A propósito de Trump, ¡hablemos del Capitalismo! -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Hoy ha sido elegido presidente de los EE-UU. de Norte América el señor Ronald Trump, a quien unánimemente se le considera un exponente bastante claro de la mentalidad capitalista. Y si ya lo era a nivel individual, personal, como ciudadano de a pie, ahora tememos que lo proclame, de hecho ya lo ha asegurado a los cuatro vientos, en calidad de primer mandatario norteamericano, desde el poder político que le confiere su cargo. En consonancia con esto, ya ha dejado bien claro que pretende tener buenas relaciones «con los Estados que las quieran, teniendo en cuenta siempre los intereses norteamericanos» (Más abajo explicitaré este concepto que yo no acepto. -nº1- ).

No sé qué especie de aura o tinte sagrado ostenta el orden capitalista, que cuando se denuncia directamente como inapropiado para la búsqueda de una mínima justicia social, siempre hay alguien que se da por ofendido, como si hubiéramos tocado una esencia de los valores sociales fundamentales. En este orden de cosas, me pasa a mí lo siguiente: en una reunión de meditación bíblica que tengo todas las semanas, con señoras, en general, de una clase media acomodada, alcanzando algunas de ellas cotas que superarían, en la realidad actual, o bien en la historia de la familia, la simple clase media económico social, para adentrarse en una clase más distinguida, algunas de ellas casi llegando al mundo aristocrático, al insinuar una crítica, o denuncia, o el reconocimiento de una responsabilidad directa del capitalismo en la terrible injusticia actual, las amigas más relacionadas con el dinero, o con maridos de profesión brillante, altos ejecutivos, o con trabajos de altísimos salarios, son , siempre las que más rebaten esa crítica o denuncia, con argumentos inconsistentes.

Viene todo esto a cuento porque he leído en Religión Digital (RD) un magnífico artículo de Bernardo Pérez Andreo, titulado «O salimos del capitalismo o no habrá esperanza para la humanidad», con el sobre título de «La denuncia del Papa Francisco», y el subtítulo «La propuesta del Papa es cambiar el sistema social y proponer uno humano, basado en la dignidad de todos y el Bien Común», tal como el Papa se expresó en su durísimo discurso al encuentro de «Movimientos Populares», celebrado entre el 2 y el 5 de Noviembre en el Vaticano. Al citado discurso me referí en mi artículo de ayer, en el que calificaba al capitalismo como «terrorismo de base». Ahora aprovecho otra cita que el autor del artículo de RD, que comento, ha presentado a sus lectores: El Capitalismo «Es terrorista porque para imponer su agenda política y económica necesita hacerlo, como dice el Papa, con el látigo del miedo y el terror con el que fustiga a todos». Se trata de la «tiranía del dinero», que alcanza a todos, a los pobres convirtiéndolos en víctimas , y a los ricos, esclavizándolos hasta convertirlos en verdugos.

Lo que me sorprende, de verdad, es que en mis reuniones, conferencias, pláticas, homilías, nunca he conseguido, no convencer, que no hace falta, sino grabar en la mente, y en el corazón de mis oyentes, «buenos católicos», (¡cada ves se me escapa más que sea eso!), y fieles hijos de la Iglesia», que el comunismo y el Capitalismo fueron condenados en la misma fuerza, y en el mismo documento, por la doctrina social de la Iglesia. Y no solo mis feligreses, sino altas instancias de la Iglesia parece haber olvidado este punto tan fundamental, pues, en caso contrario, no habrían condenado con tanta vesania, (significado en el diccionario de la RAE, f. demencia, locura, furia), ese pensamiento genuinamente cristiano denominado «Teología de la Liberación», (¡qué más cristiano que un discurso teológico que una reflexión de la Salvación como liberación integral del ser humano), y apoyado, colaborado, y hasta alabado, actitudes, instituciones y proyectos de puro color, olor, y consistencia, capitalistas. Procuraré mañana, o un día de éstos, pero pronto, demostrar la frontal contradicción de los postulados capitalistas con el Evangelio de Jesús.

(Una palabra sobre lo que he prometido, y he señalado como la llamada nº 1: El Capitalismo tiene como postulado fundamental que el individuo, el grupo, o la empresa, o el Estado, buscando su propio bien, hará que cada uno de los otros consiga lo mismo en esa ¿sana? competencia, y así se vaya adquiriendo, poco a poco, una cierta justicia distributiva universal. Algo que la Historia ha demostrado falso, porque dese la segunda mitad del siglo XIX ya han pasado más de 130 años, y ese sistema solo ha favorecido a los más fuertes, o a los que, de entrada, comenzaban con ventaja. Un tratado entre Estados tiene que regirse, para que funcione, y sea justo, en la búsqueda racional del bien de todos los Estados involucrados, no solo del «mío», como, ingenua y descaradamente, anuncia Trump).

Y para terminar esta meditación, cito entero el nº 93 de la encíclica «Laudato si» del papa Francisco. nº 93: «Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social». La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada. San Juan Pablo II recordó con mucho énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno». Son palabras densas y fuertes.

… Con toda claridad explicó que «la Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la propiedad privada, pero enseña con no menor claridad que sobre toda propiedad privada grava siempre una hipoteca social, para que los bienes sirvan a la destinación general que Dios les ha dado». Por lo tanto afirmó que «no es conforme con el designio de Dios usar este don de modo tal que sus beneficios favorezcan sólo a unos pocos». Esto cuestiona seriamente los hábitos injustos de una parte de la humanidad». (Este párrafo retrata, y denuncia, uno de los dogmas más repetidos y sagrados del Capitalismo).