Cécile, veinte años, encontró la muerte en El Cairo por la explosión de una bomba. Los jóvenes escolares a los que acompañaba fueron heridos. Habían marchado para descubrir la capital egipcia y les pilló este atentado ciego que golpeó a inocentes. ¡Un drama para estos jóvenes y sus familias! ¡Una conmoción para la ciudad de la que proceden! Un año después, los familiares y amigos de Cécile me piden que haga una celebración ecuménica en la iglesia.
Al salir del metro para llegar a esta iglesia, me espera un joven: se trata de Vincent, un amigo de Cécile. Me enseña dos folios para que yo lea lo que escribió y le diga lo que opino. Descifro lentamente aquello que sentía como algo valioso para él. Me clava los ojos, atento a la mínima reacción por mi parte, pero mi rostro permanece impasible. A mí no me resulta familiar el lenguaje de los raperos. Por ello, concentro toda mi atención en su papel.
¡A Vincent debe parecerle que no soy rápido! De modo que me pregunta:
« ¿Qué le parece mi texto?» «Me gusta tu final que interpela; no ceder al odio ni a la violencia. Mantener la solidaridad. Gracias por estas palabras»
« ¿Puedo leer este texto en la iglesia? Nunca he puesto los pies en una iglesia.» Admiro su sencillez. Piensa que lo que es importante para él no lo es necesariamente para los que vienen a la iglesia. Le tranquilizo al momento.« Necesitamos escuchar tu voz en la iglesia »
Hay mucha gente en la iglesia: de confesión judía, musulmana, cristiana, también hay gente que no tiene religión. Los responsables religiosos me rodean. La asamblea está cargada de emoción, de amor y también de esperanza y de cólera causada por aquel atentado cuyos autores quedaron impunes hasta hoy. Delante del altar, una gran y hermosa foto de Cécile nos sonríe.
Cuando le toca, Vincent sube al ambón para tomar la palabra. De pronto se pone a hablar muy alto, como un rapero, poniendo ritmo con su cuerpo. La asamblea se queda boquiabierta. Cuando termina, suenan unos aplausos ensordecedores. Los primeros de la celebración.
Cécile no deja de sonreír. Para ella estamos aquí. También para ella este joven tomó la palabra por primera vez en una iglesia.