH (Acción Sindical Chilena).

El sacerdote jesuita fue un crítico del orden social chileno. Escribió sobre trabajo infantil y explotación de género cuando pocos/as se ocupaban de ello. La creación de la ASICH fue un reflejo del intento por cambiar las desigualdades sociales y brindarles, tanto a quienes trabajan en espacios urbanos como rurales, mayores niveles de seguridad social. Pese a los pocos años que sobrevivió la ASICH luego de la muerte de Hurtado, su legado en la defensa de los derechos laborales se ha mantenido en el tiempo.

Al respecto, vamos a recorrer el análisis y teoría que nos entrega Alberto Hurtado respecto a los fines del sindicato, los medios que debe usar, la forma en que se debe relacionar con otras comunidades y el porvenir del sindicalismo según el santo chileno. Revisaremos su obra maestra: “Sindicalismo: Historia, Teoría y Práctica”, como también, los elementos de discernimiento que nos da la Doctrina Social de la Iglesia y la doctrina.

Para Alberto Hurtado el sindicato es la asociación estable de quienes pertenecen a la misma industria o profesión unidos para la promoción de la justicia y el bien común, mirando particularmente a las necesidades del trabajador como persona: las necesidades más inmediatas, tales como la defensa de sus conquistas y satisfacción de necesidades materiales, como también, su promoción y redención como persona para su plenitud(4).
Su finalidad primera, la que la caracteriza en el orden económico actual, es la de estudiar, promover y defender los intereses comunes de sus asociados, particularmente en lo que concierne al contrato de trabajo y las condiciones de la faena.

Sin embargo, el sindicato además de esto, debe promover una labor de perfeccionamiento entre sus miembros: perfeccionamiento técnico (cursos de capacitación, escuelas de aprendices, lenguas extranjeras, etc.); perfeccionamiento económico (difundiendo el ahorro, la formación de cooperativas, la difusión de la propiedad individual, el cumplimiento y extensión de la seguridad social) y; el perfeccionamiento moral acentuando su carácter de servicio a la persona (defendiendo la dignidad humana, su libertad y promocionando el acceso a la cultura, el conocimiento y la vida en comunidad)(5).

Así, sus dirigentes, según el sacerdote jesuita, no pueden contentarse con las conquistas inmediatas, sino que deben tener la mirada fija “en un mundo nuevo que encarne la idea de orden, que es equilibrio interior, los dirigentes encaminarán su acción a sustituir las actuales estructuras capitalistas inspiradas en la economía liberal por estructuras orientadas al bien común y basadas en una economía humana”(6).

Ahora bien, la Doctrina Social de la Iglesia, entiende que el trabajo no solo es una forma justa y debida de obtención de lo necesario para la subsistencia. El trabajo es además una asociación vocacional guiada por el bien común; tiene un carácter social, pues no existe un verdadero cuerpo social y orgánico sino existe colaboración y ordenación para que desde la eficiencia el ser humano produzca sus máximos frutos(7).
Asimismo, el sexagésimo cuarto Romano Pontifíce, santo y padre de la Iglesia, Gregorio Magno afirmaba con firmeza: «Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les damos nuestras cosas, sino que les devolvemos lo que es suyo»(8).

Igualmente, tradicionalmente, en la mayoría de los dogmas de las diversas iglesias cristianas, se entiende que el trabajo en sí es una dimensión fundamental de la existencia humana, llegando incluso a ser parte de la misma relación espiritual con Dios; hay un mandato de procrear y multiplicarse, una instrucción de domar la Tierra, por lo que indirectamente se entiende que dentro de la relación con Dios está el trabajo para la realización humana y el reflejo de la actividad creadora de Dios Padre y Madre(9).

Así, el Magisterio, señala que se requiere un ordenamiento jurídico que garantice el ejercicio del trabajo y las debidas garantías a la clase trabajadora; guiando el desarrollo económico al progreso social y al verdadero beneficio de todas las personas(9). En este sentido es que la Iglesia Católica promueve el Derecho de la Asociación, pues el ser humano al ser un ser sociable por naturaleza y el trabajo ser un aspecto igualmente vocacional sería contrario al Derecho Natural que los Estados prohibieran la asociación del pueblo trabajador, más aún si está dirigido a la protección de sus derechos y el bien común(11).

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