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El día sábado 22 pasados celebramos el día de la MADRE TIERRA, aunque este día debería celebrarse los 365 del año porque si hay un ente al que debemos todo es la Tierra. Esa nave interplanetaria que nos acoge amorosamente a los más de 8,000 millones de seres humanos durante nuestra corta o prolongada vida, o para siempre, después de nuestra inhumación y, que, sus moradores somos incapaces de amar, proteger y defender, más en estos tiempos que la sociedad esta embaucada y ensimismada en una sociedad de consumo como única alternativa y propuesta demoníaca del sistema neoliberal capitalista de la ideología que sea.
Las iglesias, las escuelas, las universidades, los diferentes medios de comunicación corporativos, además de las redes en la mayoría de los casos, son los responsables de esta destructiva ideologización y los centros mundiales de investigación de la alta tecnología se encargan de fortalecer los mercados, dedicando esfuerzos sólo para la destrucción de nuestro único espacio vital para la humanidad, promoviendo y reproduciendo este infame sistema.
Sin embargo, en las culturas orientales esta honra hacia la Madre Tierra era muy significativa y así podemos leer algunos versos en el libro de Isaías 65, escrito allá por los años 720 a 650 antes de Cristo donde encontramos una promesa halagadora y esperanzadora para los habitantes del Siglo XXI: Pues yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva y el pasado no se volverá a recordar más ni vendrá más a la memoria. Que se alegren y estén contentos para siempre por lo que voy a crear. Pues yo voy a hacer de Jerusalén un Contento y de su pueblo una Alegría. Yo quedaré contento con Jerusalén y estaré feliz con mi pueblo. Ya no se oirán, en adelante, sollozos ni gritos de angustia, ni habrá más, allí, recién nacidos que vivan apenas algunos días, o viejos que no vivan largos años, pues morir a los cien años será morir joven, y no llegar a los cien será tenido como una maldición…El lobo pastará junto con el cordero; el león comerá paja como el buey y la culebra se alimentará de tierras. No harán más daño ni perjuicio en todo mi santo cerro dice Yavé.
Y más adelante los Esenios que vivieron desde 300 años a.C. hasta 100 años d.C. y que se supone Juan Bautista, San Pablo y hasta Jesús formaban parte de ellos, mantuvieron hacia la Madre Terrenal esta filosofía y práctica: Honra a tu Madre Tierra para que tu vida sea larga sobre la Tierra. Tu Madre Tierra está en ti y tú en Ella; por Ella naciste, Ella te da la vida, Ella fue la que te dio tu cuerpo y a Ella habrás de devolvérselo algún día. Feliz de ti, que llegaste a conocerla y a conocer su Reino. Si recibes los ángeles de tu Madre y si cumples las Leyes de Ella y si haces estas cosas, nunca enfermarás. Porque el poder de nuestra Madre Tierra está sobre todo; ella tiene regencia sobre los cuerpos de todos los hombres y de todas las cosas vivientes. La sangre que circula en nosotros, nace de la sangre de nuestra Madre Tierra. Su sangre murmura en los arroyas de las montañas, fluye con amplitud en los ríos que pasan por las llanuras, duerme en los lagos, se enfurece terriblemente en los mares tempestuosos. El aire que respiramos nace del aliento de nuestra Madre Tierra. Su aliento es el azul de las alturas celestes, susurra en las cumbres de las montañas, murmura en las hojas de la selva, crece sobre los campos de cereal, dormita en los valles profundos, arde y se calienta en el desierto…
Ésta, además, es la herencia legada por nuestras culturas ancestrales de la Abya Yala y es la herencia de nuestros servidores modernos que ofrendaron su vida por ella, por este Proyecto y por nuestro bienestar, por eso se entregaron hasta el martirio: JEANNETTE KAWAS, CARLOS LUNA, CARLOS ESCALERA, MARGARITA MURILLO Y BERTA ISABEL CÁCERES FLORES, entre tantos. Nuestro mayor agradecimiento debería estar entonces en seguir sus firmes pasos y sus hermosos ejemplos y de paso estaríamos asegurando la vida futura de la raza humana y con ella la continuidad de la prodigiosa naturaleza fervorosamente llamada MADRE TIERRA.
24 de abril 2016