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¿Será que Guatemala giró hacia la izquierda? -- Gustavo Berganza

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Las credenciales socialdemócratas del nuevo presidente electo Álvaro Colom desconciertan a la opinión pública internacional. Mientras en el mundo los resultados de la elección presidencial guatemalteca del pasado 4 de noviembre se describen como el esperanzador triunfo de un candidato de izquierda sobre un militar conservador y contrainsurgente, en Guatemala se produce una discusión sobre la solidez y relevancia de las credenciales socialdemócratas del presidente electo Álvaro Colom Caballeros. ¿Es realmente de izquierda? ¿Puede hablarse de una derrota de la derecha conservadora?

La campaña que culminó el pasado domingo con la victoria de Colom sobre el general Otto Pérez Molina enfrentó, fundamentalmente, dos estilos de ver la realidad nacional guatemalteca que son tan radicalmente distintos como ha hecho creer la prensa internacional. Guatemala es un país en donde el 41% de la población vive por debajo de la línea de pobreza. Es también un país en donde se producen grandes desigualdades: el 0.1% de la población concentra el 20% de la renta nacional. Es una sociedad en donde todavía hay un 28% de personas que no saben leer ni escribir y en donde hay profundas deficiencias en la cobertura del sistema escolar. Además, es un país en donde las dos principales causas de mortalidad son las enfermedades broncopulmonares y las gastrointestinales, debido a las precarias condiciones en las que se desenvuelve una gran parte de la población. En un contexto de precaria presencia estatal en el aspecto de la inversión social, no se hacen demasiados esfuerzos para aumentar una tasa impositiva del 11.6% respecto al PIB, una de las más bajas de América Latina (la de Argentina es de 30% respecto al PIB).

Guatemala, que tiene la economía más grande de América Central y la mayor población, es también una nación sumamente violenta: la tasa de homicidios es de 35.8 por cada 100,000 habitantes, de las más altas de América Latina. Y además, es una sociedad en la que el sistema policial y de persecución penal es tan corrupto e ineficaz, que no existen esfuerzos serios en disuadir y perseguir la criminalidad común. Ante la indefensión, han proliferado las policías privadas, los grupos de vigilantes que liquidan delincuentes y los linchamientos. En este contexto, la campaña del general Otto Pérez Molina arrancó con el lema de “mano dura”, que encajó rápidamente dentro de las preocupaciones y expectativas de los guatemaltecos y le ayudó a crecer como la espuma, a tal grado que dos de las tres encuestas difundidas por los grandes diarios locales en la semana previa a las elecciones lo daban ya como un seguro ganador.

La propuesta de mano dura, el éxito que tuvo para hacer crecer la viabilidad del general Pérez Molina como candidato, sumado a la dura realidad de que Guatemala es un país muy conservador probablemente empujó a Álvaro Colom Caballeros, que había ya competido por la presidencia al frente de un partido de izquierda en 1999, a construir una propuesta muy conservadora para lo que podría esperarse de un socialdemócrata. Ambos candidatos declararon que era innecesario aumentar impuestos. Los dos se manifestaron partidarios de impulsar Tratados de Libre Comercio que se sumarían al que ya existe con Estados Unidos. Ambos coincidieron en condenar el aborto y censurar la homosexualidad. Las diferencias entre ambos, al final de cuentas se dieron en un mínimo énfasis que dio Colom a la necesidad de promover el desarrollo rural frente a la idea de Pérez de facilitar mayor inversión privada y luego, en el tema de la seguridad, en donde Pérez abogaba por concentrar la acción anti delincuencia en seis zonas críticas del país, en donde declararía el estado de excepción y enviaría fuerzas combinadas del Ejército y la Policía para perseguir a los maleantes.

Colom propuso un plan más moderado, propuso reformar la Policía, el Ministerio Público y el Organismo Judicial. Aunque Colom nunca criticó la idea de utilizar al Ejército en tareas policiacas, si se centró, durante la campaña previa a la segunda vuelta, en prevenir sobre los efectos que tendría utilizar la “mano dura” y en el retroceso histórico que implicaría elegir a un militar para aplicarla desde la Presidencia.

Los guatemaltecos tenían como opciones electorales a dos candidatos conservadores, uno, militar, más explícito en su idea de impulsar una política económica y social más favorable para promover la inversión y muy definido en su idea de utilizar soluciones de fuerza para abatir la violencia. El otro candidato, un civil, no criticaba la desigualdad ni las injusticias sociales, no mencionó nunca el tema de la redistribución de la riqueza por la vía tributaria, pero sí hablo de apoyar el desarrollo de sectores relegados en el área rural y alertó sobre los peligros del militarismo.

Hoy, que Álvaro Colom ya habla como Presidente electo, su vicepresidente, el famoso cardiólogo Rafael Espada, dice que Guatemala es una sociedad clasista y excluyente, algo que, afirma, ellos tratarán de aminorar durante su período de gobierno.

¿Ha llegado entonces la socialdemocracia a Guatemala? ¿Puede efectivamente decirse que este país, que ha elegido consecutivamente a cuatro presidentes de derechas, ha dado un giro a la izquierda? No lo sabemos a ciencia cierta, porque además, detrás de este mandatario ha habido un grupo de financistas, el llamado G-8, entre quienes se cuentan cabezas de los más grandes grupos económicos del país, algunos de ellos multimillonarios. Y es sabio suponer que una lógica redistributiva será muy difícil de impulsar cuando un mandatario tiene tantos favores que corresponder a quienes le pagaron su campaña.

El autor es sociólogo y periodista guatemalteco. Es columnista del diario el Periódico, en ciudad de Guatemala e investigador sobre temas de medios de comunicación en Asociación DOSES.

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