Un poema vivencial -- Andrés Ortiz-Osés

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

La vida es dura:
pero no perdura (AOO).

La autora del amplio e intrigante poema Lucubraciones sobre la humana condición, Encarnación Ferré, es una escritora oscense como yo, pero partimos de Aragón al País Vasco para dar clases. Eran aquellos años de plomo que tratamos de superar culturalmente, hasta que finalmente volvimos a nuestros lares ya un poco maltrechos por la edad. El periodista Juan Domínguez Lasierra ha hecho de mediador para encontrarnos en el Seminario de san Carlos de Zaragoza bajo el espíritu de B.Gracián, un encuentro que fue un desencuentro porque yo estaba bajo los efectos de la quimioterapia, Juan bajo los defectos de su sordera y Encarnación bajo los afectos de su serena presencia callada. Una presencia silenciosa que rompía su voz grave, tal y como comparece en esta su escritura que emerge desde el huecograbado de su alma encarnada.

Este poema sencillo y revelador, íntimo y exacto, tiene un tono más estoico que elegíaco, más sereno que perturbado o perturbador, más escéptico que asertivo, más interrogativo y abierto que responsivo y cerrado y, desde luego, más pesimista que optimista Yo lo situaría entre el libro bíblico del Eclesiastés (Qohelet) y la obra barroca de nuestro Baltasar Gracián, aunque cercana a la actual mentalidad contingencial o finitista, dubitativa, así como al ecologismo, naturalismo e incluso naturismo contemporáneo. Pero como bajo obstinado runrunea el paso movedizo del tiempo y la vieja pregunta de Jorge Manrique: ?los infantes de Aragón, ¿qué se fizieron???

Aquí se glosa la evolución de todo y su involución, la humana condición y su incierto destino, la visión conjunta de lo vivo y de lo muerto, la locura de la vida y la enfermedad de la existencia. Frente a todo ello se reclama serenidad, para que el terror y la desazón existencial no nos acorralen. Por eso la humanidad amortigua su desasosiego a través de la niebla o nebulosa del pensamiento, cuyas teorías tratan de articular el caos de lo real, aunque el cuento resulte ilusorio a fin de cuentas.
El realismo se afianza así frente a todo idealismo, el cual tendría el cometido humano de eufemizar el mundo, como diría el simbolista Gilbert Durand. Pero la eventualidad nos dirige y con ella el Hado y las fatas, el Hades y el destino a menudo como un desatino, la Parca que nos aparca donde y cuando quiere, un hipotético Dios desconocido y desconcertante (quizás desconcertado él mismo).

Y en el origen y final, en el trasfondo, la nada al acecho, sin más truculencia que su silencio insomne, sin otra coloración que el blanco que es negro y viceversa. La ley de la entropía todo lo estropea y estropicia, ?porque somos al fin fallecederos??, como dice bellamente nuestra literata coimplicando así lo fallido, el desfallecimiento y el propio fallecimiento. Al final se trataría de aceptar la muerte, asumiendo nuestra ventura y desventura, la agrura o sinsabor de la vida y su dulzor o dulzura. Hay que abajarse así del cielo platónico de Platón al inframundo plutónico de Plutón, viviendo no desde la altura de lo celeste sino desde la bajura de lo terrestre y los ínferos, como decía María Zambrano y recoge nuestra autora:

Refúgiate en la serenidad de lo sencillo.
No te empecines en andar sobre zancos
ni te encarames a un pedestal
ya que resultará más dura la caída
y más doloroso ver declinar la estrella.

Todo parece albergar razón y sinrazón, sentido y sinsentido, positividad y negatividad. Por eso el camino del humano, hombre y mujer, es ?anfractuoso??, así pues escarpado e irregular, lleno de quiebros y quiebras. Por lo mismo la búsqueda es eterna, quizá es lo único eterno, el caminar y dar vueltas como un reloj sin aparente relojero, aunque quién sabe, pues no sabemos nada del ser y aún menos de la nada. Mas la nada podría ser la verdad que nos espanta y, por eso, la ocultamos sigilosamente. Aunque en realidad la verdad humana es un ?rayo de luna?? (que no de sol), un intento de decir la indecible y de entender lo ininteligible.

Causa especial impresión en este magnífico poema el desasimiento de su autora respecto al amor interhumano, considerado más bien como una trampa o cepo, como una pasión enfermiza y engañosa o engañadora. Pero todo tiene su explicación o implicación, pues ?reí alguna vez, aunque he llorado muchas??, escribe Encarnación valientemente, encarnando así a la mujer y al hombre humanos (porque los hay inhumanos). Lo que ocurre es que la vida empuja, como decían el poeta y el cantor, y acabamos bebiendo ?el veneno que nos vivifica y mata??, o sea, el veneno del bien y del mal, de la vida y la muerte, pues vivir es finalmente morir.

He aquí que según nuestra autora la muerte se enfrenta y afronta a lo más sagrado: una sacralidad ella misma tan ambivalente que resulta fascinante y terrible, sublime y siniestra. La muerte es así la máxima ambivalencia, y yo quisiera aquí finalmente recuperarla radicalmente como solución disolutoria de la vida. La muerte es nuestra trascendencia, o sea, nuestro radical fracaso humano y mundano y nuestra salvación transmundana y transhumana. Continuando el hilo conductor de E.Ferré, estoy hablando de la muerte como trascendencia inmanente, así pues como salida del laberinto de la vida a la transvida: descanso eterno y luz perpetua (requies aeterna et pax perpetua). Pues al final, como dice la autora, todo es transitorio y la dicha se esfuma.

Yo abriría la cuestión y diría que todo es ?transistorio?? y que la dicha se esfuma como fumo o humo de incienso. Queda pues ciertamente un hedor animal pero también un olor humano, un ángel del sentido y un diablo del sinsentido, un Dios del amor y un demonio del desamor. Se trataría entonces de asumir nuestra vida como nuestro ángel y demonio a la vez, ya que nos situamos entre ambos como entrambos: apertura y luz, así como apretura e implicación. Su mutua resolución queda para mañana por la mañana, o quizás al atardecer. De momento aquí quedamos, provectos y probados, a merced de la medicina y sus auxilios terapéuticos, hasta lograr alcanzar el ser-nada o la nada-ser. Crecimos como niños religiosos o religados, proseguimos como jóvenes amorosos, pasamos en la madurez a la política y finalmente recaemos en la medicina como nueva religión laica con sus curas o cuidados curativos y paliativos. Proseguiremos adelante hasta alcanzar la eternidad vacía o llena, oriental u occidental, cristiana o pagana, religiosa o secular: o quizás entrambas.