La Iglesia católica está en caída libre: los jóvenes la consideran la institución menos digna de su aprecio y han pasado del 77% al 49% los que se declaran católicos. Si atendemos al número de practicantes, que se queda en el 10%, hay que concluir que los católicos son una minoría en España.
Lejos quedan los tiempos de un Juan Pablo II declarando en Madrid, en 1982, que España, con Polonia e Irlanda, era reserva espiritual de Occidente. Ahora nos parecemos más a Francia, país laico por excelencia, pero con una diferencia notoria. Allí, la Iglesia y los católicos se saben una minoría que ha hecho un duro aprendizaje: si quieren influir en la sociedad tienen que hacer ofertas competitivas, cualificadas, bien argumentadas. No en vano es la patria de Mauriac, Bernanos, Claudel o Maritain. Como ser católico va contracorriente, han sabido sacar partido de ser una minoría.
Aquí los católicos son ya minoría, pero se comportan como si fueran mayoría. No han sabido aprovechar el prestigio social que supone tener una visión del mundo que no se lleva y que por eso exige argumentos propios. Una minoría no puede permitirse tener creencias sin tener razones para ello.
Los dirigentes de la Iglesia española, sin embargo, piensan y hablan como si estuviéramos en el posnacionalcatolicismo. Ahí está Rouco, el cardenal de Madrid, repitiendo a propósito de la ley orgánica de educación (LOE) que el Estado debe atenerse a un orden natural que sólo sabe interpretar correctamente la Iglesia. Alguien tendría que pedirles cuentas por dilapidar una herencia milenaria.
Reyes Mate, profesor del CSIC (El Periódico).