«Dime qué estudias y te diré quién eres» -- Francisco Paz

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Moceop

Ciudadano o ciudadana, propiamente, es quien vive en una ciudad. (Así, podemos decir que villano o villana es quien vive en una villa). Anteriormente eran burgueses o burguesas quienes se iban a vivir a los burgos, conjuntos residenciales liberados por el rey de la dependencia servil del noble feudal de turno, dueño y señor de tierras y vidas??
Desde la Revolución Francesa (1789), ciudadano (citoyen) es en la práctica un título honorífico que eleva a los pobres, hace descender (un poco) a los ricos y asemeja (en algunas cosas) a todos, habitantes de ciudades, villas, burgos, pueblos o aldeas. Al menos en Francia, y desde entonces, todos pasaron a ser mi señor (monsieur) y mi señora (madame), no importa cuál sea su profesión, origen familiar, poder económico-político o lugar de residencia.

La ciudadanía es un valor adquirido en las sociedades contemporáneas. Tiene su ideología (liberté, egalité, fraternité), cargada de utopía sana, siempre en construcción. Tiene su ética (todos iguales ante la Ley). Tiene su simbología (el apretón de manos sustituye al besamanos y a la reverencia del inferior ante el superior). Tiene su proyecto (pagado el precio y pasado el tiempo de las muertes en revancha, de uno y otro estamento, convivamos en paz respetando nuestras diferencias).

Educar para la ciudadanía es un proyecto legítimo y necesario. La institución que cuida de la res publica, de los asuntos que afectan al conjunto de la población, debe cuidar los valores adquiridos (a veces a precio de sangre y de dolor) de modo que todos los ciudadanos se vean integrados en el mismo proyecto y con la misma motivación, para asegurar el con-vivir pacífico y constructivo.

Hubo un tiempo, en el pasado, en el que maestros y profesores eran, sobre todo, formadores. Formaban filas para todo, en la escuela o en el colegio (la diferencia de nomenclatura estaba en si eras gratuito o de pago): filas para entrar, filas para ir a misa o a confesar los pecados (si era colegio religioso), filas para el recreo, filas para salir, si habías demostrado que sabías de memoria todo lo que se había puesto en la fila de cosas obligatorias a saber?? (Pero junto a la disciplina y el orden exteriores estaban los vicios ocultos: hacer lo contrario a escondidas, copiar en los exámenes, usar motes despectivos, reírse de normas, valores y conceptos a hurtadillas?? «vicios privados, públicas virtudes»).

Todos bien formados y uniformados, pero dispuestos a romper las formaciones al primer despiste de la autoridad??
Hubo un tiempo, con la recuperación, tardía en España, de la democracia al uso en el mundo occidental, en que muchos maestros y profesores procuraron ser, sobre todo, educadores. Intentaban ayudar a con-ducir la vida personal y social de los alumnos del modo más adecuado para el presente y el futuro.

Educar en la responsabilidad personal, mediante la adquisición de las herramientas culturales necesarias para la ciudadanía, incluía tratar los diversos temas que afectan a la vida de los ciudadanos y ciudadanas de manera abierta, serena y progresiva. Cuando aspectos particulares de la Historia (fascismos, dictaduras, democracias??) o de la Biología (sexualidad, procreación??) provocaron las protestas de algunos padres, los educadores eligieron la comodidad del profesional neutral que se ciñe al programa académico y evita las injerencias en asuntos, llamados, particulares.

Los alumnos y alumnas que forman parte de alguna de las entidades religiosas presentes en España (católicos en su mayoría, pero también evangélicos y luteranos, ortodoxos, musulmanes, judíos, mormones, testigos de Jehová, budistas, baha?i, brama kumaris, etc., etc.), reciben de sus comunidades las herramientas necesarias para su vivencia de fe y de praxis, coherente con ella. Eso esperamos y creemos todos. Todas las religiones, incluso las orientales, tienen una vertiente social que les impulsa a actuar en consecuencia, cargando, claro, con las consecuencias: véase al 10% de los monjes budistas de Myanmar saliendo enérgicamente a la calle??

Las visiones particulares de cada grupo religioso obligan ciertamente a sus miembros, pero ninguno de ellos puede tratar de obligar a los otros a actuar del mismo modo. El marco del con-vivir de la ciudadanía ha de ser asumido por todos, con responsabilidad personal y convencimiento propios. Así, por ejemplo, un católico tratará de evitar el aborto, el adulterio, la masturbación, las relaciones homosexuales, etc., consecuente con su modo de pensar; incluso tratará de convencer a otros, respetuosamente, de las virtudes del respeto a toda forma de vida, etc., pero no podrá despreciar o tratar como delincuentes a los que actúen del modo contrario.

«¿Por qué ha suscitado la Educación para la Ciudadanía la sospecha y el rechazo de amplios sectores de la población? ¿Cómo se ha convertido en campo de batalla en el que no sólo se juega el trofeo de una asignatura sino la emergencia de potenciales conflictos?»
Joaquín García Roca plantea esta pregunta en su aportación a una reflexión sobre este tema de la actualidad española en su trabajo Educación para la Ciudadanía, editado por Cuadernos, nº 149, de Cristianisme í Justicia, que podréis encontrar en cualquier librería religiosa y en www.fespinal.com.

Invito a todos, padres, hijos, profesores, pastores y obispos, a una reflexión y estudio más ponderado. ¿Cuál es, en el fondo, el problema? «Educar es proporcionar brújulas para navegar en un tiempo complejo», cita el autor. «La promoción de la ciudadanía activa y la cohesión social es una de las grandes brújulas que necesitan los jóvenes hoy y forma parte de la necesaria responsabilidad pública que ninguna institución puede dejar de estimar y acompañar» (Delors, J., La educación encierra un tesoro, Ed. UNESCO, Madrid, 1995).