– «Teología y secularización en España. A los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II» es el título de una Instrucción Pastoral que acaba de publicar en Madrid, la última Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española.
La conocí por los medios, en la noche del 10 de Abril, y ya no pude dejarla hasta leerla en su integridad. Era evidente que no estábamos ante un texto episcopal más o menos previsible. No sabía de su existencia o elaboración. Me cayó como un aguacero en medio de un descampado, sin saber dónde hallar refugio. Lo he vuelto a releer, despacio, tomando aire, intentado conectar con su inspiración más radical y, bueno, estoy recuperando mi talante más acogedor.
Si nuestros Obispos han creído necesario decir esto y decirlo así, es que en conciencia lo han visto necesario. Evidentemente, en cuanto a la necesidad, todo depende de que sea cierta la tesis primera del texto, es decir, que «la cuestión principal a la que debe hacer frente la Iglesia en España es su secularización interna»; y en cuanto a decirlo así, todo depende de que sea cierta el resto de esa misma tesis, que «en el origen de la secularización está la pérdida de la fe y de su inteligencia, en la que juegan, sin duda, un papel importante algunas propuestas teológicas deficientes relacionadas con la confesión de fe cristológica» (n 5). En cuanto al primero, yo no podría citarlo sin mentar otros problemas. En cuanto al segundo, yo creo que la relación de causa a efecto es otra. Pero son opiniones en el análisis.
Como fuera que hace unos días yo había leído la Deus Caritas est y que lo había hecho con verdadera dedicación, me he encontrado con dos mundos paralelos en el modo y disonantes en las prioridades eclesiales. No hablo de contradicciones, que no las veo, ni las espero, sino de modos y prioridades en la Iglesia. Y esto es muy importante.
Seguramente la Iglesia en España tiene un problema de secularización interna, lo acepto; no el problema, pero sí un problema muy importante; y, la sociedad española en cuanto tal, uno de apostasía silenciosa; no el problema, pero sí un problema.
Que intentando salir al paso de ambos se haga una síntesis de la fe, casi un catecismo en toda regla, con los postulados, relaciones y conclusiones más compartidos en la teología y enseñanza del magisterio de la Iglesia, yo no puedo sino respetarlo y reconocerlo como enseñanza de mi Iglesia en España. Que esa síntesis, por ella mismo dicho, no puede sino tener en cuenta «algunos aspectos de la labor teológica realizada en España en los últimos decenios» (n 4) y «repasar(los) someramente (n 68), es una obviedad, pero que el texto es más que eso, y no en vano lleva 200 notas, o en páginas, 18 de texto por 10 de notas, también hay que tenerlo en cuenta.
Como yo no voy a intentar recorrer punto por punto lo que merece una reflexión de otro tipo y momento, sí diré, para referirme al modo, que está bien razonado, pero, también, muy selectivamente razonado. La teología neoescolástica luce todas sus galas y a su servicio desgrana los argumentos y, me temo, que hasta la selección de textos de la Palabra. La fe como ortodoxia queda bien expuesta en sus núcleos y relaciones más doctrinales, pero me temo que puede morir cívicamente ebria de tantas certezas y, eclesialmente, prisionera de una escuela teológica y sin valor pastoral alguno.
No sé, por poner un ejemplo, cuántas veces aparece la caridad en esta exposición magisterial de la fe, pero es, sin duda, la convidada de piedra. La humanidad concreta de Jesús no hay manera de reconocerla en esta síntesis, lo cual es tremendo. Los pobres tampoco existen, las estructuras injustas o de pecado ni por asomo, la libertad humana ni mentada, la moral de los derechos humanos entre los no creyentes ni por deferencia hacia ellos, la dignidad de la persona y la vida política se juegan todas sus cartas en el momento de la concepción de la vida y en el morir, el diálogo entre fe y razón, y cómo se superan los desencuentros en una democracia, ni preguntárselo.
Hay una falta de sensibilidad moral, y hasta religiosa, samaritana, caritativa y misericordiosa, y una falta de sensibilidad social y secular tan extremas, que el cristianismo que puede recuperarse desde aquí, no dejará de ser tanto o más desequilibrado que el que se denuncia, si es que éste lo es tanto como se dice. No se si más exitoso, tal vez, pero ¿más cristiano? No.
Seré el primero en reflexionar un texto teológico y magisterial de mucho contenido y valor, y de acogerlo con respeto, pero vaya por delante, honestamente, esta advertencia de graves carencias cristianas que me desazonan. No se podía decir todo, lo sé, pero hay silencios que resuenan como truenos. A ver si aceptamos todos que Dios es Amor y entendemos la teología también como «inteligencia del amor».