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Acabo de concelebrar en una misa de otros tiempos, me daba la impresión de que estaba en el seminario, en los años cincuenta. El motivo de tal Eucaristía era la toma de posesión de un nuevo párroco en una parroquia de nuestro arciprestazgo, Nuestra Señora de la Misericordia, en concreto. Presidía el vicario de la IV Vicaría (Pacífico, Vallecas, Villa de Vall., Santa Eugenia), ayudado por el arcipreste, justamente el párroco hasta ese momento, destinado a una parroquia de otra Vicaría, de nombre Nuestra Señora de los Llanos. ¿Que qué me llamó la atención, y me hizo transportar a un tiempo preconciliar?
No, evidentemente, el hecho de la Concelebración, que en mis tiempos de Seminario no existía, pero si el modo. Todos los compañeros de curso del nuevo párroco, -Pepe, que todavía no había dicho su nombre-, siete exactamente, a un lado del presbiterio, paramentados con casulla, mientras los curas del arciprestazgo y la Vicaría estábamos sentados en los primeros bancos. Mi idea, que he expresado varias veces, es que se distinga claramente el que hace de ?presbítero??, es decir, presidente de la asamblea. Que él vista con casulla, y que una representación de los curas que van a ser colegas del nuevo párroco, solo con alba. Y no hace falta esa exhibición de clerecía. Los curas que nada tienen que ver con la parroquia ni con la Vicaría podían, perfectamente, estar, vestidos de calle, mezclados entre la gente. Y lo de los compañeros de curso podrá tener un tierno significado seminarístico, pero no pienso tenga ninguna relación con la dinámica de una parroquia o de una Vicaría concreta. Es algo así como presentar a unos cuantos curas porque son mis colegas, en una parroquia en la que no van a tener ni ministerio ni presencia. Lo mejor es invitarlos a una comida o una cena en un lugar majete.
El número de concelebrantes, eso ya lo he insinuado, porque tanto elemento clerical puede llegar a abrumar a los fieles, -simples fieles, como solemos decir, cuando ya ser fiel está por encima de cualquier calificación-, si bien en esta ocasión, por el nutrido número de parroquianos, no cabía demasiado el dicho de Brasil, ?aquí têm máis caciques que indios??. Pienso, no obstante, que una mayor simplificación puede provocar una mejor comprensión de lo que se está celebrando, aunque la gente no diga, al salir, ?¡qué bonito ha sido!??.
Si el agobio de concelebrantes puede ser entendido, siempre en un estilo de exaltación clerical, el excesivo número de acólitos y de movimientos en el presbiterio solo consigue distraer la atención de lo que debería ser lo principal, la Palabra y su proclamación. Además, se consigue un efecto perverso: la demora, el nunca terminar con una celebración que se va haciendo, cada vez, más pesada, hasta casi resultar inaguantable. No olviden mis lectores que intento señalar los detalles que me retrotrajeron a un período preconciliar. Pues de todos es sabido cómo eran pesadas aquellas ?misas de tres??, con todo el pesado perendengue de la liturgia tridentina, encima en latín, para que la gente saliera como entró. Ayer, felizmente, la Palabra se proclamó en español, y la megafonía, muy precaria en esa parroquia, funcionó bien.
El que debió resultar abrumado fue el misacantano, digo, nuevo párroco, con todos los signos a que lo sometieron. Yo he tomado posesión como párroco de cinco parroquias, y, ?¡gracias sean dadas al buen Dios!??, como se dice en Brasil, nunca me sometieron a esa tortura de signos y de pronunciamientos. Los signos me recordaron a los que se practicaban cuando había en la Iglesia ?órdenes menores??, ese engendro usurpador de los ministerios ?laicales?? de los fieles (no olvidemos que laico viene de ?laos??, que significa pueblo, en griego). Y los pronunciamientos, al juramento antimodernista que, obligatoriamente, tenían que pronunciar los clérigos antes de la ordenación.
Después están todos esos signos religiosos. El teólogo José María Castillo escribió, en un artículo profundo, que el papa Francisco era más testigo del evangélico que de la Religión. Desgraciadamente, hay muchos en la Iglesia que no entienden este tipo de terminología. Y opinan que no solo no hay oposición entre las dos realidades, sino que la mejor manera de leer y recibir el Evangelio es desde el horizonte de la Religión. No lo entendieron así los primeros cristianos, pues fueron considerados ?ateos??, sin Dios, sin Religión, tanto por judíos como por paganos. Los signos religiosos a los que me refiero son: el incienso, a toda hora y a todo trapo; las venias y saludos; la campanilla anunciadora de la Consagración, -inútil ahora en la mayoría de las Iglesias, en las que se ve diáfanamente el altar, y se sabe, porque se ve, que llega la Consagración, cosa imposible en aquellas catedrales con enormes columnas y un coro en medio-; el lavatorio de las manos, que será, ¡digo yo!, un rito de purificación, porque ahora el presidente no se mancha las manos con las ofrendas que no hay, harina, aceite, trigo, etc, en un ofertorio típico de las liturgias paganas, introducidos por complacer al Emperador, cuando venía a la Eucaristía haciendo ostentación de las ofrendas, en carros suntuosos, con servidores palaciegos solícitos y serviles.
Y otra cosa: un joven salesiano, profesor de Liturgia, nos recomendó en un curso litúrgico, que pusiéramos para celebrar la misa unas cuantas hostias grandes, para poder partir, y que todos tuvieran la oportunidad de participar del pan, único y partido. Yo lo hago desde el año 1993, en el que hice ese cursillo, siendo párroco de los Sagrados Corazones, en la plaza del mismo nombre, en frente del Bernabéu. Pero en la misa de hoy, los curas con las hostias grandes, y al pueblo que le den … ¡de las pequeñas! Otro signo de clericalización, de preconcilio.
(¿Alguien recuerda que el Concilio quitó el ofertorio, rito pagano y nada evangélico, y, para no escandalizar a los fieles, pensó en tres pasos para esa supresión, y, desde que entró Juan Pablo II nos quedamos en el segundo, que es como todavía lo hacemos?) Pero muchos, entre los que incluyo a los jóvenes seminaristas, después diáconos, y más tarde presbíteros, piensan, porque así se lo han enseñado, y a las pruebas me remito, que es la cosa más bonita esa procesión del ofertorio, con todo tipo de ofrendas, y que se trata de lo más litúrgico del mundo. Pero, por lo visto, nadie les ha comunicado, que se trata, como tantos otros signos de signos, vacíos por eso mismo, de una traición al Evangelio, y un peaje que pagamos a los viejo clérigos, que ?por cumplir sus tradiciones no cumplen la Palabra de Dios??. O las indicaciones del concilio, que es algo muy parecido.