La Iglesia católica está siendo señalada por acosos y abusos sexuales de distinto tipo. Las acusaciones se multiplican aquí y allá, pareciera ser que una nueva generación de víctimas creció y la capacidad de denuncia se contagia generando un proceso imparable de sacar a la luz lo que permanecía oculto.
Ante estas denuncias y estos hechos, muchos y muchas creyentes experimentamos dolor y vergüenza, no de una manera farisaica sino real, porque nos preguntamos por la raíz de estos abusos y desvíos. Sin embargo, muchos prelados y dirigentes de la Iglesia ignoran la realidad y la disculpan lanzando sobre ella una cortina de humo que en nada favorece a la comunidad de seguidores y seguidoras del maestro de Galilea.
Es cierto que vivimos en una sociedad patriarcal en la cual la sexualidad ha sido enfermada, como fruto del falocentrismo dominante, de la heterosexualidad excluyente, del uso del cuerpo como un arma de poder y un objeto de victimización y de la represión brutal que se ha impuesto a mujeres y hombres sobre esta realidad fundamental de su ser, esto precisamente por parte de las iglesias occidentales.
Pero también es cierto que saltan a la vista los problemas que aquejan particularmente a la comunidad cristiana, comunidad que tendría que ser espacio de vida, de relaciones sanadas en Jesús, de respeto, amor y acogida?? y que se convierte por medio de estas prácticas en comunidad de abuso de poder, de victimización y de multiplicación de temores. Creemos que lo más importante es asumir la responsabilidad que se tiene en estos hechos, reparar a las víctimas, castigar a los culpables y garantizar unas estructuras que impidan la repetición impune de prácticas de abuso, acoso o violación.
No es propio de una Iglesia digna y responsable tender cortinas de humo o disculpar lo que no es posible disculpar y mucho menos banalizar la gravedad de los hechos.
La dirección de la Iglesia no puede seguir ignorando que hay algún problema en la raíz que posibilita y tal vez multiplica este tipo de prácticas: pederastia, acosos sexuales, abusos de poder emocional, paternidades irresponsables, exclusión de la mujer. El celibato como una imposición, como una exigencia al sacerdocio ?vocación de servicio a la que no está ligado- está conllevando una mayor posibilidad real de caer en ellas.
Es hora de que la Iglesia revise a fondo su posición frente a la sexualidad: el celibato debe convertirse en una opción, la sexualidad y el cuerpo no pueden seguir siendo parte de un aspecto fundamental de la vida ignorado, silenciado, condenado y temido. Sólo mirando de frente y hasta el fondo el problema que se está develando podrá la comunidad cristiana reencontrar los caminos de la paz, la armonía, la fraternidad y la sororidad?? sólo desde la sinceridad y la desnudez podrá retomar el mandato de amor de su Maestro.
Desde esta Declaración que hacemos como grupo:
Rechazamos enfáticamente y condenamos como creyentes toda práctica que utilice la sexualidad como arma de poder, toda sombra de abuso, de imposición o de irrespeto al cuerpo sagrado de mujeres y hombres, de niñas y niños, de jóvenes y adolescentes. Rechazamos el abuso infantil y la pederastia en cualquier institución o grupo social: iglesias, familias, grupos de trabajo. Rechazamos igualmente el silencio cómplice de los pastores y la irresponsabilidad corporativa para enfrentar estas heridas causadas en tantas vidas de niños-niñas, de adolescentes, de mujeres y hombres.
Rechazamos una tradición religiosa que ha hecho de los cuerpos y especialmente de los cuerpos de las mujeres objeto de represión, de temor, de odio. Llamamos a las mujeres creyentes a que vivan su sexualidad con orgullo, libertad y dignidad, liberándose de todo lastre de condena moral, con autonomía plena. Llamamos a los sacerdotes a que luchen por el derecho al pleno ejercicio de una sexualidad libre y madura.
Grupo de Espiritualidad y Trabajo María de Magdala Cali ? Abril de 2010
(Información recibida de la Red Mundial de Comunidades Eclesiales de Base)