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GIANNI VATTIMO: «CUANDO SE IDENTIFICAN DIOSES Y CULTURA SE ABRE LA PUERTA A LAS GUERRAS DE RELIGIÓN»

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Las religiones deben renunciar a su pretensión de identidad cultural y política y predicar una actitud de aceptación del otro, porque sólo así se evitarán los enfrentamientos entre civilizaciones. El diagnóstico lo hace Gianni Vattimo (Turín, 1936), uno de los creadores del concepto de ‘pensamiento débil’, un planteamiento que surge en sociedades donde conviven muchos puntos de vista que obligan a grandes acuerdos para la convivencia. Vattimo lo explica en una entrevista concedida a este diario.

-El papa Benedicto XVI ha condenado el relativismo. ¿Qué opina de esa condena?

-Cuando el Papa habla de relativismo y lo condena, me pregunto si yo soy relativista, y me respondo que no. Admito que hay muchos puntos de vista sobre las cosas, pero confío mucho en el mío. La condena del relativismo es la condena de la sociedad liberal. No hay un relativismo individual. En una sociedad tienen que convivir diferentes miradas, y eso es el relativismo. Si luego el Papa dice que con el relativismo no se llega a un acuerdo social, yo tengo que añadir que el acuerdo se establece entre quienes tienen ideas diferentes. La verdad está en el acuerdo, no en lo que alguien impone a los demás.

-¿Por eso apenas hay ya valores absolutos en nuestras sociedades?

-Con los absolutos hay siempre una autoridad. La noción de absoluto es autoritaria, propia de alguien que no tiene límites. Si hay un absoluto siempre hay que encarnarlo en una clase, una persona, un grupo, que acceden a ese absoluto y el resto tiene que aceptarlo. Eso supone una estructura mental muy tradicional y autoritaria.

-¿Carecemos de esa forma de algo firme a lo que agarrarnos, de principios que nos guíen de forma inequívoca?

-Sí, los tenemos; el problema es que son de cada uno, o de la propia comunidad. Pero cuando estamos en comunidades diferentes, ¿qué sucede? ¿Tenemos que pensar que las demás religiones son falsas? No creo. Sé muy bien en lo que yo creo y lo que tengo que hacer. Y una de esas cosas que debo hacer es no imponerme a los demás por la fuerza. Vivo en una sociedad en la que hay diferentes miradas y tengo que ponerme de acuerdo con los demás para admitir que tenemos que observar algunas leyes. Hablar de absolutos en este terreno es bastante absurdo, porque a lo largo de la Historia se han modificado muchas veces leyes y convenciones.

-¿Se han acabado por tanto las certezas y entonces ahora sólo nos quedan incertidumbres?

-Creo que cuando alguien habla de la era de las certezas se refiere más bien a la de las autoridades. Y esa, afortunadamente, se acabó. Ahora hemos descubierto que podemos ponernos de acuerdo en unas cuantas cosas y reservar las certezas para una serie de principios de tipo científico. Estas certezas son objetivas y por eso no están en discusión. El problema es que sobre los valores no hay certezas científicas. Si reducimos los valores a la verdad objetiva, vamos a tener que identificar a Dios con un hecho, algo querido a los ateos: como no se puede medir, no existe.

La religión

-Y en este tiempo con pocas certezas y muchos pactos, ¿para qué sirve la religión?

-En cierto sentido, creo que Marx tenía razón cuando dijo que durante siglos la religión tuvo el papel de reforzar a la autoridad política. Ahora, en este momento, en la religión hay más de prevención en contra de los absolutos que una afirmación de un absoluto.

-De forma que a las religiones les queda Dios como absoluto y nada más.

-Dios es el enemigo de los ídolos, es quien me defiende de los ídolos, de las pretensiones absolutas de las autoridades, de las ciencias, de los expertos…

-¿Las religiones pueden unir a las sociedades sobre esos principios de los que habla?

-Cuando las civilizaciones identifican sus dioses con su propia cultura, abren la puerta a las guerras de religión. La verdad del cristianismo consiste en haber denunciado las pretensiones de verdad absoluta de las religiones. Es una religión de la libertad. A lo largo de siglos, el cristianismo fue la religión de Occidente, pero tiene que descubrir su propia naturaleza, que no consiste en ser la religión de un pueblo, sino una religión que libera a los pueblos de los vínculos religiosos. Comenzó siendo la religión del pueblo judío, pero Jesucristo la convirtió en una religión universal, lo que supone no admitir absolutos identificados con culturas.

-Pero se ha llegado a un punto en el que un cristiano y un musulmán que coinciden en algún lugar se miran con desconfianza.

-Pero eso no es un hecho religioso, sino de tipo socio-económico-político. Las culturas que fueron oprimidas por Occidente nos miran como a conquistadores; nosotros los vemos como enemigos económicos y políticos. La tarea máxima de hoy es que las religiones abandonen su propia pretensión de identidad cultural y política fuerte y prediquen una actitud de aceptación del otro.

-¿Por qué hoy el enfrentamiento entre países es mayor que al final de la era colonial?

-Es una consecuencia de la globalización. Por un lado, hay solo un poder mundial, el del imperio norteamericano del que formamos parte. El resto son enemigos. Bush los llama terroristas. Eso nunca pasó en la época poscolonial porque había muchos poderes. Hoy se ha radicalizado la lucha porque el poder se ha unificado. Me parece que el único camino de liberación es que haya un mundo multipolar.

-¿Echa en falta a la URSS?

-No la echo en falta personalmente, pero es cierto que nos falta un equilibrio mundial. Nadie pensaba que era mejor vivir en la URSS de Stalin que en Occidente, pero nos falta ese equilibrio mundial, con la capacidad de elegir entre diferentes opciones. La paz, ya lo decía San Agustín, es la tranquilidad del orden, y eso sólo puede darse en la multiplicidad. Si sólo hay uno, los demás son oprimidos o rebeldes.

-¿Qué papel tienen los medios de comunicación?

-Siempre he tenido mucha confianza en los medios y en su poder para una globalización buena. El mayor peligro es que se conviertan en instrumentos de pensamiento único. Hasta hace algún tiempo, he desconfiado de las identidades locales, las naciones y todo eso, pero hoy creo que las culturas locales tienen que defenderse lo mejor posible porque son las últimas formas de independencia humana que tenemos. Por eso debemos criticar el mito de la unidad, que no siempre es lo mejor.

Libertad y espectáculo

-¿Internet amplía los espacios de libertad?

-Hasta ahora es bastante neutral, pero hay que advertir que Internet no se puede adaptar sin más a un mundo tradicional en otros aspectos. Piense en lo que pasa con el software: si se intenta aplicarle la idea tradicional de propiedad intelectual no se llega a ninguna parte porque siempre habrá piratería. Estamos ante la posibilidad de inventar una vida social diferente a la del pasado. ¿Y qué decirle de la idea de privacidad en un mundo controlado por los satélites?

-¿Debemos entonces renunciar a ella?

-No debemos reivindicar la privacidad entendida en un sentido tradicional, sino defender que todos tenemos que vivir en un ámbito público. No tengo nada en contra de que Bush sepa todo de mí, si yo también lo sé todo de él. No podemos poner límites al conocimiento.

-¿Cree que la TV ya ha eliminado esa privacidad, al convertir la vida de las personas en espectáculo?

-Se ha llegado a ese espectáculo porque hasta ahora conocer la vida privada de la gente era imposible o no se admitía. Cuando deje de existir la privacidad y todo sea visible, ya no habrá espectáculo y todos seremos más respetuosos. Es como el prohibicionismo con las drogas. Cuando se prohíben, siempre hay gente que gana dinero.

-El problema es que, metidos en ese espectáculo de la vida, todos somos actores y hay muchos en desacuerdo con su papel.

-No soy tan pesimista sobre esa idea del espectáculo y sus protagonistas. Como dijo Warhol, cada uno de nosotros puede convertirse en un personaje de la tele durante 15 minutos de su vida. A algunos puede no gustarle, bien porque se preguntan por qué sólo 15 minutos y no toda la vida, bien porque creen que ese tiempo ha falsificado su existencia. Cuando uno se hace visible tiene que cambiar sus valores. No hay valores supremos, como decía Nietzsche, sino valores medios. No existe ya un estilo de vida, sino muchos.

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