Política y pobreza -- Gabriel Mª Otalora

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

La pobreza ha existido siempre formando parte del paisaje social. El problema entre nosotros es que la pobreza crece ahora paralelamente a la riqueza. O al menos una parte visible porque siempre habrá pobreza -y riqueza- escondida, y de grados diferentes. Estábamos acostumbrados a que la pobreza era una situación bastante definida por unos sectores y lugares con límites concretos. Aquellos mendigos y lisiados que se ponían en los lugares de mayor tránsito y en las puertas de las catedrales e iglesias importantes en las fiestas litúrgicas o solemnidades («pobres de solemnidad» se llamaban), no han desaparecido sino que han vuelto con mayor presencia a los lugares más rentables para el negocio de la limosna.

Hoy, el pobre ya no es únicamente la persona o la familia conocida por los vecinos. Hoy la pobreza no tiene rostro visible y está creciendo de nuevo entre nosotros. Es realidad, el repunte de la precariedad no es ajeno a la política, que debería navegar en democracia entre el reparto de poder y el pluralismo. Las verdaderas democracias debieran estar basadas en el principio de esparcir el poder («éparpiller le pouvoir») como definió con precisión Alexis de Tocqueville, más allá de la separación de los tres poderes clásicos: legislativo, ejecutivo y judicial. Entre otras cosas, porque los verdaderos poderes han mutado y el poder verdadero actual se concentra en pocas manos. Por desgracia, la alta política depende en último término del poder financiero que lleva tiempo controlado por las grandes corporaciones y emporios afanados día y noche en globalizarlo todo excepto la justicia social y los derechos humanos elementales para todos.

Amartya Sen, premio Nobel de economía 1998 y uno los padres del índice de desarrollo humano, es uno de los alertó ante la relación de la política con el hambre y el bienestar. E insiste en que a menudo el hambre no se relaciona con la falta de alimentos sino con conflictos e intereses que, en medio de un verdadero pluralismo, toman formas menos virulentas y se corrigen antes. Al contrario, cuando la acumulación de poder traspasa las líneas rojas, como está ocurriendo en la Unión Europea y en los dominios del aplicado Rajoy, la pobreza a la que nos enfrentamos es la manifestación más clara de la codicia, y tiene responsables políticos con nombre y apellidos. Algunos de ellos están enzarzados en responsabilidades penales, aunque sean muy inferiores al daño que realmente han causado.

Entre las cosas buenas que los vascos aun conservamos, está el autogobierno con unos equilibrios de poder que permiten ciertas cosas al margen de los culpables del rebrote de la pobreza. No me cansaré de repetir la importancia práctica de las partidas presupuestarias destinadas a políticas sociales, educación y sanidad, así como de las estrategias políticas que se llevan a cabo en estos temas, con todo mejorables. Incluso en Navarra las cosas pueden ir a mejor porque el cambio político probable traerá sin duda nuevas maneras de hacer las cosas; si algo hay que agradecer al gobierno de Yolanda Barcina, sostenido hasta ahora por el PSN, es que no va a ser posible en adelante hacerlo peor.

Volviendo al profesor Sen, su mensaje nos interpela sobre lo que, en la práctica, cada cual puede hacer porque se ha molestado en hacer pedagogía sobre el origen de una de las principales injusticias planetarias de un tiempo a esta parte: el abuso fraudulento de la política democrática para justificar un expolio a favor de una minoría. No es la primera vez, desde luego, pero sí lo es utilizando el sistema democrático como coartada propiciatoria. Pero Amartya Sen solo es un gran técnico bengalí que demostró que el hambre no es consecuencia de la falta de alimentos, sino de las desigualdades provocadas en los mecanismos de distribución de lo necesario. ?l no puede votar aquí para mejorar las cosas, a diferencia de usted y yo, querido lector o lectora.