lanación.com
Desesperado intento de reanimar al niño
«¡Código rojo!, ¡código rojo!» Para los médicos y rescatistas entrenados es una forma de discriminar a los heridos de catalogar su urgencia, su gravedad. En este caso, la máxima: riesgo de muerte. Y los que gritaban eran paramédicos del SAME que acompañaban a un chico con ropa de gimnasia, desplomado sobre una camilla. Tendría unos 7 años.
Ocurrió en el hall central de la estación, alrededor de las 11 de la mañana. El lugar estaba prácticamente liberado para dejar trabajar a los más de cien agentes de la policía y otras instituciones. Estaban rescatando, por un hueco abierto en el techo, a los que ocupaban el lugar más dañado: la parte delantera del segundo vagón. De allí habían sacado a ese chico, del que hasta anoche no se sabía el nombre, casi desvanecido.
Antes de que pudieran llegar al final del hall, los gritos cambiaron de intensidad: estaba perdiendo los signos vitales. Frenaron allí mismo y empezaron a hacerle una resucitación. De inmediato, y como parte de una escenografía macabra, los policías formaron una ronda alrededor de la camilla donde estaba el niño, mientras los trabajadores del SAME realizaban masajes de reanimación cardíaca.
El propio Alberto Crescenti, director del SAME, coordinó las tareas de reanimación del chico. Después de algunos minutos, el médico se incorporó y les dedicó al resto de los que lo rodeaban un gesto: hizo un «no» con la cabeza, un no definitivo. Prestos, le cubrieron el cuerpo con una manta negra. Los cientos de pasajeros heridos no permitían más demoras.
Ya había llegado otro chico, algunos años menor aún, entre 3 y 4 años, conectado a un respirador de oxigeno, que fue derivado de inmediato a un hospital. La escena era de un dolor extremo. Personas que tras cuatro horas de estar atrapadas entre los vagones buscaban consuelo en la policía o los paramédicos, que los tomaban de la mano y les reclamaban contención, muchos de ellos entre gritos y lágrimas.
Sin embargo, cuando murió el chico, alrededor de las 12, no hubo ninguna mano tomada. Se escucharon los gritos de desconsuelo entre quienes estaban en el hall. Nadie entendía las causas, buscaban además alguna explicación. Lo que sí sabían es que ese pequeño no llegó al hospital, que murió en medio de una estación de tren, rodeado de desconocidos.
Varios paramédicos quedaron visiblemente afectados luego del fallecimiento del pequeño. Incluso una coordinadora del SAME felicitó públicamente a un paramédico por las tareas de resucitación que hizo con el menor. El rescatista tenía los ojos vidriosos, casi con lágrimas, después del hecho.
Entre las personas que sacaron del segundo vagón por el techo -unas 40- había hombres y mujeres adultos. En esa masa de hierros retorcidos fue donde se encontraron más víctimas fatales y con peor diagnóstico. Según las fuentes, había entre 20 y 30 personas muertas sólo en ese vagón.
(Información recibida de la Red Mundial de Comunidades Eclesiales de Base)