Enviado a la página web de Redes Cristianas
(Del muro de Manuel VH en facebook)
Ayer subí una publicación sobre la aparición del grupo musical -INC?GNITAS-, hace ahora 50 años, pero dentro de unas horas se cumplirán también otros 50 años de la llegada del ser humano más especial que jamás haya conocido Los Corrales en toda su historia.
Muy posiblemente estos dos 50 Aniversarios, coincidentes en el tiempo, pasen desapercibidos por la mente de la mayoría de nuestro pueblo. En otros lugares que se hubiesen dado esas mismas circunstancias, lo más seguro es que los conmemorarían. Habría actos culturales para recordarlos, pero hemos sido más educados para el olvido que para la memoria, para pasar el momento, que para aprender de la experiencia. Por otra parte, nuestras instituciones oficiales locales, en este tipo de acontecimientos padecen de un analfabetismo social y cultural muy lamentable. Siguen sin enterarse de nada. Ni les interesa, ni están, ni se les espera.
Incluso esto nos ocurre con nuestros propios antepasados. Cuando mueren, lo que queda de ellos es lo que recordamos, pero el día que dejamos de recordarlos es como si no hubiesen existido. No tenemos costumbre de dejar algo escrito sobre sus vidas.
Por suerte, en este caso, aun quedamos muchas personas que conservamos fuertes vivencias de lo que significó Diamantino, pero también han transcurrido casi 25 años de su fallecimiento y buena parte de quienes tuvimos ese contacto más cercano, sobrepasamos ya la edad con la que él murió.
Recuerdo aquel 10 de agosto de 1969 como si fuese hoy mismo. Yo tenía entonces once años y era monaguillo, junto a mi hermano Francisco y mi primo Paco Montes. Coincidía que el nuevo cura, de tan sólo 26 años de edad, me llevaba quince años justos. Habíamos nacido el mismo día, el 24 de octubre, y vino a sustituir a otro llamado Angel Romero, un sacerdote de ideas muy conservadoras, con cara de pocos amigos, bastante pesetero y seco de carácter. Después nos enteramos que era del Opus Dei. La verdad es que éste nos quitó todas las ganas de continuar con la sotana. Por eso desde el primer momento no perdí detalle del cura entrante.
La primera impresión fue buena. Era simpático, sencillo, gracioso y conversador. Nos dijo que se llamaba Andrés Diamantino, y que si nos resultaba raro lo de ?Diamantino?? que le llamáramos solo Andrés. Una semana después nos citó a los tres monaguillos y nos sentamos en el primer banco delantero de la parte derecha, junto a la sacristía. Allí nos propuso formar un equipo y nos enseñó una canción, con la que siempre comenzar todas las reuniones: ?Somos un equipo, un solo corazón. Venimos en busca de alegría y de ilusión, un equipo que al partír un piñón, ¡amigos de verdad!. ¡Hola Pepe, hola Juan!, juntos a todos podemos ayudar y alto hasta el cielo se elevará un canto de amistad.??…, Imposible olvidar las letras.
Poco a poco nos fuimos enterando de que había nacido en un pueblo de Salamanca, que con cinco años se trasladó a Sevilla, donde estudió bachiller, y que no tuvo muy claro si hacerse médico o sacerdote.
Nos contó que había pasado un año en Bélgica, antes de venir para Los Corrales, pero ninguno podíamos imaginar entonces lo que aquel muchacho traía en su cabeza. Pocos días después supimos que su destino no fue casual, porque venía junto a un equipo de cuatro compañeros más que habían elegido la Sierra Sur de Sevilla para su trabajo: Los Corrales, Martín de la Jara. Pedrera. Gilena y Aguadulce.
Apenas pasaron dos meses, comenzaron a aparecer por la sacristía nuevos grupos de niños y niñas para hablar de lo que debía ser una verdadera amistad, de la solidaridad, del egoísmo o de las injusticias. Nuestro grupo se llamaba «Los Mosqueteros», otros; «Los Chumberos», «Los Traperos», así hasta un buen puñado de equipos. Nos repartió toda la sacristía, cortada con telas de sacos, para que allí nos reuniéramos y colgáramos posters, fotos, e hiciéramos actividades.
Al poco tiempo nos quitó también la obligación de repartir las hojas parroquiales que llegaban del Episcopado y que los monaguillos llevábamos cada domingo a las casas más pudientes, al cuartel de la guardía civil, a los maestros, al médico, al alcalde, a los comercios, etc. Aquello fue un gran alivio para nosotros. En su lugar, los nuevos curas, comenzaron a editar cada semana sus propias hojas, en las que reflejaban otra versión del cristianismo y de los problemas reales de la gente: paro, emigración o incultura. Estas las dejaba Diamantino en una mesita a la salida de la iglesia para que la gente las cogieran voluntariamente.
Mas tarde comenzaron a señalar también la falta de libertad del Régimen Franquista y la reacción no se hizo esperar en las autoridades, ni en los sectores conservadores, que empezaron a escandalizarse.
A medida que los grupos se fueron ampliando, curiosamente, en todos los pueblos surgió el mismo calificativo hacia los jóvenes que nos acercabamos a ellos, catalogándonos como: ?la gente del cura??, de manera un tanto despectiva.
En Los Corrales, desde los primeros momentos, Diamantino se propuso ser un trabajador más del pueblo, renunciando a la paga de sacerdote para ganarse la vida como cualquier jornalero y comenzó a emigrar a la vendimia francesa y a trabajar en la aceituna. Incluso algunas temporadas decidió irse también a la hostelería y a los espárragos. Donde estaba el pueblo, allí quería estar, pasando las mismas fatigas, las mismas alegrías y las mismas esperanzas. Mientras tanto, su compañero Miguel, veinte años mayor que él, y destinado en Martín de la Jara, cubría las ausencias temporales y las obligaciones parroquiales de ambos lugares, asumiendo cada uno un papel para los mismos objetivos.
En muy poco tiempo, Diamantino consiguió hacerse querer por muchas familias humildes, conociendo a todos y todas por sus nombres y apodos. Allí donde había un enfermo, un necesitado o un problema, siempre estaba presente y disponible para arreglar papeles o resolver cualquier asunto.
Fue convirtiendo su casa, la iglesia y la sacristía en un centro de actividad permanente; reuniones con niños y jóvenes, clases de alfabetización gratuitas para los que no sabían ni leer ni escribir, asambleas para informar a los trabajadores, charlas semanales de problemas sociales, actividades culturales en las que se leían otros libros, se escuchaban otras canciones o se representaban pequeñas obras de teatro. Durante los primeros años, entrar en su casa significaba descubrir cada día nuevas experiencias que en la calle estaban prohibidas.
Su brillante don de palabra actuaba como un potente imán que fue acaparando poco a poco la atención de todo el pueblo. Sus ideas eran claras y firmes, y a medida que afianzaba su compromiso con los trabajadores y los explotados más se entregaba a su servicio.
Su intensa dedicación a los débiles le hacía ser muy crítico con la jerarquía de la Iglesia, a la que denunciaba de alianza con los poderes establecidos y de pasividad ante los abusos e injusticias. Practicaba un cristianismo liberador de los oprimidos y comprometido con los pobres. Por ello, fue haciendo de la Iglesia un refugio para defender a los débiles, organizando encierros, huelgas y protestas contra el abuso y la explotación.
En los momentos difíciles, era el primero en dar la cara, antes de que la represión pudiera llegar a alguno de los trabajadores, una actitud por la que fue amenazado, detenido, juzgado y perseguido por las autoridades.
Incluso ya en plena Democracia, en uno de los informes que envió la Guardia Civil de Los Corrales al Gobernador se decía: «Donde hay conflictos laborales, allí se encuentra Diamantino, siendo su labor la de un revolucionario. Este sacerdote, está conceptuado en este puesto como activista en contra del Régimen actual, ya que es muy amante de todos los partidos políticos que están en contra del Gobierno de la Nación, siendo de tendencias comunistas por cuyo motivo su conducta deja mucho que desear».
En 1975 el dictador falleció y parecía abrirse una esperanza, un nuevo camino hacia una sociedad libre y democrática que acabara con las injusticias del pasado, pero Diamantino, con la visión de futuro que siempre le caracterizó, adivinó pronto el modelo de Democracia que los grandes partidos estaban pactando. En una Hoja Parroquial, publicada el 31 de octubre de 1976, señaló con extraordinaria precisión lo que iba a ocurrir en los años posteriores.: ?Democracia, una palabra que ahora atraviesa de parte a parte todos los periódicos del país, y que se hace imprescindible en cualquier discurso de personas que han convivido cómodamente con la Dictadura. Democracia, una palabra que interesa menos de lo que se aparenta. Pronto se instalará en nuestro país una controlada Democracia, pero tú y yo y la mayoría seguiremos muy alejados de los centros donde se tomen las decisiones económicas y políticas. A lo más que llegaremos será a echar una papeleta con un voto para darle más poder a quien controla la opinión pública desde los medios de comunicación. Con poder votar no está hecha la Democracia. La Democracia es darle poder y participación al pueblo para que él sea el propio protagonista de su destino y de su historia. ? Han pasado 43 años de este escrito y no se equivocó ni un milímetro si analizamos la situación actual.
Consciente de que se abría una nueva y compleja etapa, se implicó en esa tarea, participando en verano de 1976, en la fundación del Sindicato Obrero del Campo, donde fue elegido Presidente. Al mismo tiempo, en Los Corrales, participó también en la creación de la Asociación de vecinos «La Unión», que canalizaría todas las inquietudes políticas, sociales y culturales, hasta desembocar en 1979 en las primeras Elecciones Municipales. De ahí nacieron las Candidaturas Unidas de Trabajadores. (CUT).
El continuo problema del paro y la emigración azotaban nuestros pueblos. La Reforma Agraria pendiente en Andalucía era uno de los grandes retos históricos para los sindicatos campesinos y su puesta en marcha podía aportar grandes soluciones.
Por primera vez, después de cuarenta años, se reanudaba la lucha por la tierra. El 12 de julio de 1978, La finca ?Aparicio?? en la carretera de Osuna, fue el primer objetivo y muchos trabajadores de Los Corrales respondieron a la llamada. Se extendieron las ocupaciones por toda Andalucía y el respeto a la dignidad del «jornalero», saltó a todos los medios de comunicación. El Himno de Andalucía comenzó a recobrar vida en cada ocupación al cantar «Andaluces levantaos, pedid Tierra y Libertad», y el orgullo de ser andaluz y jornalero empezó también a tener sentido real en un colectivo de trabajadores, que tomaban el protagonismo de su propia historia.
Grandes fincas próximas a Los Corrales, propiedad de terratenientes, no escaparon al punto de mira de Diamantino, encabezando en numerosas ocasiones ocupaciones para exigir cultivos que dieran mano de obra y repoblación forestal. Su participación en la mayoría de los conflictos del campo, le fueron forjando como un luchador infatigable y un líder jornalero sin precedentes en esta zona. Su presencia y sus palabras reforzaban los encierros en Ayuntamientos, Diputaciones u Oficinas del INEM. La preocupación constante por la falta de trabajo le hizo buscar y gestionar medios y posibilidades para impulsar Cooperativas de Trabajadores. Las que surgieron en Los Corrales en ese periodo fueron fruto de ese esfuerzo.
Conocía los despachos de la administración y de los gobernantes como nadie. Su alcance hacia cualquier lugar sorprendía a diario. Con él se relacionaban innumerables personas de todas partes, y de su mano llegaron a nuestros pueblos lideres sindicales, políticos, y mucha gente del mundo del arte y la cultura. Unos y otros traían un enorme caudal de experiencia a estos pueblos olvidados desde siempre.
Su dedicación era constante como cura obrero en la Iglesia y en la calle, trabajando en su casa y en el campo, atendiendo problemas, organizando y movilizando, acompañando a los que sufrían, visitando cárceles, hospitales y barrios marginados de toda Andalucía. No había imposibles para él. Si ocurría una desgracia no importaba si había veinte, cien o mil kilómetros. De día o de noche, con peligro o sin é,l Diamantino hacía todo lo posible para estar presente.
Hizo su cuerpo fuerte al frío, al calor, a la lluvia, y cuando surgía un problema, en su conciencia no había excusas para la duda. Su sola presencia tranquilizaba y los problemas se hacían más pequeños con su apoyo. Todo ello fue proyectando su gran valor personal hacia amplios sectores de la sociedad, con el que fue ganándose el respeto a todos los niveles.
Los Corrales, castigado de siempre por el paro y la emigración, encontró en Diamantino un aliado incondicional, un luchador incansable por la dignidad dentro y fuera del pueblo. De ello se derivaron numerosas asambleas contra el abuso y el fraude, contra la manipulación y el engaño, contra la firma del patrón y a favor de todo lo que significara dignificar el trabajo. Sus aportaciones dentro del SOC fueron fundamentales para que los trabajadores de Andalucía y Extremadura percibieran ayudas, subsidios y empleo comunitario. Esto fue la base fundamental para la creación del PER en 1984.
Su avance siempre constante en pro de la justicia, saltó las fronteras y su ejemplo escapaba hacia cualquier sitio donde había que luchar contra la marginación. A su casa venían los oprimidos, los marginados, los castigados por la droga, los que no tenían vivienda, los inmigrantes….. Su continua actividad, reconocida en todos los ámbitos políticos y sociales, alcanzó un enorme prestigio de entrega y honradez por toda Andalucía. Lo llamaban desde cualquier lugar para escucharle. Sus artículos en la prensa eran un continuo clamor de denuncia y defensa de los olvidados.
Su vida se fue consolidando como un patrimonio de todos los desheredados de cualquier parte del mundo, conociendo personalmente la miseria extrema allí donde nace, y la lucha de los pueblos por liberarse: Guatemala, El Salvador, Nicaragua o Brasil.
A finales de los 80, fundó en Andalucía la Asociación Pro Derechos Humanos y la organización Entrepueblos para unir esfuerzos en defensa de los pobres con campañas y proyectos de ayuda al Tercer Mundo, al chabolismo, a los inmigrantes, campañas contra el racismo y la xenofobia y un sin fin de problemas que se acumulaban en su agenda.
En toda esa labor era consciente de los grandes obstáculos que debía combatir frente a los poderes establecidos, convirtiéndose en un personaje molesto para los distintos gobiernos, pero le alentaba su fé y el ejemplo del Cristo crucificado por las mismas causas.
En el mismo sentido, también Diamantino tuvo que convivir con la incomprensión de algunos sectores de nuestro propio pueblo, y aunque ahora resulte difícil de entender, no hay que ocultar que en los veintiséis años que permaneció en Los Corrales, tampoco se libró de insultos, mentiras, ataques y calumnias, incluso de algunos vecinos y vecinas a los que tanto defendió, un hecho que él siempre atribuyó a la ignorancia y a la falta de conciencia. Esa realidad, lamentablemente sigue presente cada vez que se cuestiona la oficialidad y el poder establecido.
Diamantino destacó como un hombre pacifico y pacifista donde los haya. Durante toda su vida denunció los gastos militares, la entrada de España en la OTAN, la manipulación televisiva, el folklore religioso de los falsos cristianos y la utilización de los santos para diversiones o campañas turísticas y comerciales.
A finales de 1989, le llegó uno de los golpes más duros. Un cáncer linfático comenzó a acompañarle para el resto de su vida, creándole una continua dependencia de tratamientos y hospitales. A pesar de ello, seguía su tarea diaria, volcado cada vez más en la Asociación Pro Derechos Humanos.
En 1993, le concedieron en el Dia de Andalucía la Medalla de Plata por su labor en defensa de los colectivos más desfavorecidos, pero su conciencia, siempre firme y critica con el poder no daba tregua a lo que toda su vida habían sido sus objetivos. Con sus propias palabras manifestó: «Después de tantos años y de haber pasado tanto. De haberme perseguido, incomprendido y detenido, es estimulante que ahora a quienes seguimos luchando, haya ciertas voces que nos admiran. De todos modos yo me pregunto inquietado cuando hago esta reflexión, -¿Que cosas mal estaré? haciendo cuando están empezando a hablar bien de mi???.
No había día ni hora que no tuviera sobre la mesa cientos de asuntos que resolver. Sus esfuerzos por mantener el ritmo y aparentar un estado de salud normal, eran enormes. No se quejaba, pero la enfermedad asomaba por su rostro. Cada vez con menos defensas, el cansancio y la fiebre iban debilitando su voz. Sin embargo, a niveles sociales, muchos colectivos barajaban su nombre para proponerlo Defensor del Pueblo en Andalucía, pero su salud se movía en dirección contraria.
Sin despedirse de nadie, a finales de Noviembre de 1994, decidió marcharse a Sevilla con su familia. Desde allí seguía de cerca la actividad de la Asociación Pro Derechos Humanos a golpe de teléfono, pero el proceso había entrado ya en una etapa irreversible.
Poco a poco Diamantino se fue apagando. Aquí en Los Corrales, muchas personas seguíamos en silencio sus últimos días en el hospital. Cada tarde y cada noche alimentábamos una pequeña esperanza. No había un instante en el que continuamente dejaran de pasar por las puerta de su habitación gente de cualquier lugar para intentar verlo y expresarle la gratitud de haberlo conocido.
Tras un mes de angustia e incertidumbre, la mañana del 9 de Febrero de 1995, recibimos la peor noticia. Diamantino nos había dejado para siempre.
Desde entonces, su vida comenzó a ser parte del recuerdo y un fuerte estímulo para quienes intentan continuar su lucha.
Al conmemorarse el primer año de su fallecimiento, nuestra única Plaza cambió de nombre para llevar el suyo. Igualmente, numerosas calles, locales y centros de enseñanza de toda Andalucía hicieron lo mismo.
En Los Corrales se aprobó el trámite para nombrarlo hijo adoptivo e hijo predilecto.
Hoy, cincuenta años después, su casa, la Iglesia y cada rincón del pueblo siguen siendo el escenario real donde se escribieron páginas inolvidables para la Historia de Andalucía, pero sus doctrinas sólo sobrevivirán si el pueblo al que se entregó durante tanto tiempo tiene la valentía de mantener viva su memoria.
FOTOS: 1) Día de la llegada a Los Corrales el 10 de agosto de 1969. 2) Foto tomada en agosto de 1984, durante la ocupación de la finca «Las Cabreras».