El olor de la miseria es inconfundible. No tiene nada que ver con el de las nubes, ni con el de los todoterrenos que gastan las ?oenegeses?? en sus viajes para comprobar que no se extravía el dinero de sus proyectos, ni siquiera con el de las subvenciones del ayuntamiento para las familias en riesgo de exclusión.
La pobreza huele exactamente igual en todo el planeta. Huele lo mismo en la isla de Sumatra azotada por un tsunami devastador que en los centros para niños desnutridos de Bobo Dioulasso en Burkina. El mismo e intenso olor en el basurero de Antananarivo en Madagascar que en las favelas inmundas que rebosan violencia de la olímpica y brasileña Río de Janeiro. No hay diferencias. La pobreza huele mal, no nos gusta, hace que nos tapemos nariz y boca, que salgamos corriendo en cuanto sentimos la arcada que antecede el vómito. Y procuramos alejarnos de ella. O la alejamos disfrazándola de beneficio para el bienestar común con políticas de aislamiento.
Aunque el mundo sea cada vez más pequeño y las distancias más cortas, la pobreza sigue estando lejos, muy lejos. La escondemos. En nuestro civilizado, occidental, progresista y avanzado país sucede lo mismo. Los pobres huelen mal. Y tratamos de ocultarlos. A unos los metemos en cárceles que cada vez están más alejadas de las ciudades y con accesos más complicados. A otros los confinamos en guetos a los que ponemos nombres rimbombantes: ?Las 3.000 viviendas?? en Sevilla, ?Buenos Aires?? en Salamanca, ?Las 600?? en Albacete, ?La Rosilla?? en Madrid, ?San Francisco?? en Bilbao, ?La Palma?? en Málaga?? y así en todas y cada una de las capitales de provincia. No podemos soportar su olor.
Las consejerías y concejalías, los ministerios y gobiernos de la cosa de los pobres, apenas si invierten en ambientadores que protejan al resto de los ciudadanos del hedor insoportable que emanan estos basureros humanos. Se contentan con que la peste provocada por la miseria no llegue a los que pagan impuestos. Los que pagamos impuestos nos contentamos con saber que hay programas, proyectos y hasta planes integrales para ayudar a los que quieran dejar de oler a miserables. Y acabamos creyéndonoslo para tranquilizar nuestras conciencias y seguir contribuyendo con el fisco.