SUESA, DONDE LA ORACI?N SE CONVIERTE EN DANZA. Merche A. Ibarruri

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Alandar
El nombre de Suesa, enclave situado en el municipio de Ribamontán al Mar, junto a Somo, en un extremo de la bahía de Santander, anda de boca en boca. Pero no precisamente por los encantos de este pequeño rincón marinero, que los tiene, con sus limpias playas de arena fina y dorada, sino por el quehacer de las monjas que habitan su monasterio trinitario.

El recio edificio del siglo XIX señorea, como un viejo castillo, las verdes llanuras que arrancan desde la zona residencial del casco urbano hasta donde se pierde la vista. Al llegar a él, llaman la atención algunos detalles, como el toque juvenil del letrero de madera que, primorosamente esculpido, indica el nombre del monasterio junto a la valla de tronco desbastado que franquea la entrada a los vehículos.

Ya en la portería, un letrero avisa, otra vez, de que se trata de un lugar diferente: ?No se venden pastas??. Y la gran sorpresa llega cuando a una la recibe una joven monja risueña, con hábito pero sin toca: es Esther, la encargada de la hospedería, un edificio recientemente restaurado y de estilo rústico, con 14 habitaciones (cuarto de baño en cada una de ellas) y un entorno verde y despejado para pasear, leer o disfrutar de un ambiente de tranquilidad.

Claro que este aspecto desenfadado no resulta tan chocante para quienes previamente han visitado la ‘web’ del monasterio (http://www.montrinisuesa.net) y han visto fotos de las jóvenes de la comunidad enfundadas en buzos y levantando estructuras de madera o manejando la hormigonera.

Este comentario, a pesar de su apariencia frívola, no tiene otro objetivo que presentar el monasterio de Suesa como lo que es: un lugar en el que mujeres de hoy tratan de vivir una vida de libertad basada en el Evangelio (más en concreto, en las Bienaventuranzas), y en la riqueza de una vida comunitaria donde el esfuerzo para una fraternidad auténtica es mucho más que palabras bonitas. ?Esto se me cruzó en el camino y me derrumbó, me enamoró la comunidad. La sensación que tuve cuando vine por primera vez en el año 98 fue la de que es posible vivir el Evangelio. En el fondo, era lo que yo anhelaba en lo profundo de mi ser??, expresa, con pasión adolescente, María, 35 años, vizcaína y médica pediatra, quien ha sido la última en ingresar. Lo hizo en 2000, después de acabar el MIR en Santander. Esther, de 30 años, llegó un poco antes. Su recorrido fue más progresivo: buscaba una comunidad y le ?desarmó?? ésta, aunque su idea primera era integrarse en una orden de vida activa.

Dios, comunión y relación
Ambas se rindieron a los encantos de Suesa a través de la Escuela de Oración, que, actualmente, el tercer sábado de cada mes y en los ?tiempos fuertes? se abre desde 1987 a todas aquellas personas que quieren compartir con estas mujeres una espiritualidad enraizada en el carisma trinitario: ?Dios es comunión y relación?. ?Esto nos lo metemos tan a fuego dentro que luego se expresa en las celebraciones y hace que sean realmente vivas??, explica Maribel, de 55 años, la más veterana de las jóvenes y la iniciadora de este proceso de ?puertas abiertas?.

Hasta 1973, las monjas de Suesa se habían dedicado a la educación. Por prescripción del Concilio, se vieron impelidas a definir su misión: o vida monástica o enseñanza. ?En la celebración del centenario, en 1986, decidimos aprovecharlo y compartir con los demás lo que éramos: mujeres creyentes. Ya teníamos la hospedería y venían muchos grupos de la diócesis??.

Ahí empezó la Escuela de Oración y el compartir la liturgia diaria con quien se quisiera acercar. Esta reorientación, sin embargo, no les hizo perder el contacto con la sociedad de su entorno que antes les proporcionaba la escuela. Paralelamente, se fue configurando una asociación de amigos del monasterio que, junto con ellas, se encarga de programar allí una oferta cultural y formativa, abierta, interesante y variada.

Reconoce Maribel que el cambio de rutina en la vida del monasterio no fue fácil, dada la tremenda prudencia con que las órdenes religiosas acostumbran a dar sus pasos. La priora de entonces, la hermana Amor de Dios, aunque ya mayor (actualmente tiene 85 años), era también una ?mujer valiente, decidida y confiada??, tal y como la describe Maribel.

Gracias a ello y con un esfuerzo colectivo de diálogo, ayuda mutua, reflexión y oración fue posible configurar, despacio y durante años, un proyecto atractivo, del que ahora cosechan el mejor fruto: ?Tranquilidad y paz comunitaria??. Además del aire fresco aportado por las jóvenes incorporadas en el proceso: junto a María y Esther (y unos años antes que ellas), la actual priora, María José, de 40 años, una mujer de porte enérgico y afable, a quien doce años de vida conventual no le han hecho perder su aire mundano.

Si bien proclaman que la vida religiosa les ha aportado la espiritualidad ?integradora y liberadora?? que ansiaban, estas monjas jóvenes y autorrealizadas reconocen también las dificultades de ser mujer dentro de la Iglesia y ?monja católica dentro de esta sociedad??. María José cree que al marginar a las mujeres, ?la iglesia se está perdiendo una riqueza especial??. Sin embargo, piensa también que ?la lucha sólo engendra lucha, y la violencia, violencia??, por lo que se muestra más partidaria de ?caminos tranquilos, como demostrar las capacidades y aportar??.

Es el ?estilo de Suesa?, que redondea así Maribel: «Esta es nuestra ley: bendecid y no maldigáis; dad amor sin límites y recibidlo sin medida. Nuestra postura es la de construir y bendecir: la apuesta del Evangelio. La Iglesia debe apostar por el modelo de Jesucristo».

Y este estilo, naturalmente, lo reflejan en la vida comunitaria, donde el trabajo se hace en equipo y la priora, como tal, alienta a que se lleven a cabo las decisiones comunitarias.

También se traslada a la liturgia y la oración, a las que ellas han aportado una estructura flexible, horizontal y ?femenina?: la mesa redonda de madera artesanal que hace las veces de altar en el coro, la disposición circular en torno a ella de la comunidad y personas invitadas, la danza contemplativa, la Virgen con aire de deidad prehistórica…

Una cada semana se encarga de preparar la oración y cada día se dedica a una cuestión social o religiosa: el lunes, a la paz; el martes, al diálogo interreligioso y el ecumenismo; el miércoles, a la ecología; el jueves, a la Trinidad y el servicio; el viernes, a la libertad y a la justicia social; el sábado, a la Virgen y a las mujeres, y el domingo a la resurrección y a la fiesta.

La actualidad de estos planteamientos y el interés que ellas ponen en que nadie venido de fuera se sienta ajeno hacen que su oración comunitaria se convierta cada vez en una alegre danza de acción de gracias, en la que también participan activamente las hermanas Noemí y Dulce, mientras San José, ya mayor, las observa serena desde su asiento, y Amor de Dios, 60 años en el monasterio, se complace en la obra que contribuyó a crear, con una profunda mirada que parece perdida en la contemplación del amor infinito.