Enviado a la página web de Redes Cristianas
Declaro mi adhesión casi total al editorial de Redes Cristianas titulado «Todo lo que ahora es líquido».
Que se entienda bien: no es una adhesión nueva, actual, es de casi toda mi vida.
No quiero expresar los motivos, ni el por qué, de esa adhesión. Casi todo el texto expresa lo que siento desde hace muchas décadas.
Sin embargo, pondría tres objeciones.
1)En la frase «resulta clamorosa la irrelevancia de su presencia pública [de la Iglesia] en estos momentos tan dramáticos para la Sociedad», pondría reparos a la palabra «clamorosa». La irrelevancia sí, por supuesto, ganada a costa de muchísimo tiempo enseñando creencias y principios erróneos. Pero diría que en estos últimos meses lo ha sido (irrelevante) un poquitín menos. He visto informaciones, pero dispersas y que no recuerdo, de acogimiento de personas faltas de espacio donde vivir confinadas, en algunos locales parroquiales.
2)En la frase «Ante la estrepitosa caída de todo lo que antes era sólido», la palabra «estrepitosa» daría la impresión de algo ocurrido de forma brusca, recientemente. Pues diría que, tanto en la Iglesia como en la sociedad, aspectos realmente sólidos creo que no los había realmente desde hace mucho. (Exagerando un poco, llegaría a decir que, si lo eran, o lo parecían, era más bien como resultado de poder o de imposición.
3)En cuanto a «los templos vacíos son la respuesta más ajustada…», no participo en un sentimiento de frustración más o menos generalizado por ello. Considero que los templos llenos de antaño no eran, precisamente, algo sólido. En muchísimos casos creo que eran más bien una pantalla.
Por todo lo cual, necesitamos emprender nuevas formas, prácticas, pero incluso teóricas, reformulando principios y enseñanzas tradicionales incorrectas.
Como ejemplo de experiencia personal, diría:
Cuando era adolescente (años 50), los jóvenes de la parroquia teníamos una frase símbolo que era «católicos de misa de una» (la una del mediodía), con la cual etiquetábamos a ciertas personas, cuya fe no nos parecía imitable. Entendíamos que ir a misa a la una, o a las doce, combinado con paseo y vermut, era algo que se hacía por costumbre social, pero era un cristianismo en el cual no creíamos. ¡Fíjense cuánto ha llovido!