Enviado a la página web de Redes Cristianas
Tenía diez años. El grupillo de niños subimos a la casa abandonada de la zona alta.
Cuatro paredes casi derechas y algunas montañas de escombros a base de ladrillos y cal de un siglo. Jugamos al estilo de la educación recibida por las películas de la tele: somos mosqueteros que damos nuestra vida por el rey, o soldados británicos que damos la vida de los demás por la reina. Alguien gritó ?¡El viejo! ¡El viejo!?? y corrimos como solo puede hacerlo un niño.
¡Un momento! ¿Qué viejo? ¿De qué huimos? ¿Qué hemos hecho? ¿Qué
hay que temer? Me paré. Di la vuelta. Con las manos en los bolsillos, tranquilo y dispuesto a resolver la confusión, miré la figura de un hombre no tan viejo que venía hacia mí, seguido de un joven. Somos un grupo de niños jugando en un lugar abierto. Lo estamos pasando bien. ¿Dónde está el problema? Hablando se entiende la gente ¿no es cierto?
Cuando el hombre se encontraba a metro y medio de mí, comencé a decirle algo. No
recuerdo qué fue. Tal vez ?¡Hola! Verá usted, nosotros…?? No pude seguir. Me levantó con un brazo y, suspendido en el aire, comenzó a darme patadas. Fue una paliza descomunal.
A lo lejos escuchaba ?¡Papá! ¡Déjalo! ¡Lo vas a matar!??. No sé cuánto tiempo pasó.
Recuerdo estar en el suelo, despertando de un sueño totalmente incomprensible. Hacía
un rato que padre e hijo se habían marchado. Me levanté y caminé torpemente. Mis
amigos me esperaban con cara de miedo y risas nerviosas. Hasta al cabo de varios días
no supe interpretar todo aquello. Aprendí varias cosas. Aprendí qué ocurre cuando una
parte pacífica e ingenua tiene en frente a una parte violenta que no conoce el significado del diálogo y que condena de antemano. Aprendí qué es el desequilibrio de poder.
Aprendí que hay personas que dejan escapar las oportunidades de aprender de otras
personas. Aprendí que aquello que estaba sintiendo por primera vez en mi vida se
llamaba odio. Aquel hombre pudo explicarme que, al menos a su modo de entender, yo
estaba haciendo algo malo, pero decidió enseñarme que la violencia es una forma de
comunicación que no solo anida en las películas.
El 25S, en Madrid, reviví aquel episodio.
Las cosas se pueden contar de muchos modos. Por eso construimos imágenes tan
diferentes sobre la historia. O, mejor, por eso construimos historias tan diferentes. Déjame que te cuente el 25S de un modo distinto a como estoy escuchando y leyendo al día siguiente, desde la perspectiva de una de las muchas personas que estuvo allí.
Vivo en Andalucía. A principios de agosto recibí un correo-e en el que se anunciaba
una acción con nombre ?Ocupa el congreso??. Tal y como yo lo veía, se trataba de un acto inspirado en el modo en que la población islandesa tomó las riendas de su estado, evitando el expolio, la deuda ilegítima y la impunidad de los altos cargos políticos y financieros que llevaban al país a la ruina. El pueblo islandés decidió decidir su futuro y hoy se encuentra en pleno proceso para una nueva constitución. Parece un cuento de hadas. Así que era cuestión de tiempo que alguien, en el estado español, hiciera una propuesta similar.
Imagina que tienes una citación para un juicio. Buscas a un abogado y le contratas.
El especialista representa tus intereses. ¿Cuáles son? ¡Que importa! Tus intereses los decides tú, no el abogado. ?l no es quién para decidir qué es lo que tú quieres, sino el especialista teóricamente capaz de traducir tus deseos en una buena defensa. Imagina que el abogado, una vez contratado, ya no representa tus intereses, sino los de otra persona; ya no te obedece, sino que actúa incluso a favor de la organización de la que quieres defenderte. Cuando te diriges al abogado, no te recibe. No te escucha. Incluso, los medios de comunicación se dirigen a él, no a ti. La opinión pública escucha al abogado que te representa y, asumiendo que en efecto te representa, no siente ninguna necesidad de escucharte a ti. Las palabras de quien oficialmente está representándote vienen a ser ?sé que esta persona está preocupada, pero quiero decirle que no se preocupe, que aunque no entienda lo que estoy haciendo, trabajo para ella, tengo en mente sus intereses, pero yo soy quien manda aquí porque soy quien sabe hacer el trabajo??.
Esto te sorprende. Incluso te indigna. Así que vas a los juzgados para cantarle
las cuarenta y decirle que le rescindes el contrato, que buscarás a otro abogado. A la entrada del edificio te encuentras a un grupo de policías que te impide entrar. El abogado ha acordado una ley con otros en su situación, una ley que le protege ante los replanteamientos de los clientes. Un ayudante del abogado recalca en los medios algo que ya sabes: los juzgados son un lugar sagrado que debe permanecer inmutable para garantizar sus funciones. ¡Esto es demasiado! Chillas que no hay derecho.
Gritas alto para que te escuchen. Dices que tú eres quien sabe cuáles son tus intereses, que tú eres quien paga al abogado, que no te representa, que esto es un timo. La policía te rodea y te da una paliza. Vuelves a casa con magulladuras y acusaciones de desorden público, desacato a la autoridad, atentado a las instituciones… Lo que más te duele no es el cuerpo, sino el alma. Mientras tanto, el abogado sigue cobrando de tu cuenta bancaria y los medios de comunicación que se han hecho eco de la noticia te señalan como una persona agresiva e irrespetuosa, un mal ejemplo.
En España, la soberanía nunca ha residido en el pueblo. Esto a lo que hemos
llamado democracia ha consistido en un desplazamiento de la soberanía desde el pueblo
hacia el gobierno. Se trata, forzando el término, de una democracia sustitutiva sorda: parte del pueblo escoge a personas que les sustituyen durante cuatro años para tomar decisiones que pueden o no estar contempladas en (o, incluso, ser contradictorias con) el programa con el que las formaciones políticas se presentan a las elecciones. Si no cumplen o hacen lo contrario, no les pasa nada. Se forma un gobierno monocolor que hace desaparecer los millones de votos que no se han destinado específicamente a su partido.
Desempeñan una obra de teatro en el parlamento, según la cual parece que
debaten y discuten, cuando sus señorías saben que las decisiones, todas, ya han sido
tomadas y atadas antes de llevar las propuestas a la cámara. Se impone una disciplina de partido, de tal forma que los diputados rinden obediencia a su organización política antes que a cualquier otro interés. Se reúnen y deciden cuánto van a ganar, durante cuánto tiempo van a cobrar del Estado, con qué derechos e inmunidades… Etc.
Durante esos cuatro años desatienden a la opinión pública, a pesar de que las encuestas o sondeos indiquen que el pueblo soberano desea otra cosa. La soberanía es así: se toman decisiones soberanas erróneas y decisiones soberanas acertadas, además de perspectivas discutibles pero siempre soberanas. No obstante, nuestro gobierno afirma ante los medios, sin ninguna vergüenza, que toma las decisiones unilateralmente, que es quien manda aquí y se ve obligado a gobernar con medidas que sabe que no gustan a nadie (o casi nadie). ?Soberano?? significa ?el que manda??. Al otro lado, seguimos afirmando que vivimos en una democracia. Y ello a pesar de que los últimos acontecimientos muestran con claridad hiriente que la soberanía tampoco reside en el gobierno, sino fuera del Estado, en instancias políticas y economicistas que nada tienen que ver con la democracia.
Nuestro gobierno, una vez constituido, sale fuera a preguntar ?¿qué hago??? Ahí afuera, en la dirección donde el gobierno pregunta, no estamos quienes
constituimos el pueblo. Y a esto lo seguimos llamando democracia.
La iniciativa ?Ocupa el congreso?? nacía peligrosa. Bajo el supuesto de que lo que
tenemos es una democracia, las instituciones que defienden lo que tenemos son, por ello, instituciones que garantizan la democracia. Luego, la propuesta de ir contra esas instituciones es directamente catalogable como una iniciativa antidemocrática, un atentado a la democracia que debe ser convenientemente reprimido. El guión está claro.
No obstante, si lo que tenemos no es democracia, pero es democracia lo que queremos,
no hay más remedio que ir contra tales instituciones. Dado que la democracia se instala totalmente dentro de un espíritu pacífico de diálogo y participación, una iniciativa que busque el advenimiento de una democracia no puede utilizar métodos contrarios al objetivo, sino procedimientos pacíficos y participativos. Por eso ?Ocupa el congreso?? no se propuso como una nueva versión de ?Toma la Bastilla??, sino como una presencia pacífica y persistente, basada en una invitación abierta a la población, en la denuncia de la práctica frente a la teoría de la democracia, en el estímulo de que un pueblo soberano puede y debe recuperar su soberanía secuestrada… Y así fue como viví todo el proceso, los manifiestos, los comunicados, las plataformas, las asambleas, reuniones físicas y virtuales, las conversaciones… Conforme pasaba el tiempo, el movimiento fue creciendo, sumando adhesiones y generando ilusión.
En cuanto la iniciativa comenzó a superar el umbral de la invisibilidad, las alusiones del lado oficial que vela por el respeto a las instituciones democráticas comenzó a hablar de golpe de estado, atentado a las instituciones, carácter agresivo, minoritario e inaceptable de la iniciativa… pero transmitiendo a la población tranquilidad, la seguridad de que las fuerzas del orden sabrían mantener a raya a esos radicales.
En un baño de miedo, pero con atrevimiento incombustible, las redes comenzaron
a llenarse de reacciones lentas y difusas, de información incompleta, de dificultades… Si alguien se identificaba, corría el riesgo de ser acusado de terrorismo y de recibir un tratamiento policial y judicial acorde con la acusación. No obstante, algunas personas y grupos comenzaron a dar la cara. En paralelo, comenzaron también las identificaciones, los viajes a comisaría y las denuncias por la Audiencia Nacional. Aun así, el movimiento no ha parado de crecer.
Vivimos en una sociedad del miedo. Sufrimos mucho miedo a muchas cosas, aun
sin movernos de casa. Lo hemos aprendido tan bien que no es difícil acumular más
miedo. Los resortes son sencillos. El gobierno ha sabido jugar su papel en este escenario: pocas declaraciones (para no dar protagonismo a la noticia) pero con una imagen de control y seguridad (elementos que reducen el miedo) para la ciudadanía alineada con ellos, y de respuesta contundente (miedo, miedo) para el resto. El miedo ha restado muchas adhesiones en la práctica del 25S. He visto a gente ilusionarse primero para dar marcha atrás después, llena de miedo. Tal vez se nos esté escapando que el miedo debería ser incompatible con una democracia. La gente no debería sentir miedo de la policía, ni de las instituciones del Estado. Aquel niño de 10 años confiado, que deseaba jugar en la casa abandonada, podría haber tenido en
frente a otro niño, también pacífico.
Ambos conversarían y llegarían finalmente a alguna conclusión. Por ejemplo: mejor no
jugar ahí, es peligroso para ambos. O, tal vez: ¿qué tal si jugamos juntos? La respuesta de la institución democrática fue como la del viejo de mi infancia: ?te vas a enterar??. Su objetivo fue no solo asfixiar el movimiento, sino aniquilarlo de forma ejemplar: que gracias al miedo nadie pueda abrigar la esperanza de que algo así tenga éxito jamás.
Fue una jornada alegre, esperanzadora, llena de ilusión. La cadena humana estaba
formada por gente diversa, de todas las edades, pero con el denominador común de una
cara de niño inequívoca. Fue un acto ingenuo a manos de personas que pensamos que
una presencia pacífica, multitudinaria y persistente conseguiría algún efecto, alguna
respuesta no violenta. Tal vez al otro lado también había miedo. Tal vez cree el ladrón que todos son de su condición. Tal vez también por eso, a este lado tantas personas intentábamos pensar que no había sitio para el miedo y procuramos construir el día con alegría y esperanza.
En Plaza de España estaba prevista una recepción que no tuvo lugar porque la
policía había retenido a la comitiva de bienvenida. Gente de Barcelona se quejaba de
numerosos autobuses retenidos entre Zaragoza y Madrid por controles policiales que
implicaban horas en revisar concienzudamente las pertenencias de sus ocupantes.
Noticias similares llegaban, a través de los móviles, desde varias procedencias. Un grupo de miembros de la universidad (principalmente, Sevilla, Granada, Madrid, Segovia, Valladolid y Canarias) buscamos un rincón de la plaza para organizar una asamblea específica universitaria a las 15h30′. ¿Qué estamos haciendo en la universidad en esta época convulsa? Las conclusiones eran comunes: una minoría se mueve, la mayoría mantiene un discurso de desconfianza frente a las posibilidades de cambio y prefiere salvarse lo mejor posible de la época, adaptándose a las nuevas normas. Decidimos llevar a cabo un encierro en las universidades del Estado para el mismo día de octubre.
También, probar las mismas ideas que están teniendo éxito en diversas plazas, para
estimular visibilidad dentro de nuestros propios centros. Igualmente, acordamos organizar una cita, con formato de congreso, en la Universidad de Sevilla, para el mes de noviembre.
A las 17h nos aglutinamos con el resto, cuyo número había crecido
considerablemente, para iniciar una manifestación lenta, constreñida por el espacio que nos dejaron en la Gran Vía. Tan larga como nuestra línea era la de furgones de policía anti-disturbios que nos acompañaban. En la puerta del Sol descubrimos que estábamos solos. No confluyeron los que partían de la Plaza de Neptuno. Así que fuimos a su encuentro. La fuerte presencia policial es la que cabe esperar en una situación como esa.
Así que no hubo sorpresas al observar su abundancia en Neptuno, Gran Vía, Alcalá y
calles interiores.
La tarde transcurrió tranquila. Numerosos subgrupos conversaban. Las consignas
gritaban ?¡dimisión!??, ?¡fuera!?? o ?¡sí se puede!??. Todo según lo deseado. Lo esperado también sobrevino a las 21h. Me pilló en una calle interior. Los movimientos de la policía no dejaban lugar a dudas: nos iban a encerrar. Así que pusimos rumbo hacia Neptuno de nuevo, despacio pero con buena letra. Ya era tarde. Y ya sabéis qué pasó: cargas, encerronas, gente corriendo con sangre, personas gritando ?¿por qué le pegáis???, reagrupaciones que exclamaban ?¡El pueblo unido jamás será vencido!??, una verdad que no dejamos constatar porque no damos oportunidad a que se cumpla la primera parte.
Y, como siempre, algunos, unos pocos, crecidos de adrenalina que chillaban picando al
personal. Que hay gente que busca problemas es algo que no nos debería sorprender a
nadie. Que hay policías de paisano dando excusas a sus colegas para justificar cargas es algo que no solo sabemos ya, sino que gracias a los móviles contamos con abundante información videográfica que podéis encontrar fácilmente en la web. No es necesario que me detenga en describir matices o detalles. Alimentaría al morbo y al miedo. Pasó durante horas. La música de los disparos y las huidas a la carrera vistieron el resto de la jornada.
Nada fuera del guión. No obstante, algunos niños ingenuos de 10 años todavía abrigamos alguna esperanza. Tal vez si menos gente hubiera sentido miedo. Tal vez si menos gente hubiera sentenciado de antemano la iniciativa, abandonándola a una minoría de miles de ingenuos. Tal vez si menos gente hubiera practicado aquello de ?¡Va! ¡Estas cosas no sirven para nada! ¡España no va a moverse! ¡La gente no se mueve!??, apoyando la inercia. Tal vez… Pero no nos visitó ninguno de esos condicionales. Lo único que me sorprendió realmente, en torno a las 22h 30′ es encontrar a la policía arrinconando a jóvenes en el interior de la estación de cercanías de Atocha, donde muchas personas que acababan de llegar de un AVE tuvieron la valentía de enfrentarse a las fuerzas del orden para proteger a quienes estaba claro que estaban absolutamente desprotegidos.
Esperaba represión, pero no tanta persecución ni tanta saña.
Me pregunto qué papel tenemos los psicólogos cuando seleccionamos personal
para estos cuerpos especiales. Me pregunto cómo asumimos hacer bien ese trabajo. Y es
obvio que nos sale a la perfección. Les sale también perfectamente a los grupos de
investigación que moldean armas de fuego o calibran visores nocturnos, por ejemplo, a
cambio de publicaciones en revistas de impacto. Lo suyo es de doble impacto. Tal vez
somos demasiadas personas haciendo bien nuestro trabajo sin levantar la cabeza para
ver cuáles son las consecuencias que se derivan de ello.
Cuando subí al autobús de vuelta, más allá de las 23h, no pude reprimir las
lágrimas, después de horas de aparente frialdad. Se me desgarraba el alma dejando
abandonada a su suerte a gente que admiro. No me refiero a la anécdota de los
encapuchados de los que al menos una parte son policías. Me refiero a la inmensa
mayoría activa que todavía cree que el mundo puede cambiarse, que con una actitud
pacífica pero atrevida, se provocan nuevas páginas en la historia llenas de esperanza.
Pueden equivocarse, como se equivocó aquel niño de 10 años. Pero tienen razón. Tienen
toda la razón, aunque no gocen del apoyo por parte de la población a la que desean un
futuro mejor. Tienen razón al exigir que el abogado se vaya. Que no se escude en
instituciones sagradas. Que si no nos representan, si ya no somos el pueblo soberano, si su comportamiento se ciñe a legislar lo que exige la soberanía situada fuera de nosotros, entonces que se vayan. Para hacernos daño no necesitamos ayuda.
En el peor de los casos sabemos hacerlo sin ellos. Así es la soberanía. Debemos ser soberanos incluso para equivocarnos soberanamente. Pero tal vez, tal vez, sepamos hacerlo mejor. Tal vez seamos un pueblo soberanamente acertado. Tal vez, si nos sacudimos esa capa pesada y polvorienta del respeto a instituciones que dicen ser una cosa y obedecer a otra, si nos atrevemos a ser, si nos dejamos soñar y trabajamos con ingenuidad por un cambio… Tal vez lo consigamos. En cualquier caso, seríamos un pueblo soberanamente libre. Lo que no está sujeto a ningún condicional, lo que entra totalmente en nuestra exclusiva esfera de control, es la satisfacción de afirmar (aunque sea para los adentros): ?vencieron, pero no fue con mi abandono??.
Gracias, gente del 25S, las que se citaron en Madrid y las que apoyaron desde
otras plazas. Gracias por no abandonar. Sé que tampoco lo haréis ahora. Nos seguimos
viendo, porque lo llaman democracia y no lo es.