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Dos elementos me animaron a elegir este viaje: en primer lugar, disfrutar de una región atractiva, entrada a la Europa del este, pero muy cercana a nuestra historia. El segundo, percibir cómo evoluciona el proceso de pacificación y de consolidación de la convivencia real en una zona que sufrió el azote de la guerra entre 1991 y 1995, algo difícil de superar en poco tiempo.
El conocimiento y disfrute del país no me defraudó en absoluto. Es una nación netamente europea con un nivel de vida medio muy aceptable, aunque la maraña turística no permitía detectar claramente esa realidad. Además el interés histórico cultural y la belleza de cualquiera de los lugares visitados era enorme. Esa mezcla entre la influencia eslava y austrohúngara y la italiana le concede una variedad muy rica y el cariz de un cruce de caminos entre oriente y occidente verdaderamente significativo.
No me puedo detener en la atracción de cada paraje, pero no puedo ocultar la grata vivencia a la que contribuyó la valía profesional de nuestro guía la de un grupo empático, alegre y solidario.
Muy notable también el papel relevante de las religiones e incluso el respeto claro a la pluralidad religiosa del entorno: en Croacia con gran predominio de los católicos pero con minorías serbia ortodoxa y musulmana reconocida oficialmente. Pero si bien la religión ha marcado totalmente a cada nacionalidad, lo cual es un dato básico, es ahora la deriva política de cada uno de los siete estados de la antigua Yugoslavia la que define su posición actual.
Croacia y Eslovenia aceptaron el apoyo de Alemania y de la UE en el primer momento y la reacción de Serbia, guardiana del espíritu unitario de la anterior república socialista federada, pero igualmente con un afán de dominio del nuevo Estado, lo que era impracticable para el conjunto de las nacionalidades afectadas, hizo que surgiera la guerra en el corazón de Europa, una contienda fratricida entre países hermanos, cultos y maduros, que la UE no consigue frenar, quizá debido a intereses económicos y políticos determinados.
Al final vino la intervención militar de la OTAN para frenar violentamente a Serbia y se alcanzó un acuerdo de paz con alfileres, que en Bosnia aún fue más tardío, por el complejo entre cruce de nacionalidades, por lo que las heridas aún quedan.
La escapada que el penúltimo día pude hacer desde Dubrovnik a la ciudad bosnia de Mostar confirmó esta impresión. Existe una dialéctica agresiva grande entre la nacionalidades enfrentadas que interfiere gravemente una línea de cooperación entre las siete repúblicas, indispensable para construir un futuro común colaborativo.
La comunidad internacional se limita a un seguimiento formal por un representante ficticio que poco o nada resuelve en esa tensión encastrada. Pero la UE debe activar su papel dinamizador de una paz estable y abierta, creando instrumentos políticos que generen cooperación sociopolítica. Hay que agilizar los ingresos de todas las naciones implicadas en la UE, sin ese temor atávico a Rusia que carece de objetividad.
Solo así se podría crear un espacio de pluralismo pacífico en los Balcanes, integrado en la UE como un elemento de fortaleza para Europa que le ayudaría a consolidarse como proyecto autónomo en el escenario internacional.
Fdo.: