Palabras, signos y señales -- Dolores Aleixandre

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Alandar

Andaba yo pensando con qué tema okupar la casa en Febrero que es un mes un poco anodino y, al repasar el santoral y recordar que a San Valentín ya le dediqué columna el año pasado, veo que de San Blas, patrono de los males de la garganta, nunca he hecho mención y ni siquiera reparado en él. Craso error, porque tengo la voz un tanto averiada y necesito encomendarme fervorosamente a él a la vez que, por si acaso no me la cura (a veces pasa eso con los Santos), tratar de imaginar caminos alternativos de comunicación que no pasen necesariamente por las cuerdas vocales. La verdad es que, cuando le cuento mis males fónicos a alguien, la reacción suele ser de una atención amable acompañada del mensaje subliminal de que, al fin y al cabo ya he hablado más de la cuenta a lo largo de mi vida y que no pasa nada si ahora me callo.

Pensándolo bien razón no les falta, y además desde que estoy en esa clave, encuentro el Evangelio lleno de lenguaje no verbal: en los textos de Navidad, sin ir más lejos, el Niño no dice ni una palabra pero emite un particular código de señales a base de pañales, pesebres y estrellas, mudos de por sí, pero cuajados de significado. Y los profetas, listísimos ellos y sabedores de lo devaluadas que estaban las palabras (ya en su tiempo y sin ofensiva laicista de ninguna clase), inventaban gestos simbólicos y a veces rarísimos cuando querían remover y despertar a la gente. Isaías por ejemplo estuvo dos años paseándose desnudo y descalzo durante dos años por las calles de Jerusalén (que está a la altura de Burgos, o sea que imagínense las condiciones climatológicas).

Algo parecido está haciendo el obispo franciscano brasileño Luiz Cappio y cuando le vemos lavándose la cara en la orilla del río Sao Francisco, o haciendo huelga de hambre en protesta por el proyecto de trasvase de sus aguas, no hace falta que diga nada más porque con sus gestos lo está diciendo todo. Igualito que aquí.

Así que me convenzo cada vez más de que no son las palabras ni las doctrinas lo que hoy tienen el poder de mover a alguien, ya lo decía León Felipe:
«Había un hombre que tenía una doctrina.
Una gran doctrina que llevaba en el pecho
(junto al pecho, no dentro del pecho),
una doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno del chaleco.
Y la doctrina creció.
Y tuvo que meterla en un arca de cedro,
en un arca como la del Viejo Testamento.
Y el arca creció.
Y tuvo que llevarla a una casa muy grande.
Entonces nació el templo.
Y el templo creció.
Y se comió el arca de cedro,
al hombre y a la doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno del chaleco. Luego vino otro hombre que dijo:
El que tenga una doctrina que se la coma,
antes de que se la coma el templo;
que la vierta, que la disuelva en su sangre,
que la haga carne de su cuerpo…,
y que su cuerpo sea
bolsillo,
arca
y templo».

?Disolver las palabras en la sangre, hacerlas carne del propio cuerpo…?? Que San Blas nos lo conceda. Amén.