Viva Chile iconoclasta (con ocasión del viaje del Papa Francisco a Chile) -- Eduardo Hoornaert

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Papa Francisco35En torno al reciente viaje del Papa Francisco a Chile se registraron hechos que, por primera vez con tanta claridad en este pontificado, revelan un movimiento pendular en relación de su imagen ante la opinión pública. Los sectores importantes de la Iglesia Chilena se manifestaron críticos ante posicionamientos asumidos por la jerarquía del país y endosados ??por el Papa durante esa visita, como manifestaron diversos hechos que aparecieron en los noticieros.

El día 3 de enero, pocos días antes de la planeada gira, el Centro Ecuménico Diego de Medellín intentó organizar un ‘Pacto de Conversión Pastoral’ entre la jerarquía y el pueblo de Dios. Sin aparente resultado. En los días anteriores a la visita se produjeron cinco atentados en diversas iglesias parroquiales, en señal de protesta contra esa visita, y tres durante la visita. El día anterior a la llegada del Papa hubo ‘La Marcha de los Pobres’, abortada por la policía.

Varias voces se levantaron, contestando la presencia del Obispo Barros, presumido ‘encubridor de pedofilia’, en la Misa Campal celebrada por el Papa el primer día después de su llegada. En esas circunstancias ocurrió una cierta confusión con carabineros a la hora en que manifestantes contrarios a la presencia de aquel obispo fueron impedidos a entrar en el Parque O’Higgings, haciendo que la viuda del ex presidente Eduardo Frei desabafase: ‘no confío en aquel Papa’. Estudiantes de la Universidad Católica de Santiago dirigieron una carta abierta al Papa, en la que le acusaron de practicar una doble moral. En el caso de la Misa Campal declaró a la prensa, sin rodeos: ‘el papa se equivocó’. A estos acontecimientos hay que añadir la repetición de manifestaciones, desde muchos años, por parte de movimientos como el ‘Somos Iglesia’ (sector chileno) o el ‘Centro Ecuménico Diego de Medellin’, a favor de una democratización de la Iglesia Católica.

No me parece indicado pasar por encima de esos eventos sin comentarlos, como si no estuvieran ocurridos. No es que ellos contengan gérmenes del futuro, no sólo en relación a la Iglesia Católica en Chile, sino en lo que concierne a la Iglesia Católica Universal? No se olvide que Chile hoy se manifiesta como el país, en América Latina, donde las instituciones democráticas se presentan relativamente más sólidas que en los demás. Es al mismo tiempo el país menos «católico» del continente, ya que el 31% de su población se declara ‘sin religión’. Todo esto merece ser evaluado de modo más exento posible de prejuzgamientos. De igual modo, una evaluación del comportamiento del Papa durante la visita a Chile no debe ser interpretada como un rechazo global de su modo de liderar la Iglesia Católica, sino como la percepción de ‘signos de los tiempos’, signos indicativos del futuro.

Para él, no debe haber sido fácil oír, durante su visita a la Arquidiócesis de Concepción, el día 17 de enero, las duras palabras que le fueron dirigidas por representantes de las comunidades Mapuche (habitantes originarios de la región). Ellos le dejaron claro que esperaban, por parte de la Iglesia Católica, algo más que palabras bonitas. Esperaban la devolución de terrenos ancestrales hoy de propiedad de la Arquidiocesis de Concepción: ‘invitamos a la Iglesia Católica y a su autoridad máxima a devolver sin condiciones las tierras usurpadas del pueblo Mapuche’. Además, exhortaron al Papa en el sentido de ‘antes de pronunciar palabras de cortesía para con nuestro pueblo y de hablar en paz, dar el ejemplo de cómo resolver políticamente el conflicto territorial existente en Chile, entre el Estado y el Pueblo Mapuche’. El Papa se quedó en silencio.

Pero el caso que se quedó envuelto fue provocado por la actitud asumida por la jerarquía católica del país frente al ‘reino pedófilo’ creado por el sacerdote Fernando Karadima en la parroquia El Bosque, situada en uno de los barrios más elegantes de Santiago. El Papa no logró desenredarse y llegó a decir, ásperamente, en Iquique, ya de paso a Perú, que las sospechosas que pesan sobre el Obispo Barros en el sentido de que él era participante de tal ‘reino’ y ‘encubrimiento de pedofilia’, que todo es calumnia. ¿Está claro? ‘. Una reacción nada feliz, pues cerró la puerta a una solución negociada de la cuestión, en la línea de la democracia. Y cuando una de las víctimas de Karadima se atrevió a hablar de «crimen de lesa humanidad» para calificar lo que había sufrido en manos del sacerdote, sus palabras no cayeron bien en medio eclesiástico. Aún durante la presencia del Papa en Santiago, en la última hora, se improvisó un encuentro del Papa con víctimas de dichos abusos. Pero los que hablaron a la prensa y otros medios de comunicación no fueron invitados.

¿Escribo eso para lanzar lodo en la reputación del Papa? Mi intento es otro. Déjeme explicar lo que pienso. Uno de los fenómenos más interesantes e instructivos de la historia consiste en su movimiento pendular. Se verifica en la historia que, cuando aparece una figura que impresiona a mucha gente, pronto se verifica un movimiento de exaltación de ella, lo que puede asumir dimensiones desproporcionales.

Aparecen ‘iconolatras’ (del griego: adoradores de imágenes), que tienden a creer que sólo ‘grandes figuras hacen historia’ y que se trata, pues, de seguir fielmente sus pasos, incondicionalmente. Pero la misma historia registra, en ese momento, la aparición de ‘iconoclastas’ (del griego: los que rompen imágenes), o sea, de un movimiento que tiende a reducir el impacto de tales grandes figuras sobre el acontecer histórico, dando margen iniciativas emergentes de la base de la sociedad. La tensión entre iconolatras y iconoclastas es un fenómeno saludable, pues nos recuerda que no son sólo los ‘grandes personajes’ que hacen la historia, pero que el gran actor de la historia es el ‘fuego de abajo’ (según una feliz definición de Marcelo Barros). El líder puede atizar el fuego, soplar y reanimar un fuego medio apagado, pero él no ‘hace historia’.

El movimiento colgante entre iconolatras y iconoclastas evita, por un lado, la creación imaginaria de ídolos salvadores y, por otro lado, la demonización de fuerzas contrarias. Los dos términos griegos, que uso aquí, provienen de los tiempos del Imperio Cristiano Bizantino. Los monjes fabricantes de iconos (imágenes sagradas), frecuentemente acometidos de ‘iconomania’ (pasión exagerada por imágenes), tuvieron que enfrentar, en ciertos casos durante siglos, hordas de monjes iconoclastas que recorrían los santuarios a romper imágenes. Era una violenta guerra religiosa. Las mismas tensiones se verificaron, aunque a pequeña escala, al final de la Edad Media europea, con la aparición del protestantismo. Aquí tenemos una lección importante de la historia: las cosas corren bien cuando se evita tanto la iconolatría como la demonización, o sea, cuando se logra navegar en medio de inevitables conflictos sin llegar a enfrentamientos violentos o a intentos de aniquilar pensamientos divergentes.

En ese sentido ha de lamentar el rechazo, por parte de la alta jerarquía de la Iglesia Católica en Chile, en discutir opiniones y, en su lugar, limitarse a emitir ‘verdades’. Hay que lamentar que, en ningún momento, a lo largo del proceso Karadima, que ya se protege desde 2011, la autoridad papal se haya tomado distancia ante el posicionamiento asumido por esa alta jerarquía. Como apuntan los estudiantes de la Universidad Católica, aquí aparecen signos de una doble moral. Al mismo tiempo que el Papa habla resueltamente y enérgicamente en diálogo, intercambio de opiniones, superación de conflictos por medio de encuentros, él no se desvía de actitudes poco dialogantes, asumidas por jerarquías locales. No hay como minimizar la gravedad del crimen de la pedofilia.

?l destruye, en muchos casos, completamente la personalidad, desorienta la vida. No basta con hablar de «crimen de lesa humanidad» en términos de política internacional, hay que considerar que no hay, en esta vida, nada más respetable que el honor personal, el cuerpo sagrado, intacto, respetado. La víctima de pedofilia ya no puede desprenderse de su cuerpo, ‘ensuciado’ para siempre, humillado para siempre. Cuando ella consigue recuperarse, queda la vergüenza y, muchas veces, la pérdida de sentido de la vida. El Papa lo sabe perfectamente y es en este particular que demuestra no gozar de la libertad de acción que sus palabras hacen suponer. Esto nos recuerda lo que todos sabemos: el papado histórico es una creación de un sistema burocrático montado siglos atrás, aunque los papas den la impresión de estar fuera de ese sistema. La gran debilidad de este sistema es que tiene que recurrir a las verdades eternas para poder sostener.

En el afán de no discutir, recurre históricamente a diversos métodos de intimidación, caza a herejes, inquisición, quema pública de figuras contestantes, represión directa y principalmente montaje de una propaganda masiva, durante siglos. Dentro de ese contexto hay que valorar, sin duda, la osadía del Papa en visitar al país menos religioso de América Latina y de suscitar emociones no siempre expresadas de modo correcto (como suele suceder con emociones). Por eso hago la cuestión de dejar claro que no escribo este mi comentario del reciente viaje del Papa Francisco en el sentido de prejuzgar acerca de sus comportamientos, sino porque me parece importante llamar la atención sobre algunas contradicciones que suelen pasar desapercibidas, pero que merecen ser debidamente analizadas . Provocar una reflexión acerca de los límites de acción impuestos a la Iglesia Católica en los tiempos que estamos atravesando me parece algo importante en nuestros días.

Siendo la Iglesia una estructura de larga duración, corre el peligro de no considerar debidamente los dictámenes de los tiempos que pasan, de las mentalidades que cambian, de los condicionamientos que se alteran. Ella confía demasiado en el peso de su historia y con eso puede perder el tren de la historia. El dictado ‘blando su stat’ (el peso de la historia hace que la Iglesia se ponga de pie) o aquel otro ‘stat crux de un volvitur mundus’ (el mundo gira, la cruz queda) no pueden guiar a la Iglesia para siempre. Pasó el tiempo en que la impresión de eternidad e inmutabilidad (atributos de Dios), causada por la Iglesia, orientaba los comportamientos.

Hoy, un número creciente de analistas de los tiempos que vivimos hablan de la falta de integración entre lo que los sistemas (políticos, religiosos, económicos, sociales) actualmente operan lo que la humanidad realmente necesita. Es en ese ‘interregno’ entre un pasado que ya no satisface más y un futuro que demora a aparecer, como comentó genialmente Antonio Gramsci, que pueden aparecer ‘monstruos’. Es para evitar la aparición de esos monstruos que el balance entre ‘iconolatras’ e ‘iconoclastas’ puede ser saludable. Constatamos, de todos modos, que el viejo dictado ‘Roma locuta, causa finita’ (Roma habló, se terminó la discusión) parece que no vale más en diversos sectores de la Iglesia Católica en Chile. ¿Eso no es positivo?