ROUCO DOLIDO CON LOS CURAS DE LA PARROQUIA ROJA

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Religión Digital

Rouco22.jpgEl cardenal de Madrid, Antonio María Ruoco Varela, está tan dolido con los curas de la parroquia roja que ha utilizado la solemne eucaristía del Corpus para arremeter contra ellos, acusándolos (siempre sin citarlos) de «profanar la eucaristía» y de «romper la comunión eclesial». Los dos mayores pecados de cualquier cristiano y, por supuesto, de los curas.
Presionado por las bases más «duras», que vienen gritando «¡sacrilegio!» desde que Zerolo y Bono fueron a comulgar con pan de hogaza a Entrevías, el cardenal de Madrid se ha visto obligado a salir a la palestra. Para defender su honor herido y su autoridad como obispo.

¿Y ahora qué? Una vez advertidos los curas de Entrevías canonicamente (a través del Boletín oficial) y magisterialmente (nada menos que en la homilía de la misa del Corpus), a Rouco le quedan dos caminos: el báculo o la negociación.

Si opta por el báculo, tendrá que suspender a los tres curas a divinis (¿Hay materia para ello?). Si opta por el diálogo, ¿a qué está esperando? ¿Por qué está dejando que se pudra el conflicto? ¿No son sus curas? ¿No es su pastor y su «padre»? ¿Tanto le cuesta llamar a sus tres curas, quedar con ellos y, para demostrar que en la Iglesia los conflictos se resuelven de otra forma, hacerse una foto con ellos?

Cuanto más espere, mayor desgaste sufrirá la figura del cardenal de Madrid (ya de por sí no demasiado buena)y de la propia institución. Porque, al final, la que queda mal es la Iglesia. Y casos como éste van dejando un poso en la conciencia de la gente de falta de credibilidad de la institución. ¿Es tan difícil de entender esto?

Y por cierto, una vez más el cardenal se ha equivocado en otra cosa: en la gestión mediática del conflicto. Sabía, porque lo sabía, la recpercusión y los apoyos mediáticos de los curas de Entrevías. Dar la callada por respuesta (que fue la estrategia que se siguió y se continúa siguiendo desde el arzobispado madrileño)es condenarse a perder la batalla mediática. Que, al final, es la que cuenta, porque es la que marca las agendas, influye en la opinión pública y cristaliza la imagen de la institución.

¿Por qué los obispos nunca tienen en cuenta algo tan sencillo como esto? Quizás, como dice un amigo, porque «nadie les pide cuentas» y, a pesar de todo, la Iglesia permanece. Eso sí, dejándose jirones en el camino.