La protesta masiva de los bonzos contra el régimen militar de Myanmar ha puesto trágicamente de manifiesto la gran influencia social del budismo en los países del sudeste asiático. Pero la ha puesto de manifiesto precisamente por su excepcionalidad, mal que le pese a algunos, que han querido, al hilo de los sucesos birmanos, desmontar la imagen que se tiene en Occidente del budismo como una religión volcada en sí misma, al margen del mundo e insensible a los problemas de la sociedad.
Sin duda, se trata de un estereotipo, pero ni mucho menos falso, porque esa percepción responde en gran parte a la realidad. Buda predicó en India, entre los siglos V y IV antes de Cristo, pero no dejó sucesor ni una doctrina explícita. El budismo se extendió y hoy tiene en el mundo 400 millones de seguidores que, en teoría, suponen más del 50 por ciento de la población en países como Japón, Laos, Camboya, Tailandia, Sri Lanka, Vietnam o Birmania. Este país, de 48 millones de habitantes, cuenta con 500.000 monjes.
La corriente budista más conocida ?y practicada- en Occidente es la tibetana, muy minoritaria en el budismo mundial. Posee elementos tántricos hindúes y del zen japonés, técnicas de invocación de divinidades y recitación de fórmulas rituales, capaces de provocar una ?transmutación?? interior. Su objetivo es alcanzar un estado de iluminación en esta vida, y no, como en el resto del budismo, en numerosas existencias. Para ello, el maestro espiritual ?gurú- ocupa un lugar esencial. Esta corriente inspiró en el Tibet un sistema teocrático basado en el poder de los lamas (maestro). Obligados a exiliarse con la ocupación china de su país, los monjes tibetanos están hoy repartidos por el mundo y su dirigente principal, el Dalai-Lama es hoy un líder tan político como espiritual.
Pero el budismo mayoritario, y más próximo al primitivo, es mucho más individualista. Esta corriente propugna una enseñanza tradicional para caminar sobre la ?vía de la iluminación??, cuya última etapa de perfección (el nirvana) se traduce por el desprendimiento de todo lazo de sufrimiento o deseo. El objetivo es liberarse del samsara, el ?ciclo de los renacimientos??. La salvación esta en liberarse de un mundo terrestre reducido a fenómenos transitorios, no sustanciales. Para no volver a morir, hay que evitar volver a nacer. De ahí la espiritualidad del desapego de los monjes, que se prohíben cualquier actividad mundana. Puesto que el mundo es transitorio, no hacen votos perpetuos. Entran y salen del monasterio, no trabajan, no reciben ningún dinero, no cocinan. Y, desde luego, no realizan ni se mezclan en actividades políticas. Salen cada mañana para mendigar su comida y dependen totalmente de los laicos.
Es cierto que existe un ?budismo comprometido??, término forjado por el monje vietnamita Tchic Nhat Hanh, exiliado en Francia tras la victoria comunista en su país, con el que parecen haberse alineado los monjes birmanos con su protesta. Este movimiento, algo difuso y nacido del contacto con la modernidad occidental, tiene sus referentes más allá del budismo, en Gandhi o incluso en los cuáqueros americanos, como ha escrito Henri Tincq en el diario francés Le Monde, y hunde sus raíces en las luchas de emancipación anticolonialista en las que los budistas se comprometieron siguiendo la estela de los monjes de Sri Lanka que, a finales del siglo XIX guerrearon contra los ingleses al grito de ?Una isla, una nación, una religión??. Los budistas sirlankeses, dicho sea de paso, todavía están en conflicto con los tamiles hindúes o cristianos.
El budismo ?comprometido?? mantiene, desde luego, la tradición budista de la compasión y la no violencia., y rechaza que el sufrimiento sea sólo un estado de la conciencia personal. Existe también un sufrimiento ligado a las desigualdades sociales, a las crisis económicas, a la opresión política. Así, es legítimo luchar por una sociedad justa. Pero, más que cívico o solidario, este ?compromiso?? es claramente de corte político, con un componente nacionalista nada desdeñable.
Y, sobre todo, es algo novedoso. Lo ha señalado el especialista también francés Eric Rommeluère: ?supone una ruptura radical con la historia del budismo, con su dimensión política basada en la subordinación y complicidad con los poderes públicos existentes, incluso los más despóticos, en una entente tácita: ?Yo os protejo; vosotros me sostenéis??.??
Esta entente es la que, volviendo a los birmanos, parece haberse roto ahora vez en 45 años de dictadura militar en Myanmar, durante los cuales el régimen no sólo ha ofrecido su protección oficial, sino que ha impulsado con frecuentes donaciones la construcción de monasterios y el mantenimiento de los monjes, mientras la población birmana seguía sumida en la pobreza.
¿Por qué se han decidido ahora a encabezar la revolución azafrán? Sin duda, la solidaridad ante el abusivo encarecimiento de los precios por decreto ha tenido mucho que ver. Pero lo que empezó como un respaldo a la población se convirtió en una cuestión de ?orgullo personal?? cuando cuatro monjes de un pequeño pueblo del interior fueron golpeados por la policía y el gobierno se negó a pedir disculpas. Y no conviene olvidar otro aspecto, igualmente ?personal?? o de conveniencia propia, que señalan las ¿malas lenguas?: los monjes budistas viven de las limosnas y alimentar a medio millón de personas es una carga que un pueblo crecientemente empobrecido difícilmente puede soportar. Y ya se sabe: cuando a uno le tocan el estómago, hay cosas que se vuelven inadmisibles.
En cualquier caso, no será ésta la última protesta. La conciencia budista está cambiando. El budismo ?comprometido?? no es igual en todos los países, pero se está convirtiendo en uno de los principales aspectos del budismo moderno, con el que habrán de contar a partir de ahora los países asiáticos donde esta religión es mayoritaria.