A raíz de la marcha contra la impunidad por la masacre ferroviaria en Once -- Mariana Núñez

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Reflexiones de mi militancia en la izquierda revolucionaria
Viernes por la noche, de vuelta de la marcha. No me puedo ir a dormir sin expresar-me. Ya me van conociendo o me conocen.
Acabo de postearle unas reflexiones a un querido compañero de camino y las ofrezco al que le vengan bien.

«Quiero contarte una pequeña anécdota. Hoy en la marcha contra la impunidad por la masacre ferroviaria de Once, me alegró contar con la compañía de tres amigos creyentes a quienes conocí en distintos espacios y momentos de mi recorrido «católico». Los tres decidieron sumarse a la convocatoria y marcharon en la columna de la Izquierda Socialista donde yo estoy militando.

No tengo idea de cómo seguirá su vínculo con el partido, pero sentí que los tres se sentían bienvenidos y muy cómodos entre los viejos y jóvenes militantes, varones y mujeres poniéndole el cuerpo a esta lucha que viene de lejos, y a su modo, se animaban a la militancia charlando, cantando y hasta portando alguna bandera. Los tres están «en búsqueda», y creo que algo han encontrado en este espacio que se les abre.

En un momento, mientras esperábamos que la marcha arrancara, me salió comentarles que «en algún punto (las relaciones humanas que aquí se establecen) son como en la iglesia». Pero volviendo ahora sobre mis palabras encuentro en principio dos diferencias abismales, que me atrevo a compartirte y que ya veré de hacerles llegar a ellos.

La primera es la verdadera democracia que estoy experimentando hoy dentro del partido. Dentro del partido verdaderamente somos iguales, y sentimos un enorme respeto por las cualidades de cada uno que se ponen al servicio de todos.

Eso nos empuja a ser libres y responsables a la par, nos incentiva al compromiso y a la formación, y a sentirnos sumamente contenidos unos por otros. Nunca me sentí así en ninguna institución eclesial, todo lo contrario: vigilada, supervisada, hasta intimidada en una escala que ha dependido de la institución y de sus funcionarios, pero que nunca logra despegar de semejante opresión de unos por otros. No son solo los curas y las monjas.

La segunda refiere a «lo que une», «lo que convoca», «el sueño común» que se refleja en los relatos, en el lenguaje, en la praxis de un grupo, comunidad, institución u organización humana. La iglesia católica, como muchas otras religiones, busca afanosamente hacer realidad un mundo que no existe, que no ha existido nunca.

Un «sueño» tan complejo que ha sido utilizado en la historia tanto por opresores como por oprimidos, y que en su desarrollo solo ha beneficiado a las clases dominantes de la sociedad y a las castas enquistadas en el poder de la institución. Y en verdad no ha hecho que la humanidad progrese «en calidad humana», a no ser por un puñado de líderes que enseguida son elevados a los altares perdiendo toda conexión con lo humano.

En el espacio de los partidos políticos de la izquierda revolucionaria (marxistas trotskistas), con sus matices, se enfrenta la realidad desnuda de la lucha de clases y se intenta empujar científicamente un cambio revolucionario que inaugure un tiempo nuevo para la humanidad; y se proyecta que la modificación revolucionaria de las estructuras económicas tendrá consecuencias inevitables en la sociedad y en los sujetos históricos que la encarnen. Yo comparto este sueño, su ideología subyacente y su praxis consecuente. Sintiéndome igualmente «sostenida» y «alentada» por «algo/alguien» que me trasciende, al que/a quien llamé hasta hace poco el «Dios de Jesús», y que ahora simplemente nombro como «la Vida».

Porque es allí, en la Vida, donde he descubierto el sentido último de vivir, esto es: mis amores, mis deseos y mis sueños, en un entramado existencial que voy construyendo y embelleciendo con otrxs y a partir del cual siento la irrenunciable e impostergable obligación de extender esta clase de felicidad a cada ser humano, comenzando por los que nuestro sistema de convivencia socio-económica va excluyendo. A ese horizonte que tengo/tenemos los militantes revolucionarios como posibilidad cierta le llamamos socialismo, y en su nombre desplegamos nuestra reflexión crítica y nuestra lucha.

Querido…, de corazón deseo que mi experiencia de este tiempo sume a tu reflexión madura de hombre creyente y seguidor del tal Jesús. Un abrazo fuerte»

No me pidas falsas / colaboraciones, juegos / del equívoco y la confusión:
pídeme que a mi ser /lo lleve hasta su sol sangrando. / No hagamos otro mundo de mentiras.
Vamos a hacer un mundo de verdad, con la verdad partida / como un pan terrible para todos.
Cintio Vitier (Cuba, 1921-2009)

(Información recibida de la Red Mundial de Comunidades Eclesiales de Base)