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Boletín núm. 7 – 10 de junio de 2021. Va también en el archivo adjunto
Nuestra Comunidad de Cristiano de Base viene estudiando y comentando, desde el curso pasado, el libro de José Mª Castillo: «El Evangelio marginado». En esta obra el teólogo granadino muestra que, en demasiadas ocasiones, la Iglesia ha apartado o marginado el Evangelio de Jesús, el mo-delo de vida que significa su seguimiento, lo que significa, de hecho, la renuncia al proyecto del Reino de Dios que Jesús llama a construir.
En realidad, aunque en las iglesias se habla del Evan-gelio, y se predica y respeta, la Iglesia no está organizada ni gestionada de acuerdo con el Evan-gelio. Tampoco la gran mayoría de los cristianos vivimos de acuerdo a él. Más aún, en muchas cuestiones vivimos contra él. Lo que más cuida la Iglesia no es la fidelidad al Evangelio, sino la observancia de la Religión y así, hemos convertido el Evangelio en un acto más de la Religión.
El capítulo 7º del libro, que se propuso para la reunión del 7 de junio, profundiza en la con-tradicción que se da entre la estructura eclesial, la religión en general, y el mensaje del Evangelio. En el ámbito de todo modelo religioso predomina una serie de conceptos: creencias, ritos, jerar-quías, a los que se atribuyen un carácter y un origen sobrenatural que exigen obediencia y sumi-sión hasta obligar y someter a los humanos en lo más íntimo de sus conciencias.
Toda religión es un sistema de jerarquías o rangos que implica dependencia, sumisión y subordi-nación a superiores invisibles. Así la religión, de hecho, resulta un protector eficaz que colabora a la seguridad y estabilidad del sistema, fortalece la consistencia del sistema establecido, porque mantiene a la gente sumisa a los gobernantes. En compensación la religion recibe la recompensa de beneficios y privilegios. O sea que la religión cumple un papel exactamente inverso al que desempeñó Jesus de Nazaret en su tiempo. La alianza con el poder es una constante de toda religión organizada. Encuadrarse en este esquema de la relación entre la religión y el poder, llevó a la Iglesia a la exaltación y a la fidelidad a la riqueza, al dinero, el principal enemigo de Dios, según el Evangelio. La Iglesia montó ese imponente sistema religioso, que en realidad la separa de lo esen-cial del del mensaje de Jesús.
Lo que conlleva la religion: templos, monasterios, li-turgia, personal eclesiástico con sus jerarquías y digni-dades?? necesita y mueve dinero. Y además todo el montaje y gestión de una religion exige, de los pode-res públicos determinados privilegios. La Iglesia, a partir del siglo III, se organizó y fue gestionada por el clero como grupo de hombres consagrados y privile-giados. Los ricos comenzaron a entrar en la Iglesia en cantidades siempre crecientes a partir del siglo IV, a menudo para cumplir con funciones de liderazgo en calidad de obispos y de escritores cristianos. Tal era la Iglesia que sobrevivió al imperio romano y que tuvo la posibilidad de construir en Europa una sociedad com-pletamente cristiana. Desde entonces, Europa fue el continente cristiano, la sede de la Iglesia, pero también el continente donde la religión cristiana marginó el Evangelio de Jesús. Europa fue muy religiosa, pero a
base de aliarse con los ricos y los poderosos y, por tanto con los intereses de estos grupos pri-vilegiados. En esa Europa cristiana, surgieron el capitalismo y la burguesía.
En el centro del cristianismo generado en Europa estuvo la religión, marginando por eso mismo inevitablemente el Evangelio. No era posible que el Evangelio estuviera completamente presente en una sociedad en la que los ricos y poderosos se hicieron los dueños y señores de la Iglesia. Se fue produciendo un alejamiento entre el pueblo y el clero, sobre todo en las celebraciones litúrgi-cas. Los fieles ya no entendían el latín de la misa, lo que implicaba que tampoco se enteraban del Evangelio. El pueblo no podía entender lo que solamente entendía el clero. Por otra parte, el aumento de clérigos afectó incluso a la palabra ecclesia. Se fue identificando a la Iglesia con el clero, un clero saturado de honores y dignidades que lo diferenciaban y separaban del pueblo. En tales circunstancias, no era posible transmitir lo que vivió Jesús y cómo vivió Jesús. No podía transmitirse el Evangelio en una sociedad que vivía, en su gran mayoría y en su tejido social, en tantos aspectos y en dimensiones fundamentales de la vida, de espaldas al Evangelio.
Sin embargo en Europa, nacieron dos movimientos, la Ilustración y a los Derechos Humanos, dos conceptos íntimamente relacionados entre sí y fruto del espíritu del Evangelio. Pero como muestra de la hondura de la contradicción cristiana en que vive Europa, en esta misma sociedad surgieron también el capitalismo y la burguesía, dos realidades que están en las antípodas del Evangelio, dos grandes fenómenos culturales, sociales y políticos que el mundo en que vivimos está soportando a costa de enormes sufrimientos, desigualdades y humillaciones.
En efecto, el capitalismo nació en Europa. Las teorías de los escolásticos en la Baja Edad Media contribuyeron a exaltar el concepto del capital productivo. Pero, productivo ¿para quién? Lógica-mente, para quien lo posee. Como Marx y Engels señalaron, la sociedad ha venido desarrollán-dose siempre dentro de un antagonismo, que entre los antiguos era el antagonismo de libres y esclavos, en la Edad Media el de la nobleza y los siervos y en los tiempos modernos es el que existe entre la burguesía y el proletariado. Este antagonismo generó las guerras que asolaron Europa una y otra vez. El orgullo de los capitalistas y la desesperación de los desposeídos fueron la causa de conflictos tan aterradores como las dos guerras mundiales que la «Europa cristiana» ha causado y soportado en el siglo XX y anuncian la posible cercanía de la tercera. En todo caso, las crisis económicas que de tiempo en tiempo nos agobian, están condicionadas y determinadas por los oscuros intereses del sistema económico capitalista que se nos ha impuesto. El que un con-tinente cristiano haya desencadenado tanta violencia y tanta barbarie sólo es explicable por el he-cho de que en Europa se ha inventado un cristianismo despojado de Evangelio.
El agente generador de ese sistema capitalista fue una clase social concreta, la burguesía, en cuya formación nos encontramos de nuevo con la Iglesia. Esto aconteció principalmente en Francia en el siglo XVIII. Y fueron los teólogos los principales educadores de la burguesía. El espíritu de la mentalidad burguesa justifica como algo querido por Dios la diferencia entre ricos y pobres, entre poderosos y débiles. Este ideario estaba presente en los sermones de los grandes predicadores de la época, que insistían en la necesidad de someterse a la autoridad de los que mandan, que son obviamente los que tienen en sus manos el poder y la riqueza: Según esa teoría, hay que someterse a la autoridad, aún cuando en su ejercicio abusen los dominadores de su poder. Pues, siempre según ese pensamiento, es el Espíritu divino quien instituye y sostiene la autoridad legítima, pero el abuso que puedan hacer de ella aquellos a quienes se ha prestado este poder, no da razón alguna para sublevarse contra ella, y el hombre que así se somete a la autoridad y se somete a las leyes, sabe también que en realidad obedece a Dios.
Esta es la mentalidad de la burguesía que el cristianismo difundió desde la Alta Edad Media. El mejor servicio que la religión le presto a la política de uso y abuso del pueblo sencillo y trabajador, que soportaba el peso de la vanidad, el orgullo y los privilegios de los potentados y de la Iglesia. Aquello era -y sigue siendo- «el Evangelio marginado??.