La desigualdad entre mujeres y hombres es un factor determinante en la feminización de la pobreza. Los diferentes roles sociales entre los géneros colocan a las mujeres en una situación de desventaja para desarrollarse integralmente y salir de la pobreza.
Con base en el género se construyen identidades, que se desempeñan de manera específica, éstas a su vez conforman vías inequitativas de acceso al poder y recursos para mujeres y hombres.
Dichas asimetrías se reflejan en las distintas esferas sociales como la disponibilidad de menor educación y empleo para las mujeres; el acceso a trabajos inestables y mal remunerados; la doble y hasta la triple jornada; la reducida participación en la toma de decisiones en los espacios social y familiar; y la exclusión o escasa integración a los sistemas políticos, entre otros.
En México, según cifras del Instituto Nacional de las Mujeres, (Inmujeres), el 23.5 por ciento de las mujeres asisten a la escuela, contra 26.1 por ciento de hombres. El 72 por ciento de los hombres son económicamente activos, por sólo 34 por ciento de las mujeres.
De igual forma el 31 por ciento de las mujeres nunca han trabajado, por 3.6 por ciento de hombres en el mismo caso. Las mujeres ganan de un 36 por ciento a un 50 por ciento de lo que ganan los hombres en trabajos similares.
Uno de los principales aspectos vinculados a la pobreza femenina es el papel de las mujeres, instituido socialmente, en la división sexual del trabajo que las limita al ámbito hogareño o las segrega a tareas que trasladan el modelo doméstico al espacio laboral, ello implica menos valoración social y remuneración, señalan Vania Salles y Rodolfo Tuirón en el estudio ¿Cargan las mujeres con el peso de la pobreza?
Esta situación de desventaja para las mujeres determina la clase social propiciando que la mujer pobre permanezca en círculos de precariedad difíciles de superar.
En nuestro país las condiciones de desigualdad son una realidad latente, que empeora cuando hablamos de las mujeres indígenas, más de cinco millones en el territorio nacional, según cifras del Inmujeres, cuyas condiciones de pobreza tienden a reproducirse en su descendencia.
Las indígenas tienen en promedio 3.4 hijos nacidos vivos, casi un hijo más que las mujeres no indígenas, además, la fecundidad entre las jóvenes indígenas es mayor que en el resto de la población, aproximadamente un 20 por ciento de las mujeres indígenas con 20 años de edad, ya han tenido al menos un hijo, señala esta dependencia.
Según Inmujeres, durante el período comprendido entre 1990 y el año 2000, el número de mujeres indígenas analfabetas aumentó a 10 mil.
Estas características contribuyen a incrementar la magnitud de las mujeres indígenas en situación de pobreza.