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Pavel Florenski es un exquisito escritor ruso, filósofo y teólogo, científico y místico, nacido en Rusia en 1882 y fusilado por el régimen soviético en 1937, influenciado por L.Tolstoi y colega de M.Bulgakov. Sacerdote ortodoxo casado, es autor de una obra tardíamente conocida, en la que destaca La columna y el fundamento de la fe. Este pensador polifónico defiende un idealismo encarnatorio, cuya divisa es propia de todo humanismo cristiano: salvaguardar lo auténticamente divino es salvaguardar lo auténticamente humano.
Por eso según Florenski en el confín del mundo y de las cosas hay que dar una especie de salto al vacío salvador, que es lo sagrado o divino, el infinito y la eternidad. Pero ese salto no nos evita la contradicción y las antinomias de la vida, sino que los asume sin superarlos abstractamente, yo diría que los ?supura?? en la encarnación cristiana y su consiguiente crucifixión existencial, porque al final se proyecta una luz que trasciende la tiniebla del sinsentido.
En la vida y obra de Florenski el sentido definitivo de la existencia es el amor religador, el cual nos abre el tiempo a la eternidad. Pero el pensador distingue bien entre entre el amor erótico y el amor espiritual, privilegiando humanamente el amor de amistad, no solo a nivel teórico sino práxico. Y ahí está su gran amistad con el poeta simbolista Andrei Belyj, una relación interpersonal profunda en la que comparece entre los dos amigos un tercero -Dios- que no los niega o reprime, sino que funda su amor al coafirmar la identidad y la diferencia de los amigos, el yo y el tú en un nosotros abierto a los demás, que así se echan de menos.
El amor erótico resulta natural o pagano, mientras que el amor espiritual resulta sobrenatural o cristiano. Pues bien, en el amor de amistad encuentra nuestro filósofo y teólogo ruso la humanidad mediadora del auténtico amor interhumano. Este amor humano auténtico se encarna en la reunión amical de diferentes, tal y como se manifiesta en el viejo símbolo de hospitalidad (tessera hospitalis), por el que nuestros ancestros (por ejemplo entre nosotros los celtíberos) constituían el pacto de hospitalidad del que se hacen eco los romanos. El amor encuentra así su apertura en la amistad, a la vez que esta se proyecta en el simbolismo fraterno de la hospitalidad, por el que nuestros antepasados pactaban ser huéspedes mutuos a través de un símbolo que, como el de las manos entrelazadas, sigue significando mutuo ligamento y reconocimiento.
De esta manera, la verdad se revela en el amor de amistad, en el diálogo con el amigo abierto a la fraternidad. En la auténtica relación de amistad la anécdota se convierte en categoría, porque como explica N. Valentini, la mutua comprensión y comunión del amor amical abre nuestra finitud al infinito. Pavel Florenski lo denomina ?tocar a Dios con nuestra carne viva a través del ánima del otro??, así pues a través del ánima o alma pero desde la carne.
La amistad íntima de Florenski con su amigo estudiantil Sergei Troickij, luego su cuñado asesinado aún joven, vuelve a verificar y sensificar la amistad fraterna de nuestro autor ?ante el icono de la madre de Dios, a la luz de una candela perfumada de miel extraída del lugar donde vagábamos juntos, bajo un vaho de incienso litúrgico??, como refiere él mismo. La relación de amistad revierte aquí en un diálogo inverso, en el que el tú es yo y viceversa, el yo es tú; la fórmula podría ser: yo eres, tú soy.
La amistad es aquí un éxodo o salida perdedora y salvadora al otro, en donde abolir los confines del yo significa revelar el confín del otro y, por tanto, desvelar la verdad humana del humano hombre/mujer en este mundo (abierto en su confín). Abolir el propio confín en la amistad es confinar/confiar en el otro, hasta el punto de poder ofrendar la propia alma por el amigo, o sea, ofrecer la vida por amor, ya que solo salva el alma el que la da, y solo el que muere fructifica, según el Evangelio de Jesús.
Pero la columna y el fundamento de la verdad sería según lo dicho el amor, un amor de amistad y fraternidad que Florenski recorre a través del antiguo ritual eslavo precristiano del ?hermanamiento??, consistente en hermanarse los amigos mediante el intercambio de la sangre, el nombre y la comida, juramentando la mutua fidelidad. Este hermanamiento pagano se asume en el posterior rito cristiano del hermanamiento espiritual, mediante la comunión eucarística en el cuerpo y la sangre de Cristo hermano y hermanador. Posteriormente este rito cristiano de hermanamiento quedará abolido en las iglesias ortodoxas, bizantinas y eslavas por problemas jurídicos, ya que representaba un cierto peligro o atentado contra la propiedad privada. Pero también debió influir cierta connotación homoerótica de dicho hermanamiento, como ha mostrado J.Boswell.
La audaz perspectiva antropológica de la obra teórica y práxica de P.Florenski se desvela en su revisión crítica de nuestra cultura fría y rígida, al proponer una cosmovisión experiencial y relacional de lo real a través de la mediación del simbolismo, encarnada en la relación amorosa o de amistad interhumana. Como dice Pablo de Tarso en el Himno a la caridad (I Cor 13), pasará todo pero quedará el amor, y este es el tema no solo de nuestro tiempo sino de todos los tiempos y por tanto de la eternidad, tal y como lo intuyó el gran filósofo y teólogo ruso.
Su principal importancia y aportación radica pues en el delineamento de una cultura del futuro, la cual solo puede proyectarse como una auténtica cultura del amor. Se trataría de transitar entonces del amor a la sabiduría a una sabiduría del amor. Pero como preámbulo debemos recuperar la razón del amor, que es la razón del corazón como pedía Pascal. En donde el corazón funge como co-razón de nuestra propia razón.