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Que la sequía de vocaciones religiosas, en general, es un dato irrefutable y que las instituciones eclesiásticas, sobre todo Roma, no mueven un dedo para buscar posibles soluciones considerando que es responsabilidad divina enviar ?obreros a la mies?? son hechos también irrefutables y desconcertantes. En cierto modo la XXIV Asamblea de la CONFER del pasado noviembre tuvo que ver con este asunto. La Asamblea estuvo presidida por Jesús Catalá, obispo de Málaga y presidente de la Comisión para la Vida Consagrada de la CEE, y por María Rosario Ríos, presidenta de la CONFER. El tema central de esta Asamblea era las vocaciones religiosas y ?cómo acompañar a los jóvenes para que se sientan atraídos por la vida consagrada??. El obispo malagueño en su intervención, como es costumbre en él, buscaba un título periodístico de impacto y lo consiguió: la sequía de vocaciones se debe a que los curas dedican muy poco tiempo al confesionario, pues es ahí donde se puede acompañar a los jóvenes de manera individualizada y así se evitaría el ?proceso de clonación??.
Para el obispo malagueño el ?método grupal o de clonación?? no elimina el ?desierto vocacional?? en España. Así de fácil: a más tiempo en el confesionario más vocaciones religiosas. Parece ser que a monseñor Catalá le importa más un título de prensa llamativo, como cuando dijo que ?el matrimonio gay es como la unión entre un hombre y un perro o un bebé y un anciano??, que el verdadero problema de la escasez de vocaciones religiosas. Más acertada, a mi modo de ver, estuvo María Rosario Ríos, presidenta de la CONFER. Para ella los jóvenes necesitan ?figuras de referencia cercanas, creíbles y coherentes??, pues hay que atreverse ?a hacer camino con los jóvenes, camino nuevo, no desde nuestros esquemas, sino desde donde están, desde lo que son??.
Aquí está el verdadero meollo de la cuestión. Hay que explorar caminos nuevos y desde paradigmas actuales de unas sociedades laicizadas, que buscan su religación con la Trascendencia de otros modos muy distintos a los modelos medievales, que son los que imperan en las diferentes estructuras de vida consagrada. Para la institución jerárquica es un asunto que está en manos de Dios: ?Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies?? (Mt 9,38); o más bien se aplican el dicho del liberalismo económico: ?laissez fair, laissez passer??. Me consta que hace unos meses en una diócesis española, con una geografía empobrecida y de pueblos semiabandonados, los curas con el obispo dedicaron una jornada a evaluar la falta de sacerdotes en la diócesis, sacerdotes con edad avanzada y muchos pueblos que atender; y la conclusión no fue otra que esperar a las directrices de la Conferencia Episcopal sobre este asunto; o lo que es lo mismo, dejar la iniciativa en mano de otros; y estos ?otros??, a su vez, no parece que estén por la labor a la espera de lo que diga Roma.
El dato incuestionable es que los curas son pocos y de edad avanzada, los conventos se cierran, las comunidades religiosas están disminuidas y con unos miembros envejecidos?? Y por otra parte, nuestra sociedad es laica y concibe lo religioso desde un paradigma laico, que no tiene nada que ver con los paradigmas medievales, que son los modelos actuales para encauzar las vocaciones religiosas tanto al sacerdocio como a los monacatos y comunidades religiosas. Las instituciones eclesiásticas, léase papado, curia romana, conferencias episcopales, obispos?? son realidades históricas y, por lo tanto, no pueden comportarse como instituciones ahistóricas.
Si el ser humano, según Ortega y Gasset, no es naturaleza, sino historia, quiere decir que el ser humano evoluciona, cambia, se adapta a nuevas realidades. Las instituciones eclesiásticas, pues, tienen por delante un gran desafío, no sólo en lo que respecta a las vocaciones religiosas, sino en otros campos: derechos humanos, administración de recursos económicos, democratización de las instituciones, clericalismo?? El sustrato ideológico-teológico en lo referente a las vocaciones religiosas es una escatología ahistórica, del más allá trascendente, sin tener en cuenta el presente y, sobre todo, el futuro esperanzador y liberador propio de un pueblo de Dios, la Iglesia, que está en ruta.
Propio de esta escatología ahistórica es el sacrificio, el conseguir méritos para la otra vida, esto suena a pelagianismo, y mientras estemos en ?este valle de lágrimas?? hay que mortificar el cuerpo y los sentidos, para que lleguemos al ?juicio final?? con las alforjas repletas de méritos. De ahí que las vocaciones religiosas se tienen que edificar sobre estos cimientos y así surge el paradigma vocacional, los llamados votos religiosos, que aún perdura, basado en
1. Huida del mundo. El aquí y el ahora no interesa.
El mundo con sus tareas propuestas por el Creador no interesa, pues, al parecer, entorpece la religación con Dios y nos aparta del verdadero camino. Hay que huir de este mundo y de sus preocupaciones y retirarse a lugares apartados (vida monástica); o si se vive en el mundo, hay que estar ?separados, segregados?? del resto de los vivientes (sacerdotes, congragaciones religiosas contemplativas y de vida activa, vírgenes consagradas). ¿Dónde está la responsabilidad del cristiano, hombres y mujeres, para que el mundo, la historia se vaya configurando según los valores que propuso Jesús de Nazaret? Jesús de Nazaret era urbanita, no se fue a vivir al desierto con los esenios, sino que iba de pueblo en pueblo predicando el Reino de Dios y con frecuencia se retiraba al monte o a un descampado para orar. Se puede orar y ser contemplativo en medio del mundo, en medio del sufrimiento y de las alegrías de los seres humanos.
?l no rehúye su responsabilidad para con los pobres, marginados y desvalidos; es más, comparte esa responsabilidad con sus discípulos y envía a los setenta y dos (número simbólico de las doce tribus de Israel multiplicado por los seis días de trabajo de Dios en la creación) a predicar el Reino de Dios, compartiendo y sanando el sufrimiento humano (Lc 10, 1-12). Los jóvenes de hoy son sensibles a las realidades de su entorno y no pueden entender que para relacionarse con Dios tengan que ?huir?? de su mundo y de sus vivencias.
2. Virginidad y celibato, desprecio del cuerpo. Es consecuencia de esa ?huida??, donde no hay posibilidad de disfrute alguno. Es conocido el axioma de Anselmo de Canterbury: ?La virginidad es oro, la continencia plata, el matrimonio cobre; la virginidad es opulencia, la continencia medicina, el matrimonio pobreza; la virginidad es paz, la continencia rescate, el matrimonio cautiverio; la virginidad es sol, la continencia luna, el matrimonio tinieblas???? Entonces ¿para qué el cuerpo? No tenemos otra ventana para relacionarnos con la Trascendencia ni con lo que nos rodea. Entonces ¿para qué la encarnación del Hijo de Dios? Para Juan de la Cruz no podemos llegar a Dios sino a través de su Hijo encarnado. Desde esta perspectiva teológica no se puede despreciar el cuerpo, si el cuerpo es ?el templo del Espíritu Santo?? (1Cor 6,19). El celibato o la virginidad no se pueden establecer como factor de exclusividad del sacerdocio o la vida religiosa. La sequía de vocaciones sacerdotales se saciaría con la abundante agua del celibato opcional y del acceso de las mujeres al sacerdocio.
¿Dónde está ese texto de derecho divino por el que las mujeres no puedan ser sacerdotes? Hay que añadir que lo dicho por Tertuliano respecto a la mujer sigue en vigor, y de qué manera: ?La maldición que Dios pronunció sobre tu sexo todavía pesa en el mundo. Tú eres la puerta del diablo??. No menos a la zaga se queda el texto de Clemente de Alejandría: ?Le es vergonzoso a una mujer pensar sobre la naturaleza que tiene?? Toda mujer debería enrojecer de vergüenza sólo de pensar que es mujer??. El patriarcado, fuertemente afincado en las instituciones clericales, domina el día a día de la Iglesia, oponiéndose frontalmente a la igualdad entre hombres y mujeres, un derecho conquistado por nuestras sociedades. En definitiva, el celibato o la virginidad no pueden considerarse como mérito en la espiritualidad, pues Dios es ?gratuito, aunque no superfluo??.
3. Obediencia, sumisión absoluta a la autoridad o al poder establecido. Lejos está de esta práctica el significado de la palabra ?obediencia??, salir al encuentro del otro y compartir desde la igualdad óntica del ser humano. Este tipo de obediencia esclaviza al hombre y a la mujer hasta extremos insospechados, como me comentaba cierto día una chica perteneciente a una congregación religiosa relativamente moderna. El control de la superiora llegaba hasta comprobar diariamente cómo estaban colocadas las perchas del armario. Se puede argumentar que el voto de obediencia es libre, pero es desde ?un tomas o lo dejas??. Esta sumisión a la autoridad o al poder anula la autonomía y las iniciativas personales para convertirse en un autómata. ¿Dónde está la libertad, esa libertad de los ?hijos de Dios??, el bien más preciado del hombre y de la mujer? No parece muy atractiva para los jóvenes de hoy la obediencia así entendida; chicos y chicas que se mueven en un paradigma social e histórico situado en las antípodas. La obediencia tiene que compartirse, no cumplir el mandato a rajatabla, sin más.
Habría que analizar otros parámetros de la vocación religiosa, pero se alargaría esta reflexión. El hecho es que la vocación religiosa no es atractiva hoy por hoy a una espiritualidad de chicos y chicas deseosos, anhelantes de vivir hondamente su experiencia espiritual. Conviene recordar de nuevo las palabras de la Presidenta de la CONFER: hay que atreverse ?a hacer camino con los jóvenes, camino nuevo, no desde nuestros esquemas, sino desde donde están, desde lo que son??.