No saben el interés con que he recibido la invitación para asistir a este Encuentro Internacional. La revolución bolivariana es un hecho nuevo, enormemente significativo en el mundo y, sobre todo, en la sociedad latinoamericana. Tan es así que, en mi opinión, ocupa un liderazgo en el conjunto de los países latinoamericanos.
Confluyen en ella viejos y diversos elementos: el intento de una transformación sociopolítica radical, el rechazo y la revancha de quienes dominaban la antigua sociedad, la complicidad de quienes, también desde fuera, se colocan a favor o en contra, y la ambigua, cuando no negativa, posición de la Iglesia católica.
Se trata de un momento decisivo, política, económica, cultural y religiosamente hablando. Y tal momento, seguro, no deja a nadie indiferente. Y cada cual lo interpretará de acuerdo a sus ideas e intereses.
La manida e indigesta neutralidad religiosa política
Quien diga que pasa, es un iluso o un cínico, pues en la convivencia política nadie es neutro, todo el mundo actúa de una determinada manera, se relaciona de una determinada manera, pone en práctica posiciones distintas y trata de participar e influir en una u otra dirección. La neutralidad es imposible: te metes o te meten y, si eres cura, te lo reprocharán cínicamente cuando por tu teología pongas en peligro sus intereses.
Es la clásica postural neoliberal: política religiosa de derechas siempre y cuanto más, mejor; política religiosa de izquierdas nunca y, cuanto menos, mejor. En el primer caso -larga historia a la vista- la religión se casa con el poder y lo legitima y es lícita y santa; en el segundo, lo cuestiona y es reprobable y maldita.
El mundo económico-político para una mentalidad neoliberal es autónomo y cerrado, con un proceso de leyes internas intocables y, por lo mismo, sin lugar para la ética ni la teología. Religión y teología opiáceas que incitan a la pasividad, a la resignación, al fatalismo y doblegamiento??, toda la que quieran; religión y teologías que incitan a la conciencia, al rechazo del poder opresor y defiende la dignidad y derechos del pueblo??, ni nombrala y lejos de toda convivencia.
Deliberadamente insolente el dogma del neoliberalismo: ?dejar hacer??, ?no interferir??, ?la autorregulación es mecánica??, que nadie se atreva a señalar la iniquidad de un sistema salvaje e inhumano. Y si contamos con una religión que lo aprueba y bendice, miel sobre hijuelas.
Y míopemente consagrado el dogma de un determinado socialismo: ?la religión asunto privado??, ?cultivo para el jardín de una alucinada subjetividad??, ?de incompatible relación con los asuntos públicos??. Y sin contamos con una religión que lo aprueba y bendice, también miel sobre hijuelas.
Uno y otro, jugando siempre con la teología: para encadenarla o suprimirla; para ensalzarla o manipularla. Y, de esa manera, aceptando el juego que la envilece. La teología de la liberación -y no sólo ella- ha descubierto el equívoco y, por eso, ha sido perseguida y desprestigiada.
Jesús de Nazaret no fue apolítico
Religiosamente aludiré en directo a Jesús de Nazaret. Si Jesús no fue, en sentido estricto, un político, tampoco fue un apolítico. Lo escribe el teólogo Schillebeeckx: ?Jesús no tuvo un interés directo por la política, si bien sabemos que su predicación del Reino y, sobre todo, su trato con los oprimidos tenía una serie de implicaciones políticas??. La praxis del Reino de Dios implica esencialmente la mejora del mundo. El interés indirecto de Jesús por la política es un hecho de primera magnitud?? ( Cristo y los cristianos, Madrid, Cristiandad, 1982, p. 569).
Las nuevas investigaciones bíblicas y los avances de las ciencias, proyectadas a la situación en que vivimos, no nos permiten alejarnos de la sociedad, pensar en un cambio meramente interior con desentendimiento del cambio de las estructuras de la sociedad: ?Toda generación cristiana, recalca Schillebeeckx, que se tenga por tal deberá determinar, a partir de su fe, su postura frente a la situación política, especialmente cunado las estructuras esclavizan al hombre?? (Idem, p. 571).
Creo, por tanto, que podemos tener por claro lo siguiente: para Jesús la política no es algo absoluto, lo absoluto es el Reino de Dios. Muchas realizaciones de las políticas humanas, vistas a la luz del Reino de Dios, aparecen discriminatorias, opresivas, injustas y, por tanto, utópicamente superadas. Muchos proyectos políticos están construidos sobre bases impropias de la dignidad, del bien y los derechos humanos, impiden implantar la justicia, la libertad, el amor y la felicidad del ser humano. El Reino de Dios resulta entonces demoledor para quienes persisten en construir la convivencia social al margen de la dignidad y derechos de la persona.