¡»Tunapenda élections! (queremos elecciones) es el lema de una campaña que ha movilizado a miles de congoleños en las principales ciudades de la República Democrática del Congo. ¡El Congo quiere votar!, es el nombre y el grito de una coalición de 22 organizaciones congoleñas de la sociedad civil (plataformas de defensa de los derechos humanos, organizaciones educativas y cívicas, sindicatos, movimientos de mujeres, grupos ligados a confesiones religiosas, etc.) y EURAC (Red europea de ONGs a favor de África Central), cuyo objetivo va a ser observar y velar por la transparencia de las próximas elecciones.
El 30 de julio se celebrarán la primera vuelta de las presidenciales y la de los diputados a la Asamblea Nacional. El calendario de las provinciales, locales y senatoriales y de la segunda vuelta para la elección de Presidente, no se ha establecido todavía. Garantizar el buen desarrollo de estos procesos electorales, de los que surja un poder legitimado por las urnas, es indispensable para que este enorme país (más de 2 millones de Km2 y más de 50 millones de habitantes) salga del caos en que se encuentra desde hace tiempo y para que la esperanza de un futuro mejor no sea una mera ilusión.
Un país devastado
Como se sabe, el Congo fue propiedad personal de Leopoldo II, rey de los belgas y consumado depredador; pasó luego a ser colonia de Bélgica y alcanzó la independencia en 1960. Ya los primeros años de independencia fueron especialmente turbulentos. Casi siempre detrás de los conflictos estuvo la mano de occidente. Las inmensas riquezas de su subsuelo, su posición central en África, han despertado siempre muchos apetitos. El temor a que el comunismo se extendiera en África hizo del dictador Mobutu el amigo y aliado de occidente, desde 1965. El desmoronamiento del llamado bloque del Este lo convirtió en un líder desechable e indeseable. Sin embargo, la aplaudida desaparición de Mobutu en 1997 no trajo la estabilidad.
La rapiña de sus recursos naturales por parte de sus irresponsables y corruptos dirigentes y de países vecinos, en connivencia evidente con compañías extractoras multinacionales, ha impulsado y sustentado las guerras, ha alimentado los conflictos étnicos, ha puesto en peligro la integridad del territorio, ocupado y administrado en buena parte por ugandeses y rwandeses – apoyados, a su vez por EE.UU. y Gran Bretaña -, y ha causado la muerte de cuatro millones de personas. El Congo es un país devastado y sufriente. No debería olvidarse que esta devastación se ha producido ante la mirada indiferente y el silencio cómplice occidentales, si no con la connivencia explícita de determinados poderes geopolíticos y económicos.
Un proceso de Transición frágil e inacabable
En diciembre de 2002 se firmó el Acuerdo Global Inclusivo entre el gobierno de Kinshasa, los movimientos rebeldes auspiciados por Uganda y Rwanda y la oposición civil. Es indudable que el acuerdo no hubiera sido posible sin la fuerte presión internacional, con protagonismo hegemónico de Suráfrica. En marzo de 2003, se pusieron en pie las instituciones de la Transición y se fijó el plazo de dos años para la organización de elecciones libres y transparentes, punto final de la transición. Casi ninguno de los objetivos pactados (pacificación y restablecimiento de la autoridad del Estado en todo el territorio, reconciliación, reconstrucción del país, formación de un ejército nacional reestructurado e integrado) han sido alcanzados y el calendario electoral ha ido retrasándose.
Los gestores o animadores de la transición se han repartido la tarta del poder. Cada componente del gobierno de transición ha optado por seguir su particular agenda oculta y los congoleños han sido de nuevo abandonados a sí mismos. En el Este – en Ituri y en los dos Kivu – el ruido de botas ha sido constante. Las milicias, esencialmente de base étnica y promovidas por la mano larga de Uganda y Rwanda, países interesados en que la inestabilidad en RDC perdure, han seguido enfrentándose por el control de la tierra, de los recursos mineros y de las redes comerciales. La formación de un ejército nacional integrado se ha visto seriamente entorpecida porque se han producido rebeliones y deserciones y se sospecha que los ex-beligerantes, a pesar de los acuerdos, han guardado sus tropas de élite en la sombra, nada convencidos de que el proceso democrático culminara con éxito.
¡Elecciones ya!
A pesar de las enormes dificultades de tipo logístico, pudo establecerse un censo electoral de más de 25 millones de congoleños, que en diciembre de 2005, ya con retraso con relación al calendario previsto, votaron en referéndum la nueva Constitución, que se promulgó en febrero de 2006. La prolongación del periodo de Transición se hizo inevitable y se fijó el 30 de junio de 2006 como fecha límite. Diputados y Senadores no se dieron prisa alguna en aprobar la Ley Electoral, pieza indispensable de todo el proceso. Los congoleños pudieron comprobar que la «clase política», bien alimentada, no tenía gran interés en cerrar la Transición, ya que las elecciones podían privar a muchos de las prebendas de que disfrutan actualmente. La transición, financiada en gran parte por la comunidad internacional ha sido sin duda «una mina» para los gestores del proceso.
La Comisión Electoral Independiente (CEI), tras varios intentos fallidos debido a la acumulación de retrasos, ha fijado el calendario electoral definitivo. El 30 de julio tendrán lugar la primera vuelta de las elecciones presidenciales y la de diputados. Se rebasa, por tanto, la fecha límite fijada del 30 de junio. Algunas fuerzas políticas congoleñas reclaman un nuevo consenso inter-congoleño para llenar lo que consideran «un vacío jurídico», a la vez que denuncian que el proceso electoral está excesivamente tutelado – impuesto, afirman – por la comunidad internacional. En realidad, apenas pueden disimular el miedo a las urnas. El Consejo de Seguridad de la ONU, la Unión Europea, la Unión Africana, han vuelto a expresar su pleno apoyo y confianza en la CEI.
La dinámica y organizada sociedad civil ha salido a la calle reclamando «¡elecciones ya!. No hace sino recoger la aspiración de la gran mayoría de congoleños, hartos de conflictos y desolación y deseosos de hacer borrón de una larga etapa de sufrimientos, con la esperanza de que se abra una cuenta nueva.
Un futuro lleno de desafíos, pero también de esperanzas
Hay una enorme e inquietante efervescencia política: 33 candidatos a la Presidencia, más de 9.000 para los 500 escaños de la Asamblea Nacional. Expresión, quizás, de «hambre democrática» tras 45 años de ayuno, pero manifestación cierta de la pluralidad de un país/continente, que alberga a centenares de etnias y en el que se han disparado y exacerbado los sentimientos de pertenencia étnica.
Nada será fácil en el futuro inmediato. Los retos son gigantescos: Transformar un Estado opresor en un Estado de Derecho en todos los ámbitos. Transformar un Estado depredador en un Estado emprendedor, multiplicador de las riquezas de un país «bendecido por los dioses y la naturaleza» y distribuidor equitativo de las misma. Transformar un ejército y policía expertos en represión y bandidaje en fuerzas al servicio de los ciudadano. Y está el desafío de construir un Estado unitario e integrador de la pluralidad así como el de articular un poder democrático en un entramado de poderes tradicionales o consuetudinarios. Y, ¡cómo no!, el gran desafío de la reconstrucción y pacificación interna de un país devastado física, y también moralmente, por la arbitrariedad, la agresión extranjera, el pillaje, las matanzas, violaciones y desplazamientos masivos de la población.
Una tarea ingente, que exigirá grandes y continuados esfuerzos por parte de los congoleños y de la comunidad internacional y sólo posible si tras un proceso electoral libre y transparente emana un poder legítimo, legitimado y aceptado por todos. De la estabilidad de la RDC depende, por otro lado, la pacificación de la convulsa región de los Grandes Lagos. Cuanto suceda en el Congo en los próximos meses tendrá repercusiones regionales y en toda África subsahariana. ¡Que sea para bien!.
* Federación de Comités de Solidaridad con África Negra