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Sensus fidei populi dei (II) (Sentido de fe del ¨Pueblo de Dios) -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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Ayer terminé con la constatación de que los católicos españoles, hoy, y me parece que los de otros países también, se confiesan menos, o no se confiesan, y comulgan más. Lo suelen hacer en todas las eucaristías de las que participan. A mí esto me parece bueno, y mucho más acorde con el Evangelio que la situación existente en nuestra niñez, cuando los hombres iban todos los domingos a la misa mayor, en la que no se daba la comunión, -para eso estaba la misa primera, de comunión,-y una vez al año, cerca de Pascua hacían colas larguísimas para confesarse y poder comulgar una vez al año. Y todos tan contentos, y así hasta la próxima.

Es una pena que los jerarcas de la Iglesia llegaran a la conclusión de que la comunión era una especie de extra en el culto católico, y que, conforme reguló el concilio Lateranense IV, para cumplir el mandato de Jesús, -“tomad y comed”, “tomad y bebed” y “haced esto en memoria mía”-, bastaba el detalle, puramente simbólico y testimonial, de hacerlo una vez al año. Es una pena, sí, que, a pesar de todas las proclamas de asistencia del Espíritu Santo en el devenir de la Iglesia, a través de los tiempos, de todos, también en la Edad Media, los responsables de guiar al pueblo de Dios por verdes praderas y buenos pastos, lo llevaran por cañadas oscuras y áridos desiertos.

Afirmo lo anterior porque tengo la firme convicción de que esos desvíos de la práctica sacramental, que ha habido en la Iglesia, se deben a la incompetencia, o desidia, del clero. No me vale el argumento de que eran otros tiempos, porque todavía eran “más otros” en los primeros siglos, y los pastores de la comunidad eclesial tuvieron muy claras en general, las pautas para proclamar las exigencias de una vida cristiana, y para cumplir con un culto vivo y sincero, fiel a las palabras del Maestro, y plenamente ajustado a la fe y a la experiencia cristianas. En esos siglos los fieles no comulgaban porque así lo hubiese dispuesto obligatoriamente la jerarquía eclesiástica, sino por la propia fuerza y dinámica de los acontecimientos litúrgicos y cultuales.

He hablado de desvíos que ha habido en la Iglesia. Sí, hasta ayer, y todavía los hay hoy. Se ha puesto de moda , entre una cierta porción del Pueblo de Dios, con ciertos clérigos de un estilo puritano, conservador, y un tanto preconciliar, incitar al pueblo bajo su guía a la vuelta de la confesión frecuente, y hasta semanal. Y lo apoyan con argumentos peregrinos, y faltos de la más mínima consistencia en los quehaceres teológicos de hoy. Como, por ejemplo, que “hay que aprovechar bien la gracia de estado de los sacramentos”. Esto viene a cuento de que se pensaba, y algunos todavía lo mantienen como una riqueza aprovechable, que cada realización de un sacramento tenía, además de la gracia específica del mismo, -en el sacramento de la penitencia, el perdón de los pecados-, otras gracias supletorias, propias de ese sacramento. Ese argumento se ha empleado para defender el sacramento de la reconciliación sin la acusación formal de pecados serios, es decir, graves. Pero los teólogos conscientes que conozco rebaten esa argumentación don el dicho, ya típico de que esa práctica es “como ir a matar mosquitos con obuses”.

Pero, ¿cómo reacciona a esas propuestas la porción más libre y menos sometida del Pueblo de Dios? Pues muy sencillamente, usando ese instinto que la propia jerarquía y la teología reconocen en el pueblo de Dios, su “sensus fidei populi dei”, el sentido de fe que tiene el Pueblo de Dios: y no se confiesa. En mi parroquia, por ejemplo, realizamos cuatro o cinco celebraciones comunitarias de la Penitencia, con absolución individual. Pero la confesión auricular, a la oreja, hace tiempo que nadie la practica. A algunos cuaras, pocos, les parece mal. A mí, y a la mayoría, nos parece una respuesta madura de una pueblo que tiene, verdaderamente, un sentido muy fuerte, acuciado y dirigido por el Espíritu, de la fe y de las cosas de Dios.

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