No todos los católicos pensamos como los de la plaza de Colón -- María Menéndez Villar y José Ángel González Arias (La Nueva España)

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Religión Digital

No todos los cristianos pensamos como el grupo que se manifestó en Madrid el pasado 30 de diciembre, festividad de la Sagrada Familia. Somos un matrimonio con algo más de diez años de vida en común, creyentes cristianos y miembros activos de nuestra Iglesia desde jóvenes; de hecho, nos conocimos en grupos parroquiales en los que nos formábamos en la fe, intentando que creciera y se desarrollara al mismo tiempo que crecíamos como personas.

Tenemos dos hijos a los que intentamos transmitir los valores cristianos en los que creemos, los mismos valores en los que a su vez cada uno de nosotros hemos sido educados por nuestras familias de origen. No siempre lo conseguimos, es cierto, pero en ese empeño seguimos, aportando nuestra visión social cristiana a nuestro entorno más inmediato, tal como el Concilio Vaticano II impulsó hace ya más de cuarenta años.

Llevamos unos años trabajando en el grupo de pastoral familiar de la parroquia a la que pertenecemos. Siempre hemos intentado transmitir nuestra experiencia como creyentes, nunca un recetario sobre cómo construir un matrimonio, porque para nosotros el Evangelio es la adopción de un estilo personal de vida con unos valores para ofrecer libremente y compartir en la sociedad que nos ha tocado vivir, no contra ella. Nuestra fe cristiana ofrece unas referencias vitales, propone unos valores, fundamenta nuestros principios éticos, que nos impiden excluir otros tipos de visiones del mundo y de la sociedad.

No creemos en una presencia pública de la Iglesia basada en la intensa actividad de la jerarquía de la institución en los debates y proyectos políticos y legislativos, ni en la articulación unitaria de unas bases que formando un bloque ideológico y social reproducen fielmente las directrices jerárquicas. Antes bien, creemos en la obligación evangélica de la denuncia, en defensa de la familia, de las pésimas condiciones de trabajo de tantas parejas, de los bajos salarios, de la imposibilidad de hacer frente a una hipoteca sin trabajar los dos miembros de la pareja, de no poder conciliar aceptablemente trabajo y paternidad o maternidad. Se impone una reflexión profunda en la Iglesia, porque manifestarse por la familia no exime de la responsabilidad, en base a la posición social o laboral, del mantenimiento de esas situaciones injustas.

Todos somos Iglesia. Tan llena de personas con grandezas y miserias que buscan, se pierden y, a veces, van encontrando luz en su caminar, que debemos expresar a la sociedad nuestra convicción de que el reino de Dios no se construye en el bienestar, la comodidad, la tranquilidad espiritual o las aspiraciones de poder social. La contribución a un mundo más justo y solidario en el que se respete la dignidad de cada persona y se erradique la necesidad y la pobreza es uno de los mandatos del Evangelio y en ello debemos empeñarnos, porque la necesidad y la pobreza, en sus diversas variantes, son más causa de deterioro social que los «pecados de la carne».