Sanar el gorilismo desde el campo
Dice Leo Masliah: «Hay una calle que se llama justicia y ninguna que se llame me cago en vos».
En estos días recibía a modo de chiste una milonga que trasunta -a mi entender el apriori ideológico- que tienen algunos sectores, con quienes apoyan las retenciones.
La Inclusiva
(Milonga surera)
por El Payador Piquetero
Le canto al campo argentino
Este canto lastimero
Soy un bravo piquetero,
Soldado de Luis D’Elía.
Detesto a la oligarquía,
Porque trabajar no quiero
Es por la culpa de Menem
Que no trabajo aparcero,
Y mire, le soy sincero,
También por culpa e’Videla,
Roca, Felipe Varela
Y el mesmo virrey Cisneros.
Vengo a explicarle paisano,
Y veremos si lo logro,
Que yo no soy ningún ogro
Y se lo digo cordial,
Quiero la inclusión social:
Usté trabaja y yo cobro.
Usté se queja de lleno
Con su ganancia sojera
Y con su vaca lechera
Que yo no puedo empardar.
¿Qué me vaya a trabajar?
¡Ah… trabajando cualquiera!
Piense usté en una colmena
A ver si esplico mejor:
La obrera es el produtor
Que elabora la miel fina.
La reina será Cristina,
Y el zángano, un servidor.
Y no me venga a llorar
Con el esfuerzo que hizo.
Que la seca, que el granizo,
Que la mosca de la fruta.
¡Lo quiero ver en la ruta
por un tetra y un chorizo!
Hablando de cortar rutas
Ví camionetas lujosas,
Cosechadoras lustrosas,
Alambres y torniquetes.
Cuando termina el piquete,
¿pa´que sirven esas cosas?
Voy ensillando el overo
Para partir solitario
Ya que en este vecindario
No quieren mantener vagos
Parece que en estos pagos
Son muy poco solidarios.
Y así me voy despidiendo,
Me voy y no lo incomodo
Vine a desearle a mi modo
Que siga firme en la brecha,
Que tenga buena cosecha,
ASÍ NOS VA BIEN A TODOS
La idea de que los que trabajan son los que producen en el campo y los que hablan de justicia social o solidaridad son resentidos y desubicados es, vieja en la historia del desarrollo económico. La opinión acerca de que los que no piensan como los sectores mas pudientes son alcohólicos y holgazanes es anterior al Martín Fierro; que los que buscan la solidaridad y no el crecimiento económico son precámbricos es una idea que no sólo preconiza Mariano Grondona sino, todos los capitalismos como el de Bush, que siempre profundiza la brecha entre los ricos y pobres.
El síndrome reactivo antagónico que justifica la cruzada salvadora de los Robin Hood es la que crean sectores del oficialismo que pueden decir: «los que no piensan como nosotros son los golpistas de siempre, los que otrora apoyaron a Martínez De Hoz» y de nuevo es inútil buscar todo tipo de concertación y la puja de poderes acompaña la irracionalidad que dilapida el bien común. Urge repensar el país desde aquel cuento de Borges donde todos, sólo por algunos días, somos patrón y empleado de estancia. Estamos en un momento histórico donde Dios -parafraseando al de Yupanqui- se siente a comer no sólo en la mesa del patrón. La justicia del Reino es motivadora para todo movimiento que se precie de llamarse justicialista como señala el biblista Cruces.
«Es una justicia diferente de la que conocemos, no es una justicia que favorece a unos pocos, no es la justicia que llenó las cárceles de pobres y dejó a los ladrones sueltos, es una justicia que no construye poder desde prebendas, tiene una fuerte opción de clase que niega la exclusión de los desposeídos y los hace partícipes en la construcción de una nueva sociedad sin excluidos a la que llamamos «Reino de Dios» .
El crecimiento en la piedad popular del gauchito Gil recuerda una justicia no siempre bien comprendida por los dirigentes religiosos y políticos». Como enseñaron Mujica y Cajade, vienen bien algunos santos populares para recordarnos de qué justicia conviene seguir hablando.
Para el liberalismo actual no se puede tomar más de lo que se produce y si lo que se produce es poco( muy común para las derechas) para asegurar el bienestar de todos, lo que se impone es producir más. Lo poco no alcanza para la sociedad en su conjunto
Para Grondona el distribucionismo es el enemigo de la distribución. En el curso de su polémica con el campo, los Kirchner les han pedido una y otra vez a los productores rurales que resignaran su «extraordinaria rentabilidad» en solidaridad con los que menos tienen. Grondona propone:
«Imaginemos por un momento que, movida por esta exhortación a la que supondría sincera, la gente del campo renunciara de aquí en adelante a toda rentabilidad o que llegara incluso a devolver lo que ha ganado en estos últimos años, para mejorar la suerte de los pobres en el Gran Buenos Aires y otras zonas marginales. La gente del campo ganaría, por lo pronto, el cielo. Pero ¿hasta qué punto su generosidad redundaría, además, en la mejor calidad de vida de los argentinos que están peor?
La premisa sobre la cual se apoya la exhortación de los Kirchner es que en la Argentina ya hay bastante riqueza acumulada como para empezar a repartirla prioritariamente. Esta premisa es insostenible para Grondona . Según los datos más recientes del Banco Mundial, el producto anual por habitante de nuestro país es de 5300 dólares. Si se tiene en cuenta que el producto anual promedio de las veinte naciones más desarrolladas es de 37.000 dólares, desde los 67.000 de Noruega hasta los 28.000 de España y los 18.000 de Corea, lo que resulta de estos datos es que a la Argentina no le sobran sino que le faltan recursos y que globalmente no es un país rico sino un país pobre.
Aún en el nivel de sus altísimos ingresos, ninguno de los países desarrollados ha detenido su crecimiento para distribuirlo de un golpe en vez de continuar acumulando. Dedican, eso sí, parte de lo que acumulan a distribuir, pero sin que la prioridad de la distribución enerve el proceso de las inversiones, de la acumulación incesante, a la que deben su desarrollo. Si el criterio de distribuir sólo en la medida en que no se detenga el desarrollo impera en los países más ricos, dado el modesto nivel de nuestro producto por habitante sólo mentes poseídas por una fantasía ideológica señala Grondona podrían proponer en nuestro caso el reparto inmediato de las rentas.
En los años treinta el producto por habitante de la Argentina todavía coincidía con el de los países avanzados. Pero los conservadores se habían olvidado de los argentinos que esperaban del otro lado del Riachuelo. A rescatarlos vino entonces el coronel Perón a partir del 17 de octubre de 1945. El problema fue que, en nombre de la distribución que habían olvidado los conservadores, los populistas cayeron en el extremo opuesto de una distribución sin desarrollo. El alfajor, de ahí en más, se distribuyó mejor. La torta, en cambio, nunca se amasó. El problema era entonces crecer y repartir simultáneamente, sin que las banderas igualmente legítimas de la inversión y la distribución se anularan una a la otra. He aquí el dilema que, hasta nuestros días, no hemos conseguido resolver.
No hay que es castigar al que creció para que se alinee con los sectores más pobres sino estimularlo para que, llevado por la conciencia de que la seguridad jurídica respetará sus derechos, este sector en cierta forma privilegiado se entusiasme en dirección de nuevas inversiones y más desarrollo, a los que podría acompañar un esquema tributario sensato, federal, que redireccionara en favor de los sectores desfavorecidos una distribución equitativa, de modo tal que, en un país extraordinariamente beneficiado, por ejemplo, con la soja, todos, productores y consumidores, supieran que al lado del lema del desarrollo económico también reinaría una atención creciente a la justicia social. Justos y al mismo tiempo desarrollados. Entre nosotros domina en cambio otro argumento, el de un sistema que no se autoproclama «desarrollista» o «distribuidor» sino distribucionista.
Ante los acuciantes dardos de la pobreza, hasta sería natural que en América latina predominara la socialdemocracia. Así ocurre, por ejemplo, en países como Brasil, Chile, Uruguay y, ahora, Paraguay. Pero en nuestra región también existen países como Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y la Argentina, donde no impera una auténtica socialdemocracia sino un estatismo concentrador, aunque disfrazado de distribuidor.
Pero, a la inversa de una legítima distribución que acompañe al desarrollo sin enervarlo, lo que rige en los países chapistas dice Grondona es una ideología que, mientras pretende encandilar a las masas con el engañoso resplandor del distribucionismo, concentra el poder económico y político en unas pocas personas que, tanto desde el poder como en el círculo estrecho de los amigos del poder, entona como el tero el canto de la justicia para poner sus huevos en el oculto nido de la corrupción.
El distribucionismo se convierte de este modo en una ideología ampliamente difundida desde el Estado mediante la cual una concentración cada día más acentuada beneficia a unos pocos, desmintiendo en los hechos lo que proclaman las palabras. No nos abruma, entonces, una pretendida socialdemocracia sino el abuso de los ricos clandestinos, que hablan en nombre de los que no tienen palabras sino necesidades insatisfechas. Al hablar en nombre de los pobres y actuar en el fondo contra ellos, engrosando su número con los que van cayendo uno tras otro de una clase media rural o urbana cada día más ignorada que ha dejado de votar al Gobierno, el distribucionismo no sólo es distinto de la distribución. Se está convirtiendo, al contrario, en su principal enemigo.
El mendocino Agustín Álvarez (1857/1914), quien fue el primer presidente de la Universidad Nacional de La Plata, dejó escrito que «para nuestro progreso debemos sustituir la fe en los milagros por la fe en el trabajo, la fe en el privilegio por la fe en la justicia», agregando que «el Reino de Dios es para los mejores y el mejor es el más abnegado.
El sacrificio humilde, constante y voluntario constituye la verdadera dignidad humana», siendo esto último el conjunto de valores que le otorga un sentido y sustenta la existencia de los humanos en libertad.
Nunca mejor evocadas las palabras de Álvarez, en estos días en los cuales la «distribución de la riqueza» (la distribución justa de la riqueza), aparece como el primer objetivo a alcanzar en la obra del gobierno nacional. Tarea a cuyo frente se encuentran, presuntamente, la presidenta y su consorte.
El grito de batalla es que la riqueza debe ser compartida, incluso tomándola de aquellos que la disfrutan y aun reconociendo la legitimidad de su acreencia, para transferirla a los que poco o nada tienen. Porque, según dicen, habiendo «excesiva rentabilidad», ello no debe servir para «tornar imposible la vida de los argentinos».
Otros seguidores en tales ideas, que se incorporan a la zaga del dúo presidencial, no vacilan en afirmar la «connotación moral que debe mostrar una economía para ser sana», de manera tal que «la riqueza es un bien que, independientemente de quién la posea, debe ser usada de manera circular para que los necesitados puedan gozar de ella».
En un clima de libertad y competencia la asignación del ingreso correspondiente a cada uno de los protagonistas es lo que se conoce técnicamente como distribución de la riqueza y se concreta en función e importancia de la naturaleza de la actividad económica, el volumen de la producción y el grado de productividad. El aparato productivo, y no hay otra alternativa, retribuye en la medida de su potencia y no más que eso, ya que de lo contrario se trataría de magia.
Los intentos de hacerlo ignorando este esquema natural nunca dieron resultado. Cuando eventualmente se imponen reglas fuera de este contexto, por cualquier método que fuere, da como resultado que uno de los sectores avanza sobre lo que le corresponde a otro u otros. Esto da lugar a pujas posteriores que se suceden sin solución de continuidad, por las cuales los que perdieron intentan recuperar el terreno perdido y así sucesivamente entre todos. Se desemboca al fin, en conflictos económicos y distorsiones que originan a su vez el detrimento de todo el sistema por múltiples razones, cuyas consecuencias son la depresión del sistema, la disminución del producto y una baja en la productividad.
La inflación, tan conocida por los argentinos, es una de aquellas consecuencias, con sus siniestros y graves efectos sobre la calidad de vida de las familias, especialmente la de más bajos ingresos.
Si damos por válidas las consideraciones anteriores llegamos a la simple, natural y lógica conclusión que, cuanto mayor sea el producto (PBI) como consecuencia de los mayores aportes de cada factor y eficiencia operativa aplicada, mayor será la riqueza a distribuir. También resulta simple, lógico y natural coincidir en que la economía está en condiciones de retribuir equitativamente a los que aportan los factores productivos según lo que originen. Luego, si producimos cinco mil dólares por habitante y por año sus actores no pueden pretender obtener la misma retribución que los de una economía en la que se produce más de cuarenta mil.
Noruega posee un funcionamiento socializado para prestar los servicios de instrucción, seguridad, justicia y salud. Sin embargo, el funcionamiento económico es sobre la base de la Economía de Mercado. Y produce cuarenta y dos mil dólares por habitante y por año, de los cuales el cincuenta por ciento los toma el Estado en calidad de impuesto. En consecuencia dispone de veintiún mil dólares por habitante y por año para prestar aquellos servicios. De ahí la reconocida y admirada calidad de los servicios estatales.
En Argentina, con nuestros magros cinco mil dólares por habitante y por año y con una carga impositiva de alrededor del treinta y cinco por ciento, el Estado llega a disponer solamente de unos mil setecientos cincuenta dólares por habitante por año. La diferencia es abismal como lo es aquello que podemos esperar de sus servicios. Si tenemos una economía que otorga un pobre resultado no debemos esperar sino educación de pobres, instrucción de pobres, salud de pobres, justicia de pobres y en general, calidad de vida de pobres.
¿Es perfecto el Sistema Económico con Economía de Mercado descripto? No, en la medida que es ejercido por seres humanos quienes impulsados por necesidades y ambiciones de todo tipo tienden cada uno a obtener para sí el mejor resultado posible aplicando más de una vez métodos reñidos con la ley. ¿Es perfectible? Si, en cuanto la inteligencia y racionalidad de esos mismos humanos ha elaborado herramientas para que ello suceda. El Estado, por ejemplo, ha dispuesto medidas de control para evitar el monopolio que desconoce la libertad y ha dictado leyes que reconocen los derechos de los consumidores y trabajadores. ?stos, para lograr fortaleza, han unificado sus fuerzas en los sindicatos.
Pero más allá de todas las imperfecciones de las que padece y de los esfuerzos que exige para encausar derechos y deberes, la Economía de Mercado es el modelo que hasta nuestros días ha resultado ser el mejor para producir y distribuir la riqueza. Largo sería de enumerar los éxitos obtenidos hasta hoy desde que se impusiera en el mundo occidental. La acumulación de riqueza que produjo facilitó la investigación y la formulación de emprendimientos para el desarrollo que poco a poco, sin prisa y sin pausa, dio como resultado los prodigiosos adelantos en el grado de civilización alcanzado en todo orden y disciplina. Lo que fue desplazando, sin llegar a erradicarlos, los métodos de conquista sangrienta y robo pirata.
La organización social fue proponiendo y logrando cada vez más, mejores maneras de vivir en comunidad y en paz.
Cae por su propio peso que se debe alentar el mantenimiento de las condiciones adecuadas para que el modelo Capitalista de Economía de Mercado pueda desarrollarse. La historia de la humanidad ha demostrado que es la mejor opción disponible. Ello sin desestimar y menos descuidar las medidas que socialmente fueren necesarias para exigir deberes y garantizar derechos.
Una vez superada la economía de subsistencia que prácticamente imperó hasta la aparición del Liberalismo (que produjo el Capitalismo), la historia ha demostrado que otras alternativas para producir, como el nazismo, el fascismo y el marxismo, no dieron resultado.
Igual destino logró la distribución artificial de la riqueza a través del populismo, que paradójicamente surgió en países con economía pobres. Intentó distribuir lo poco producido como si existiera mucho, no logrando más que un resultado tragicómico, mencionado recientemente por una publicación de humor: no alcanzó para los más pobres. Y éstos son cada día más en Argentina. La indigencia y pobreza hoy alcanza al cuarenta por ciento (40%) de la población (Clarín 27/04/08). El estatismo, el exceso de regulaciones y el populismo siempre hicieron retrogradar en tal aspecto.
La dignidad humana que, sostenida en el cabal sentido de la expresión incluye la mejor calidad de vida posible, se consigue con trabajo fecundo, el «sacrifico humilde, constante y voluntario». Agréguese ingenio e inteligencia y se llegará a buen puerto.
Podrá observarse que, en el cuadro inscripto más arriba, donde se detallan los protagonistas del quehacer económico, no figura el Estado. En los roles asignados desde hace unos cuatrocientos años a esta parte, están los de vigilar que se cumplan los requisitos de libertad y de igualdad de oportunidades para todos los habitantes, garantizando reglas de juego claras con una moneda sana que haga posible y permanente esas condiciones. De ninguna manera debe ser un mero espectador pero tampoco involucrarse como actor principal.
Debe garantizar que la solidaridad esté presente pero tener en cuenta que para poder ejercer tal virtud se debe poseer medios. A una sociedad rica le es posible y fácil ser solidaria, piensan los neoliberales.
Para los sectores agrooligarcas es «dejennos acumular más» para que algún día nosotros y no el Estado, seamos los solidarios.
Hacia ese norte de grandeza, con riqueza y solidaridad social, se piensa que se debe orientar el rumbo. Hagamos caso de las enseñanzas de Agustín Álvarez: erradiquemos los privilegios (corrupción y subsidios incluidos) e impongamos justicia; no esperemos milagros, recurramos al trabajo. Así pueden penar los sectores que se oponen a las regulaciones que propone el gobierno.
En moral económica la única comunidad cristiana que se ha expresado de cara a la crisis del campo han sido los Curas de la Opción por los Pobres. Decían en un comunicado:
A la sociedad argentina:
1. Frente a los hechos, de dominio público, relacionados con el paro de productores agropecuarios, como grupo de curas en la opción por los pobres queremos aportar nuestra voz escuchando «con un oído al pueblo y con el otro al Evangelio».
2. Adherimos a la declaración de los Obispos llamando al diálogo de las partes en conflicto. La intolerancia y la desmesura -sea del lado que fuere- no favorecen la convivencia democrática. Debería aclararse, también, que en ese diálogo deben estar representados los pobres y los que siempre sufren los avatares de una lógica injusta de acumulación irracional y cuyos reclamos nunca suelen atenderse.
3. En ese sentido, no sólo los grandes productores agropecuarios sino también los grupos concentrados del comercio, la industria y los servicios públicos han acumulado capital en forma descomunal e insolidaria en estos años y un gran volumen de esas ganancias no se redistribuye ni queda en el país. La fuga de capitales al exterior se calcula en 150.000 millones de dólares.
4. El modelo capitalista neoliberal de acumulación ilimitada es el mal de fondo que está detrás del conflicto de los megaproductores, megaindustriales y megacomerciantes de hoy y de mañana. La riqueza desproporcionada de pocos contrasta con la pobreza y precariedad de vida de muchos. Y los que tienen más, desean tener aún más.
5. No habrá paz sin justicia social. No habrá justicia social sin distribución equitativa y solidaria de la renta nacional. Nos preguntamos si el destino de las reservas provenientes de impuestos y retenciones debe servir sólo para hacer funcionar el sistema financiero. Tampoco nos parece adecuado utilizarlos para pagar deuda internacional arbitraria y fraudulenta. El gobierno habla de un modelo redistributivo de la riqueza que poco vemos concretado en los hechos.
6. Los pequeños productores, tanto del campo como de otros rubros, también sufren los embates de una competencia desigual. El mercado no es la panacea que se suele pintar en el modelo económico imperante. Si las condiciones de la competencia no son equitativas, el pez grande se come al pez chico.
7. El derecho de huelga tiene los límites que le impone el bien común. El Estado tiene la obligación de garantizar los derechos elementales de la población frente a un eventual desabastecimiento. Repudiamos el desecho de alimentos ocasionado por esta huelga como una grave ofensa al hambre de no pocos habitantes de nuestro país. Si la comida se tira en lugar de darle un destino solidario, ¿podemos creer que a los que se manifiestan en el paro les importan los demás?
8. Más allá de aciertos o errores del actual gobierno, consideramos imprescindible respetar los mecanismos democráticos de convivencia y diálogo. Hemos sufrido demasiados golpes de estado de militares y de grupos económicos de poder, como para no aprender de nuestra historia. No podemos dejar de señalar que los grandes terratenientes agropecuarios y los consorcios megaexportadores de la Argentina fueron el apoyo de la última dictadura militar y del gobierno menemista.
Como se ve tenemos un concepto de equidad social diverso que, a la corta o a la larga saldrá a flote y acallará las ansias desmedidas de los poderosos de nuestra sociedad, sin dar rienda suelta a ningún tipo de desmán. Simplemente por justicia y por paz social. Será el momento en que no se piense en el liberalismo sino en la libertad. Que no se piense en el pupulismo sino en el pueblo y la justicia social. Que desaparezcan los individualismos malsanos y se piense en la energía libre (con el nombre que se quiera dar). Que se deje de hacer política partidista (no más parditismo) y se haga política para el pueblo y la Nación. Cuando por fin se destierren todos los «ismos» y sólo quede uno: el «amorismo», es decir el fanatismo por el amor, que instauró ya hace mucho Cristo (y otros) y no supimos aun ahora valorizar (conceptualmente pecado podría ser, no ser distribucionista, ya que dejaría de lado a mucha gente que es necesitada y nos despreocuparíamos de ella. Esto es tan obvio que parece una verdad de perogrullo decirlo.
Por contrapartida ser distribucionista significaría comprometerse con que a cada uno le llegue lo que necesita. Es decir no debería ser pecado.
Dallo remata diciendo que pecado es no ser distribucionista cuando muchos lo básico lo tienen insatisfecho. Los «ismos» son fundamentalismos y llevan inexorablemente a error.
Una política distribucionista sana, o sea lo llamaríamos una política de distribución justa, debe considerar lo que necesita una persona, darle todo eso en lo posible y a la vez pedirle, por lo que se le da, todo lo que puede ofrecer. Si estoy ante un manco, que no puede hacer muchas funciones, por el solo hecho de ser un ser humano con su propia dignidad, debe percibir lo que necesita para vivir de acuerdo a esa dignidad. Pero la dignidad exige que en contrapartida entregue un trabajo. No podrá tocar la guitarra, pero habrá que buscarle algún concierto de la mano izquierda como el de Ravel(?), y pedirle su interpretación.
Política distribucionista es la de los planes jefas y jefes. Nació en una época de malaria total y fue más que justificada. Hoy, no lo es tanto, ya que el trabajo aumentó sensiblemente. Pero tanto entonces como ahora fue una política injusta. Si bien se trató de hacer ver que se obligaba al beneficiado a realizar alguna tarea esto no se cumplió.
Por otra parte el monto de $ 150.- era magro y ahora es absolutamente insuficiente. El recurso económico representa energía del sistema. Y la energía no debe desapàrecer. Se tiene que transformar en todo caso. Hacerla desaparecer es pecado, transformarla en el mejor camino posible, es una actitud virtuosa. Y yo me pregunto hoy: ¿cuántas tareas hay en el Estado que puedan cumplir beneficiarios de planes de asistencia ? Desde barrer calles en el espacio público, cocinar en comedores escolares, pavimentar calles, operar computadoras en dependencias públicas, pensar soluciones posibles de determinados temas presentando proyectos adecuados ….o estudiar. Todos los casos enunciados potencian o aumentan la energía social (el estudio tal vez sea el que más). Y en todos los casos se cumple una jeraquización del trabajo o el estudio y se evita que algunos aprovechados, con el consentimiento en muchos casos de punteros también aprovechados y aprovechadores, se beneficien con un dinero por el que no hacen ningún mérito para obtener. Esta asistencia le debe llegar inexorablemente a toda persona, que de esta manera no debería tener excusas para mendigar en la calle, por más que sea minusválida. Y le debería llegar en cifras que cumplan con su misión de vida justa.
Qué es lo que se tuvo en cuenta en este caso. ¿el distribucionismo? No. La distribución fue una consecuencia de la justicia social que se aplica, que tiene una pata en la dignidad del hombre, otra en la obtención de un salario justo, otra en asignarle una tarea de utilidad social y personal, porque cumple una misión dentro de la sociedad y porque aumenta la autoestima de quien realiza un trabajo. Otra porque aumenta la amoroentropía del sistema y consecuentemente baja la energía libre y hace más apacible a esta sociedad. Distribucionismo fue lo que se hizo antes con los planes o las cajas de comida y no sirve. No sé si es pecado, pero no es operante El no distribucionistmo, desde el estado es desinterés. Y desde el que obtiene pingües ganancias sin entender su misión social es avaricia. Como señala Dallo No hace falta que recurramos a Molière para entender que esto sí puede ser pecado. Vale la pena que los gobiernos piensen en esto. Vale la pena que se busque salir de los U$S 5.000 «per capita» de ingreso anual y llegar a cifras acordes con el mundo para poder distribuir adecuadamente. Desde hoy hay que hacer lo que se pueda. Pero ni lo que se haga hoy, ni lo que se podrá hacer luego, deberá ser distribucionismo. Será distribuir, con justicia, de acuerdo a lo que se puede en un marco de amor social. Los grandes bandidajes pueden darse en naciones democráticas en las que el gobierno está concentrado en pocas manos».
Como señala Alexis de Tocqueville «Guste o no, tendremos un Gobierno Mundial. La única cuestión es si será por concesión o por imposición»
Decia James P.Warburg «Si de los gobiernos quitamos la justicia, ¿en qué se convierten sino en bandas de criminales a gran escala? Y esas bandas ¿qué son sino reinos en pequeño? Son un grupo de hombres, se rigen por un jefe, se comprometen en pacto mutuo, reparten el botín según la ley por ellos aceptada. Supongamos que a esta cuadrilla se le van sumando nuevos grupos de bandidos y llega a crecer hasta ocupar posiciones, establecer cuarteles, tomar ciudades y someter pueblos. Abiertamente se autodenominan entonces reino, título que a todas luces les confiere no la ambición depuesta, sino la impunidad lograda.
«Con toda profundidad le respondió al célebre Alejandro, un pirata caido prisionero, cuando el rey en persona le preguntó: ¿qué te parece tener el mar sometido a pillaje? Lo mismo que a tí, le respondió, el tener al mundo entero. Solamente que a mí, que trabajo en una ruin galera, me llaman bandido, y a tí, por hacerlo con toda una flota, te llaman emperador». Agustín de Hipona
Héctor Dallo(*) Padre Dr. Leonardo Belderrain, Bioeticista, Capilla Santa Elena, Parque Pereyra Iraola, Consultoría en ?tica Ambiental, Vicaría de la Solidaridad, Diócesis de Quilmes Te. 0221-473-1674
leonardobelderrain@ciudad.com.ar