UNA SEMANA SANTA ALTERNATIVA, memoria de la muerte de Jesús

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Igual que hay maneras muy distintas de entender la religión, también sucede con LA SE-MANA SANTA, que no se entiende ni se vive del mismo modo por todos los cristianos. Este hecho de la diversidad tiene su importancia, pues algunas interpretaciones sobre el cristianismo y algunas for-mas de manifestación de la fe son tan estrambóticas que parece que deforman los contenidos religio-sos, pues la información que se transmite es muy diferente a la que parece que fue Jesús de Nazaret y ello genera bastante confusión. Ojalá yo no haya caído en parecido revés.

Si en algo destaca el Nazareno fue en la crítica que hizo del culto, del templo, del sacerdocio y de las leyes judaicas, tanto orales como escritas, y también fue irrespetuoso con la tradición. Uno lo nota a poco que lea los evangelios. “Se os dijo… pero yo os digo”. Para Jesús cualquier lugar podía ser templo de Dios. Hace una crítica radical del modo en el que los judíos honraban a su Dios, que era más bien formal que de corazón, más bien de boca que de verdad. La religión judía cultivaba más el formulismo que la relación personal, aquella en la que el creyente se implica con Dios de tú a tú.

Las instituciones religiosas que Jesús denunció eran las que trataban de ensamblar toda la vida cuotidiana del israelita, que con sus críticas Jesús estaba poniendo en peligro. Por eso, las autoridades religiosas decidieron acabar con él: por intentar cambiar lo que él interpretaba como falsa religiosidad que, por otra parte, resultaba para el pueblo un agobio por lo difícil de cumplir con tanta y meticulosa observancia normativa religiosa. Además, Jesús, con su exigencia de cambios radicales ponía en pe-ligro el disfrute de la situación tal cual lo estaban haciendo las autoridades religiosas, que estaban viendo nacer en torno al profeta de Nazaret un grupo de disidentes que compartían con él su rebelde actitud religiosa. Discernían bien, después que se ve el futuro éxito del movimiento alternativo religioso que terminó siendo la “religión cristiana”. Porque lo vieron como un peligro de lo establecido, del que disfrutaban las autoridades religiosas, estas decidieron su muerte. “Mejor que sea uno solo el que muera”, dijo Caifás, sumo sacerdote de aquel año, en la reunión del Sanedrín.

Conociendo la vida de Jesús, no extraña a los cristianos que dentro de sus mismas filas haya habido siempre voces críticas sobre las maneras de vivir la religiosidad, como en concreto sucede hoy al hablar de la celebración de nuestras SEMANAS SANTAS, en la que cada año los pueblos recuerdan la muerte y resurrección de Jesús. Son muchas las llamadas de atención que se hacen pidiendo en general la renovación del lenguaje religioso que resulta tan frecuentemente incomprensible. No solo el de las palabras, sino también el de los signos. Muchos de ellos no los entendemos bien sea que por viejos quedan descontextualizados, bien sea por determinados añadidos materiales o espirituales, que uno ve más o menos “impropios” de la espiritualidad que vivió y predicó Jesús de Nazaret, aunque parece que la piedad popular no los considera así.

Se criticaba, con razón, el papel asignado a las mujeres en las cofradías. Tuvo su fruto, pues algunas han comenzado a integrarlas plenamente en ellas. Igualmente hay que decir de aquellas que encauzan los recursos que logran no solo al mantenimiento necesario de la entidad, sino también a la solidaridad con los más necesitados de la sociedad. Gastar todo, o las cantidades más importantes en la absurda competencia entre cofradías para que su paso sea el “más brillante” o llamativo por los oropeles que lucen, no parece concordar con el estilo de vida del Jesús o de la Madre que procesionan. A veces las imágenes resultan ser una profanación de la realidad histórica por ver vestido con tanto lujo aquel que no tenía un sitio para reposar su cabeza y dormir por la noche. Este tipo de discordancias existen en la Iglesia en otros muchos casos y circunstancias y todos ellos se debieran revisar a la luz de la verdad cristiana que nos dan los evangelios. Es acertado pedir sobriedad o austeridad en toda manifestación religiosa que se haga en torno al Cristo y madre dolientes. No se deben hacer gastos superfluos, que son consecuencia de una competitividad fuera de lugar. También puede ser la SEMANA SANTA un medio de inserción de los divorciados vueltos a casar, que algunos excluyen de las co-fradías, como se hace con la comunión en la celebración eucarística. Y es verdad, pues Dios no ex-cluye a nadie de su misericordia, lo que también deben hacer aquellos que dicen creer en ese Dios.

La Semana Santa es una realidad muy amplia, tanto como la Iglesia misma; y es muy variado el modo de celebrarla, pues ha recibido el influjo de muchas culturas o sensibilidades locales, que entienden perfectamente su manifestación de fe a través de procesiones, pasos y cofradías organiza-doras y demás. Por la mucha gente que convoca, vemos que sobre ella recaen intereses a veces espurios. Debemos estar atentos para no dejarnos manipular por gente sin escrúpulos que quie-ren condicionar todos estos actos a la obtención de un mayor beneficio económico. Deben pre-valecer los criterios que se consideren centrales para el enriquecimiento espiritual de quienes ven o participan en la actividad religiosa. Se debe orientar todo para llegar al corazón de la gente con el fin de motivar el seguimiento de Jesús de Nazaret, que es para los cristianos el mejor camino de vida.

Hay quien dice que “la interpretación de la cruz como sacrificio por los pecados es pura barba-rie, está basada en concepciones primitivas de Dios y debe rechazarse”. No tomemos estas palabras como una afirmación categórica excluyente, pues en ningún caso hay que serlo. Son palabras de un cristiano, obispo episcopaliano, reconocido teólogo alternativo en muchas cuestiones importantes. No es difícil entender su postura, pues a la par de la tradición bíblica que habla del ofrecimiento de sacri-ficios a Yavé, otra, en la que está el profeta Oseas, mantiene el criterio de que los sacrificios no le agradan: “Porque misericordia quise, y no sacrificio; y conocimiento de Dios más que holocaustos” (Oseas 6,6). Sigue el mismo criterio que ya aparece en un anterior famoso texto. Cuando Abraham iba a sacrificar su hijo Isaac, Dios le hace ver que era solo una prueba. Rechaza el sacrificio de Isaac. A este criterio se une el profeta de Nazaret con las palabras que encontramos en Mt. 9,13: «Id, pues, y aprended lo que significa: «Misericordia quiero, y no sacrificio»».

Intentémoslo. Muchos entienden la misericordia como perdón, que lo implica, pero abarca mu-cho más. Se ve fácilmente que es una palabra que contiene dos conceptos: miseri-cordia, miserable, empobrecido, por una parte. Y por otra, corazón, cordialidad, amor, con lo que podemos deducir que la misericordia es el amor solidario. Se indica también en aquel texto del catecismo que nos habla de las obras de misericordia: “Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf. Is 58, 6-7; Hb 13, 3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos (cf Mt 25,31-46). Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres (cf Tb 4, 5-11; Si 17, 22) es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios (cf Mt 6, 2-4)”.

Para entender la muerte de Cristo no hace falta recurrir a la tradición judía y ver en Jesús al cordero expiatorio del judaísmo que cargaba con los pecados del pueblo y que, sacrificado, se ofrecía a Dios buscando su perdón. Los hechos que parecen más históricos de su vida y muerte son suficientes para interiorizar de forma ejemplarizante a Jesús. El final trágico del profeta de Nazaret, perseguido, por las críticas que estaba haciendo de la religión judía y de sus dirigentes, que temían por su bienestar, le hicieron objeto de odio a muerte, que terminó con el consabido resultado de su injusta y dolorosa crucifixión. Fue un acto de generosa solidaridad: murió por liberar al pueblo, que vivía oprimido por la religión. Su lucha liberadora tuvo un final desgraciado para él, pero con su vida abrió la posibilidad de que el pueblo judío pudiera vivir una religiosidad diferente, libres de la esclavitud que suponían las innumerables leyes que regulaban al detalle el comportamiento de los fieles.

Podemos hacer memoria de la muerte de Jesús sin considerarlo como ofrenda del cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Ese Dios que exige sacrificios humanos no es hoy del gusto de muchos. También podemos pasar la Semana Santa sin tambores y trompetas, resguardados por el silencio que habita en muchos lugares recogidos donde podemos estar, sin tumultos que nos zarandeen, en la quietud de la soledad en alguna sombra a la que fácilmente se llegue. Ejercitando la reflexión sosegada.

 

17-4-2025. José María Álvarez Rodríguez. Miembro del Foro de Cristianos Gaspar García Laviana