La tarde del 15 de agosto encontré a mi abuelita asustada, pero su departamento no había sufrido mayor deterioro, salvo dos o tres adornitos que puse en su sitio. Recordamos los terremotos de 1970 y 1974 (en el de 1966 apenas si sabía caminar) y otros que ella había vivido como el de 1940. Era una conversación lógica en un país donde siempre habrá terremotos, un detalle de la vida peruana que muchos no recordaban hasta este miércoles.
A pesar de los recientes sismos de Nazca, Arequipa y Moyobamba, en el mismo olvido se encontraba el Estado, sin ningún plan de prevención. Aunque los terremotos son inevitables, la previsión puede permitir aminorar sus peores consecuencias, considerando además que en una sociedad tan desigual, los daños serán devastadores para los que menos tienen. Por ejemplo, en Barrios Altos, el Rímac, el Callao e innumerables ciudades peruanas, millones de personas habitan en viviendas precarias que no resistirían un terremoto, pero hasta ahora, la desidia del Estado deja a quien no tiene capacidad económica condenado a la total desprotección.
La desigualdad también aparece en la diferente calidad de los servicios públicos: por ejemplo, el sismo no afectó el suministro de electricidad en Pueblo Libre o Miraflores y en San Isidro, inclusive, los teléfonos fijos siguieron funcionando con normalidad. En varias zonas populares limeñas, sin embargo, todavía no llegan ni la luz ni el agua.
Cuando no hay planificación, las medidas eficaces dejan paso a las efectistas, como que Alan García disponga la suspensión de las clases escolares en todo el país, incluyendo lugares como Huancayo, Iquitos o Piura, donde ni siquiera se había sentido el temblor.
Curiosamente, mientras el Estado parecía ciego a lo que ocurría, centenares de personas viajaban desesperadas a Chincha, Pisco e Ica al punto que empresas abusivas como Soyuz elevaban sin escrúpulos el precio de los pasajes. El Estado pudo intervenir, disponiendo, por ejemplo, que los vehículos de la Policía Nacional o las Fuerzas Armadas ayudaran a que todos los ciudadanos consiguieran llegar a las zonas afectadas. Si esa misma noche se hubiera enviado la ayuda a la zona afectada, muchas personas se hubieran podido salvar.
Es verdad, que a diferencia que la solidaridad de muchos peruanos hacia las víctimas ha sido impresionante, pero los saqueos de farmacias, bodegas y camiones con alimentos reflejan que no se ha planificado seriamente la distribución. Algunos desubicados ministros llegaron a pedir que los damnificados caminaran durante horas en pos de una botella de agua o un paquete de galletas, en lugar de organizar directamente la entrega de víveres en las zonas periféricas de las ciudades o en los poblados más alejados y también más necesitados.
Me disculparán la dureza, pero creo que el manejo del desastre muestra algo muy simple: para el Estado los iqueños como la mayoría de peruanos, siempre han sido ciudadanos de segunda categoría. Por eso se permite a Soyuz arriesgar sus vidas con toda impunidad. Por eso los complejos agroexportadores pudieron apoderarse del agua que antes abastecía a los pueblos jóvenes de Ica. Por eso en dichos complejos ocurre todo tipo de abusos laborales hacia las trabajadoras y recién este año ha aparecido un solitario sindicato. Por eso los hospitales en Ica y en casi todo el Perú son tan precarios y se ha dispuesto que se «autofinancien» cobrándole a la gente por las atenciones que reciben. Por eso no se piensa en organizar a la población o en llevarle ayuda a los lugares donde se encuentra.
Muy cerca de la zona devastada, las casas de playa de los veraneantes de Asia cuentan con infraestructura para albergar a todos los damnificados, pero, salvo la Defensora del Pueblo, a ninguna autoridad se le ocurre siquiera sugerir una medida que incomode a los acaudalados propietarios.
Los terremotos son fenómenos naturales, pero sus consecuencias reflejan la solidaridad de algunos y la ausencia de valores de otros, la imprevisión de las autoridades y, especialmente, la terrible desigualdad en que vivimos.
* Abogado, responsable de derechos económicos, sociales y culturales de Aprodeh