¿EL DIOS DEL ISLAM, CONTRARIO A LA RACIONALIDAD? Juan José Tamayo

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El Correo

Las lecturas que vienen haciéndose del discurso de Benedicto XVI en Ratisbona se han centrado casi exclusivamente en la cita de Manuel II Paleólogo. Pero hay otro problema de fondo en el discurso que ha pasado casi desapercibido en las informaciones y que apenas ha sido abordado en los análisis teológicos del mismo: el de Dios. Se trata de un tema central en el cristianismo y el islam y de la columna vertebral de la disertación del Papa en torno a la relación entre fe y razón.

Empecemos por la cita, que plantea ya el problema de Dios. Aun cuando, tras la polémica, Benedicto XVI ha afirmado en reiteradas ocasiones que no se identifica con el contenido del comentario de Manuel II Paleólogo, en el discurso le concede gran importancia a tenor de sus propias palabras: «Quisiera tocar sólo un argumento -más que nada marginal en la estructura del diálogo- que, en el contexto del tema ‘fe y razón’ me ha fascinado y que servirá como punto de partida para mis reflexiones sobre este tema».

El razonamiento del emperador es el siguiente: difundir la fe mediante la violencia es algo irracional y no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. ?sta es la premisa mayor del argumento. Ahora bien -premisa menor-, el islam impone la fe a través de la violencia. Luego -conclusión- la imagen del islam sobre Dios es irracional y violenta.

Apoyándose en los comentarios de Theodore Khury, editor del diálogo de Manuel II Paleólogo, Benedicto XVI abunda en la misma conclusión, hasta afirmar que, para la doctrina musulmana, «Dios es absolutamente trascendente y su voluntad no está ligada a ninguna de nuestras categorías, ‘incluso a aquélla de la racionalidad’ (subrayado mío)». No hay que ser muy lúcidos y perspicaces para descubrir las trampas de la argumentación. ¿Por qué Dios tiene que estar ligado a nuestras categorías? Precisamente la idea de Dios es transcategorial, no está atada a categoría humana alguna. «Si comprendes, no es Dios», decía Agustín de Hipona. ¿A qué categorías se refiere Benedicto XVI? ¿A las occidentales? Si es así, habría que recordar que las categorías occidentales son sólo eso, categorías, mediaciones del lenguaje que comparte una determinada comunidad cultural, pero no dogmas que haya que imponer a otras comunidades culturales. Sería presuntuoso y rayano en el fundamentalismo por parte de Occidente considerar que detenta el monopolio de la racionalidad y que todo lo que se sitúe fuera o al margen de sus ‘categorías’ es irracional. Es mi primera reflexión.

No entiendo muy bien -y es mi segunda reflexión- el empeño de Benedicto XVI en establecer distinciones rígidas y oposiciones irreconciliables entre el Dios del islam y el Dios del cristianismo. Judaísmo, cristianismo e islam pertenecen a la familia de las religiones monoteístas y creen en el mismo Dios: el Dios de Abraham es el Dios de Jesús y éste no es distinto del Dios de Mahoma. No son tres dioses rivales y en competencia. El Corán insiste en la continuidad de la revelación judeo-cristiana-islámica y se refiere constantemente a la unicidad e identidad de Dios. La más grave desviación de la fe monoteísta en las tres religiones no es la negación de Dios, sino la idolatría: la adoración al becerro de oro, en el caso de la religión hebrea; servir al dinero convertido en ídolo, en el caso de Jesús de Nazaret; los asociadotes (quienes asocian a Dios con los ídolos), para Mahoma; la adoración al oro del becerro, la idolatría más extendida hoy. Carece de sentido, por tanto, contraponer Alá al Dios cristiano. Son el mismo y único Dios.

Lo mismo cabe decir de la trascendencia, que es un atributo común a Dios en las tres tradiciones religiosas. Circunscribiéndonos al islam, puede decirse que, efectivamente, entre los atributos aplicados a Dios están el de Altísimo, Grande, Poderoso, Todopoderoso, Supremo, Fuerte, Potente, Santo, etcétera. Todos ellos hacen referencia a la trascendencia e inmanipulabilidad de Dios. Pero esos atributos no son exclusivos del islam; también se le aplican a Dios en el judaísmo y el cristianismo. Y de ahí no puede deducirse que sea irracional. Además, en el Corán a Dios también se le llama el Sagaz, el Conocedor, el Omnisciente, el Onmividente, entre otros.

Tampoco la vinculación de Dios con la violencia resiste la prueba de los textos de el Corán. De los 99 nombres que el libro sagrado del islam da a Dios, ni uno solo hace referencia a la violencia, a la espada. Así lo pone de manifiesto el libro ‘El secreto de los nombres de Dios’, del sufí murciano Ibn ‘Al’ Arabí (1165-1240), cumbre de la mística musulmana (edición de Pablo Beneito, Editora Regional de Murcia, 1997). Amén de los nombres y atributos ya citados de la omnipotencia y la sabiduría de Dios, hay otros que subrayan actitudes pacíficas, justas y solidarias. A Dios se le define como creador, hacedor, amable, afectuoso, misericordioso, compasivo, indulgente, agradecido, piadoso, paciente, generoso, proveedor, abogado, perdonador, supremo dador, reconocido, congregador, admirable, guía, protector, supervisor, guardián, vigilante, bienhechor, equitativo, vivificador, resucitador, luz, etcétera. Otro de los nombres que se le dan es la Paz (‘Al-Salam’), entendida en su sentido integral, que incluye salud y salvación, y no simplemente ausencia de guerra.

Tampoco está justificada la afirmación de que en la doctrina musulmana la voluntad de Dios no está ligada a la categoría de la racionalidad. Al menos eso no se deduce del Corán. ?ste afirma expresamente que Dios no fuerza a los hombres a ser creyentes y que tampoco sus seguidores deben hacerlo (10,99). ?sta es «la Verdad (que) viene de Dios: ¿Que crea quien quiera, y quien quiera que no crea!» (18,29). Contra quien Dios se irrita no es contra los que no creen, sino contra los que no piensan (10,100). No hay contradicción, por tanto, entre Dios y racionalidad, entre creer y pensar. El pensar precede al creer y la creencia se asume desde la fe, pero sin renunciar a la razón. No se puede acusar, por tanto, a Dios de actuación arbitraria. La armonía y el diálogo entre fe y razón han sido una constante en los pensadores musulmanes y es uno de los mejores legados que Occidente ha recibido de la filosofía y de la teología islámica, sobre todo en la Edad Media, pero también en otras épocas de la historia.

Hay momentos estelares en la historia del islam en que fe y razón han avanzado juntas con sentido crítico y constructivo. Lo que no podemos los teólogos cristianos occidentales es someter al Dios del islam a nuestras categorías de racionalidad. La racionalidad ni es exclusiva del ‘logos’ griego, ni se agota en él, como tampoco se deja apresar en y por la razón moderna. Imponer el ‘logos’ greco-cristiano al islam de hoy, como pretenden amplios sectores intelectuales occidentales, es una muestra más de imperialismo ideológico y cultural, filosófico y teológico, amén de un reduccionismo intelectualista de la fe. Someter la fe musulmana al veredicto de la modernidad europea sería caer en una peligrosa forma de totalitarismo, en una nada sutil intolerancia y en la negación de una de las señas de la modernidad, cual es el pluralismo.

En el discurso de Ratisbona el Papa defiende muy certeramente la necesidad de «ampliar nuestro concepto de razón y su aplicación», más allá de la razón instrumental y positivista. Pues bien, creo que esa ampliación implica también incorporar las distintas formas de racionalidad y de sabiduría islámicas, el mensaje liberador de la revelación coránica y la experiencia religiosa de los creyentes musulmanes, si bien críticamente.

Termino ya. Los enfrentamientos entre religiones, los choques de civilizaciones y los conflictos entre culturas tienen con frecuencia su origen en las guerras entre los dioses. ?sa es precisamente la guerra que hay que evitar, y muy especialmente entre las tres religiones del Libro, que comparten la fe en el mismo Dios, que remite derechamente a la práctica de la justicia.