Llama la atención que la cúpula de la Iglesia, hablando de la vida, se centra más en fetos y estados terminales, más que en mujeres, hombres y niños nacidos y expuestos a mil peligros y vejámenes en su vida humana.
1. ¡Que se llame las cosas por su nombre! Se habla en los círculos clericales de «pro vida». ¿Y perqué no de «pro vida humana»? Que el feto tenga vida, nadie lo duda. Lo que nadie puede definir es: en que momento de la gestión en el vientre de la madre se puede hablar de vida humana. Ni la ciencia, ni la filosofía o la teología tienen una respuesta. No podemos evocar una revelación divina que lo diga. Hasta el «doctor angelicus», Tomas de Aquino, calculaba que probablemente luego de tres semanas después de la concepción. Karl Rahner como Bernhard Häring, dos corifeos entre los teólogos católicos, niegan la posibilidad de poder resolver el problema del momento preciso después del cual nos encontramos frente a un ser humano en el pleno sentido de la palabra. Total: Para ser honestos, digamos que no lo sabemos a ciertas.
Como único recurso nos quedaría el sentido común, tan poco común entre los teólogos oficiales. Es obvio que nadie ofrece a su amigo una flor del manzano, auque sea fertilizada, diciéndole: ¡Cómela, una rica manzana!; o un huevo fertilizado y frito como pollo a la parilla. El feto tiene vida, como lo tiene cualquier apéndice biológico en el cuerpo humano. Sin embargo: desde la flor hasta el fruto existe una metamorfosis considerable. Hablar entonces desde la cúpula de la Iglesia de un «asesinato de un ser humano indefenso», en el caso del uso de la píldora del día siguiente, es un disparate irresponsable.
2: En lo que se refiere al caso de Eluana Eglaro, la mujer italiana que permaneció 17 años en estado de muerte cerebral indefinida a la cual se le retiraban, a pedido de sus familiares, los canales artificiales para mantenerla en un estado vegetal pasa lo mismo. El Papa lo llamó «un abominable crimen». Los defensores de esta idea dicen: «Solo Dios es dueño de la vida. El hombre no puede dársela ni quitársela». Se dice que es un crimen cortársela artificialmente, pero no se dice lo mismo al prolongársela artificialmente. ¿Se nota la contradicción?
No se entienda esto como una apología del aborto en general o del suicidio. Me refiero a casos concretos. Yo diría ya desde ahora, y por amor a mis familiares: Si me pasase algo similar a Eluana, no pediría que me maten, sino que me dejen morir. No es lo mismo. Y, si el amor es el mandamiento supremo para el cristiano, haría, en mi opinión, lo correcto. Si alguien piensa diferente, lo respeto. Que actúe de acuerdo a su conciencia. Pero, que no condenen a nadie, y se abstengan de estos calificativos monstruosos que se escuchan desde los púlpitos, si otros hacen caso a su conciencia.
Causar miedos es uno de los instrumentos de la jerarquía para dominar las conciencias. Para esto busca «pecados mortales» incluso donde se trata de buscar vida en plenitud, que era lo que Jesús quería. Esta no se consigue con leyes penales, y proclamas aterradoras, sino con amor efectivo en medio de un mundo en que gime tanta vida humana nacida en medio de frustraciones, marginaciones, catástrofes, vejámenes y enfermedades. Ahí está el prójimo, ahí Jesús ha curado, alentado y liberado de miedos y depresiones.